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“Los dueños no podemos ser un embudo”
Forman un dúo profesional bien avenido, que lleva compartiendo los mandos de su compañía de creación y distribución de bebidas prémium dieciséis años. Juntos han concebido once marcas. Gin Mare, su primogénita, se acaba de independizar.
El antiguo director general de Coronita, Valentín Diez-Morodo, hizo de celestino. En el hotel Villa Magna de Madrid citó –allí también se realiza esta entrevista– a su sobrino segundo Alfonso Morodo (Madrid, 1973) y a Antonio Pardo (Valencia, 1972), su antiguo responsable comercial. Con experiencia en la distribución de bebidas alcohólicas, los dos querían concebir su propia etiqueta. Juntos fundaron, en 2006, Global Premium Brands, la primera semilla de Vantguard, una compañía creadora de marcas “de lujo líquido accesible”, como Gin Mare, en colaboración con Destilerías MG, su primogénita, número uno en la categoría Ginebra Ultra premium, según el último informe de IWSR, y que acaban de vender a la americana Brown-Forman Corporation, dueña de Jack Daniel’s. Tras este pelotazo –cifra no desvelada por contrato–, en su catálogo conservan otras diez firmas, como Gin Raw, Bonanto Aperitive o los mixers Seventeen, que venden en ochenta mercados. Estiman cerrar el año con una facturación de 50 millones de euros, un 20% más que en 2021.
– Mucho nombre extranjero, ¿hay complejo a confesar el origen?
Alfonso Morodo: El mundo prémium suena mejor en inglés o en francés. El premiumness español no se vende tan bien. Por desgracia, como marca país, nos hemos caracterizado por el bueno, bonito y barato, mientras otros trabajan más por modelar su imagen de calidad. Nosotros, aunque estamos llegando, no tenemos ese halo de exclusividad. Siendo español cuesta más que te consideren de máxima calidad.
Antonio Pardo: En los últimos diez años esto está cambiando. La alta gastronomía está ayudando muchísimo a ponernos nombre.
– ¿Da resaca emprender?
A. M.: Aporta sabiduría. Te ayuda a comprender el arte de fallar para aprender. En la creación de marcas jamás acertamos a la primera. Queremos que el equipo falle porque sólo así demuestra que se está atreviendo y apostando por cosas diferentes, que siempre son mucho más arriesgadas. Equivocarse significa que aquello que intentaste no ha funcionado, no que lo hayas hecho mal. Se llama fracaso, pero es una enseñanza.
A. P.: Hay que creer a pies juntillas en lo que estás haciendo y trasmitírselo a tu plantilla. Para nosotros es fundamental que a los 45 trabajadores les brillen los ojos. Si están tristes, sólo deteriorarán la generación de valor del negocio. A la empresa la vida se la damos las personas. Y para que brillen hay que hacerles partícipes del proyecto, que se sientan también como propietarios. Les permitimos que aporten su criterio.
– ¿Y tres no son siempre multitud?
A. M.: Como nunca hay una verdad única... con esto se aprende a crear el proyecto y compartirlo.
– Como en cualquier pareja, entiendo que en esta hay que ceder...
A. M.: Sí y también escuchar antes de hablar. Hemos aprendido con los años, tras muchas conversaciones, que uno de los grandes problemas que tenemos las personas es el ego; cuando el ego supera al talento se destruye el valor. Trabajamos de una manera muy abierta, todos pueden ver que no siempre pensamos igual. – Pasa en las mejores familias...
A. M. : Claro. Si la decisión es complicada y no estamos de acuerdo, nos
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Para que los empleados brillen hay que hacerles partícipes del proyecto, que se sientan también como propietarios” “
Creemos en el liderazgo horizontal, damos mucha libertad e invitamos al error para construir una verdad común entre todos” “
Es muy difícil trabajar en bicefalia; esto no es idílico. Desgasta mucho. Trabajamos siempre por escucharnos y entendernos”
retiramos, tomamos distancia y llegamos a un entendimiento. Nunca personalizar una discusión.
– Veo que la clave está en el reposado, como en los alcoholes.
A. P. : Si no hay quorum, aparcamos el tema y lo retomaremos después, quizás con otra perspectiva.
– Como padres del proyecto, ¿los problemas se llevan a la cama?
A. M.: Sí, es irremediable. Lo que hay que hacer es saber gestionarlos. Hoy, pocas cosas me quitan el sueño.
A. P.: ¡Es imposible desconectar! Como directores de la compañía estamos a su servicio. Y te acostumbras a vivir con ello.
– ¿Los jefes veranean a la vez?
A. P.: La segunda quincena de agosto solemos coincidir los dos. Para llegar a este punto, hay que saber delegar, que cuesta, porque hay que entrenar el ego para descubrir y aceptar que tienes a gente mejor que tú en algunas materias. Sólo así crece la empresa. Los dueños no podemos convertirnos en un embudo que impida avanzar. Si el director siempre dice la última palabra al final la plantilla hace lo justo... En nuestra empresa odiamos la palabra jefe.
A. M.: Creemos en el liderazgo horizontal, damos mucha libertad e invitamos al error para construir una verdad común entre todos.
– Son casi bígamos.
A. P.:. Sí, sí, se podría decir. Es muy difícil trabajar en bicefalia; esto no es idílico. Desgasta mucho. Esta manera de operar nos ha hecho respetar y admirar a la otra persona. También el no estar solo nos permite tener más seguridad a la hora de tomar decisiones. Que dos se equivoquen en lo mismo es más complicado...
A. M.: Y, si no, se comparte el fallo. – Y ¿qué matrimonio es más llevadero, el personal o el profesional?
A. M.: [Risas] En el plano laboral sólo hay un objetivo clave: el negocio, que está por encima de todo... En casa hay etapas, problemas, niños...
A. P.: Sin duda resulta mucho más sencillo el profesional. Ya está.