Las elecciones de Brasil y la búsqueda de la recuperación económica
PREVISIONES/ Los economistas esperan que el crecimiento del PIB se ralentice el próximo año y caiga por debajo del 1%, dada la confluencia de los elevados tipos de interés, un escenario global desfavorable y la situación política.
Para las elecciones de este domingo, la población brasileña tendrá que elegir entre el Gobierno de libre mercado de Bolsonaro o el más intervencionista encumbramiento del Brasil de Lula durante los primeros años del siglo XXI, que terminó en batacazo en 2014. En aquella época, el país se sumó al boom global de las commodities, aumentando sus exportaciones de materias primas y alimentación a una China ávida de recursos, para después caer en una brutal recesión de la que aún no se ha recuperado. Desde entonces, la economía no ha experimentado casi el más mínimo movimiento. De media, el producto interior bruto ha crecido solo un 15% durante el decenio que terminó a finales de 2021. El nivel de vida ha descendido en un país en el que la clase media había ido creciendo y, pese a ser uno de los principales productores agrícolas del mundo, la inseguridad alimentaria ha aumentado.
“El bajo crecimiento de Brasil desde el final de los anteriores superciclos de commodities, en 2014, ha sorprendido incluso a los pesimistas”, afirma Marcos Casarin, responsable de la sección de Economía Latinoamericana de Oxford Economics. “La renta per cápita sigue estando un 10% por debajo del pico alcanzado en 2013, y tardará aún cuatro años más en volver a ese nivel”. Durante el periodo previo a las elecciones de este domingo, la información política ha estado dominada por una serie de controversias en relación con los dos principales candidatos: si Jair Bolsonaro respetará o no el resultado si pierde y la posible vuelta al poder del anterior líder, Luiz Inácio Lula da Silva, tras haber pasado por la cárcel por cargos de corrupción.
Pero ahora que los brasileños se disponen a votar el 2 de octubre, la principal cuestión que ocupa sus pensamientos es el descenso generalizado de la calidad de vida.
“Si caminas por el centro de São Paulo o de otras ciudades, verás un montón de personas que pasan hambre”, relata Maria Isabel da Costa, gerente de un restaurante en la ciudad. “La gente tiene muchas dificultades para mantenerse”. Tanto Bolsonaro como Lula han prometido una senda hacia la prosperidad, pero ambos propugnan visiones radicalmente diferentes para reavivar la mayor economía de Latinoamérica.
Lula, exsindicalista que gobernó Brasil entre 2003 y 2010, en el momento álgido del boom de las commodities, encabeza los sondeos con una diferencia de diez puntos porcentuales.
Su intención es hacer girar de nuevo las políticas económicas en torno al Estado y utilizar las inversiones gubernamentales –y, en concreto, las destinadas a infraestructuras– para estimular el crecimiento. Sin embargo, gran parte de su discurso se ha centrado en logros del pasado, y no en nuevas propuestas económicas. Con Bolsonaro, los votantes no pueden esperar sino la continuidad del libre mercado y de la agenda proempresarial de su ministro de Economía, Paulo Guedes, empeñado en reducir la burocracia, promover la privatización y simplificar la normativa laboral. Aunque, para la sociedad en general han pasado mayoritariamente inadvertidas, muchas de las reformas microeconómicas de su Gobierno han sido alabadas por la comunidad empresarial del país.
Sin embargo, ningún candidato se ha centrado en los dificultosos cambios estructurales considerados necesarios para mejorar la productividad y generar crecimiento a largo plazo, incluida la reforma de su endiabladamente complejo sistema impositivo, además de considerables inversiones en infraestructuras y educación. Lo anterior es cuestión, en parte, de prioridades políticas, pero al mismo tiempo es reflejo del sistema de representación proporcional de Brasil, en el que ningún candidato consigue hacerse jamás con la mayoría del Congreso, órgano legislativo federal.
Quien quiera que resulte elegido se verá obligado a negociar con el Centrão, difuso bloque político que engloba a casi la mitad de los diputados de la cámara baja y cuyo apoyo solo es posible conseguir a cambio de fondos para las correspondientes circunscripciones. En opinión de las voces críticas, esta política clientelar socava el crecimiento, al desviar valiosos recursos gubernamentales de los lugares donde realmente se necesitan.
Evandro Buccini, economista de Rio Bravo Investimentos, argumenta que el crecimiento se mostrará esquivo mientras no se acometan grandes reformas. “Nuestros índices de inversión y ahorro son bajos, nuestro perfil demográfico se ha deteriorado y, lo más importante, la productividad no crece. A efectos de productividad, Brasil lleva veinte o treinta años estancado”. “Si hablamos de [mejorar la] productividad, tenemos que hablar también de educación y comercio, ninguno de los cuales aparecen detallados en los programas de Lula ni de Bolsonaro”.
La renta per cápita en Brasil sigue estando un 10% por debajo del pico alcanzado en 2013
La Administración Bolsonaro reaccionó con triunfalismo a la publicación de las últimas cifras de crecimiento, este mismo mes. “Brasil vuela”, exclamó Guedes, en referencia al crecimiento del PIB durante el segundo trimestre, superior en un 1,2% al del trimestre anterior.
Este dato –más positivo de lo esperado– ha impulsado a varios bancos de inversión a revisar al alza sus previsiones para este año, que han llegado a situar por encima del 2,5%. El motor de la recuperación han sido los servicios, que han complementado a las exportaciones de commodities, convertidas en uno de los pilares de la economía.
A todo ello se suma la reducción del desempleo, que ha pasado del doble dígito al punto más bajo desde 2015, y el descenso paralelo de la inflación. Sin embargo, por más aspavientos que haga el Gobierno ahora con las elecciones, los nubarrones del horizonte a largo plazo siguen sin desaparecer.
Los economistas esperan que el crecimiento del PIB se ralentice el próximo año y caiga por debajo del 1%, dada la confluencia de los elevados tipos de interés, de un escenario global desfavorable y de una situación política incierta. No obstante, el problema subyacente es la dificultad de Brasil para encontrar un modelo de crecimiento económico general efectivo y sostenible. En los años previos al crac de 2014, el izquierdista Gobierno de Dilma Rousseff recurrió al gasto para mantener el impulso. Esto, unido al hundimiento simultáneo de los precios de las commodities, acabó por provocar una recesión.
“El crecimiento de Brasil se debía a la influencia del sector público; el Estado y las empresas estatales estaban orientados a apoyar el crecimiento económico”, rememora David Beker, principal economista especializado en Brasil del Banco de América en São Paulo. Aunque las agroempresas se han disparado durante los últimos años y representan ya más del 25% del PIB, sus ganancias se han visto eclipsadas por el dilatado declive de la industria. Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, la producción industrial se redujo en más de un quinto durante los diez años anteriores a los últimos meses de 2021.
Es un fenómeno descrito como desindustrialización “prematura”, dado que la pérdida manufacturera ocurrió antes de lo que cabría esperar, teniendo en cuenta el grado de desarrollo del país.
Muchos culpan de la situación a lo que se conoce como “Custo Brasil”, es decir, la combinación de la burocracia, el complejo sistema impositivo y las deficientes infraestructuras logísticas, que suben el coste de los negocios en el país.
Otros la consideran herencia de la relativamente cerrada economía brasileña y restos de las políticas proteccionistas, que –afirman– se han traducido en pérdidas de competitividad y dinamismo.
Guedes, educado en la Universidad de Chicago, a las ór