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Las fronteras de la inocencia
El acusado, una película francesa sólidamente dirigida por Yvan Attal, nos ofrece una muestra de un cine judicial o procesal, un género que Francia, recordemos las exitosas películas de André Cayatte como No hay humo sin fuego, junto con Italia e incluso Alemania por no hablar de Inglaterra, ha cultivado, a diferencia de otros países, como el nuestro, con cierta frecuencia. Durante 138 minutos, quizás su larga duración sea una de las controversias que plantea esta interesante película, Attal y sus guionistas nos introducen, sin muchas complicaciones, en el corazón de una denuncia de violación, que provoca un terremoto emocional en sus protagonistas, dos jóvenes, y en sus familias. Un terremoto que no te deja indiferente y frente al que no hay prisioneros.
En un proceso se busca, obviamente, la verdad, una verdad que en muchos casos, especialmente en los penales, se contempla con aristas que dejan abiertas muchas heridas. Las víctimas lo que requieren es que la justicia, a veces encubierta de venganza retributiva, suponga no ya esclarecer y probar unos hechos, que dan por ciertos, sino que el autor del crimen pague con su condena el daño infligido. El acusado o los acusados, lo que buscan es que se les absuelva del delito y juegan con una baza impecablemente democrática, algo que en España y en tiempos recientes, se procura obviar o despreciar; se llama presunción de inocencia. En España, hasta bien avanzado el siglo XIX, la tortura estaba institucionalizada como un método procesal para conseguir que el criminal confesase el delito. Tras ello, se encontraba una posición falsamente teológica del proceso y que no era otra cosa sino conseguir casar la verdad procesal con la verdad absoluta. El ilustrado Marqués de Beccaria, en su excepcional obra, De los delitos y de las penas, a fines del siglo XVIII, se encargó de desmontar aquella terrible falacia que alimentaba con crueldad y equívocos cualquier proceso, ya que bajo tortura cualquier persona confiesa lo que sus torturadores le instan a que declare.
Prueba y debate
Lo cierto es que probar los hechos, con la exigencia que para esa probanza, en atención a la mentada presunción de inocencia, que son objeto de la litis de un proceso penal, no es tarea fácil y en los casos de agresiones sexuales aún lo suelen ser más, con el grave problema de delimitar los límites del consentimiento en una relación sexual. Desentrañar la veracidad o falsedad de cuanto narran los protagonistas, la posición de los posibles testigos, muchas veces indirectos o de referencia y la concurrencia a menudo de ciertas pruebas circunstanciales o periféricas, requieren mucho trabajo de gran finura racional y jurídica.
Las consecuencias para el agresor y su víctima, tras el hecho impactante de una agresión sexual, del resultado del proceso, suelen desbordar las esferas de ambos, expandiéndose no solo a familiares y a amigos, sobre todo cuando las cadenas de redes sociales y mediáticas entran en juego.
La narración que propone El acusado funciona a la vez como un puzle y una compleja tela de araña. La multiplicidad de personajes, sus iteraciones, las fases procesales, convierten en un desafío para el espectador, el seguimiento del relato, su implicación o no en su desarrollo e inevitablemente, su compromiso con la solución por la que se decanta la película. Esa es una de sus virtudes, si aceptas el reto propuesto por Attal, porque de lo contrario acusarás cierta morosidad expositiva de la narración, un problema que subyace en la película y que tiene que ver con una elección deliberada por parte del guion y de su director. Esa propuesta de Attal es que el espectador, a la vez que sigue los avatares del proceso, conozca no solo a los dos protagonistas del drama, cuyas claves residen en si el acto sexual fue consentido o no o si lo fue bajo una insoportable presión de miedo, sino cómo ese hecho estalla en dos familias porque la joven víctima de la agresión es la hija de la nueva pareja de su madre. El reflejo de esos hechos en sus familias, la llamada de la sangre, los prejuicios y las ideologías, que se tambalean cuando te afectan directamente; todo un mapa de tensiones emocionales, de turbiedad, porque Attal, sitúa la acción en un París de alta burguesía, con connotaciones árabes, extremismos religiosos, militancias feministas, un telón de fondo que complica las visiones que extraemos de la cinta.
Personalmente creo que El acusado ofrece más en el debate de las ideas y los conflictos dramáticos que pueden apasionar al espectador, y que no creo que satisfagan a movimientos como Me Too, que en sus conceptos estrictamente cinematográficos, entre los que destaca la funcionalidad de la puesta en escena y un reparto con excelentes bazas veteranas como Charlotte Gainsborough, Mathieu Kassovitz o Pierre Arditi.
‘El acusado’ plantea un conflicto entre familias de la burguesía parisina tras una denuncia de violación
Yvan Attal demuestra que ideologías y prejuicios se tambalean cuando nos afectan directamente