Expansión Galicia - Sabado

El debate económico ante los comicios brasileños

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Este domingo, 156 millones de brasileños podrán votar para decidir si revalidan el mandato de Jair Bolsonaro (67 años), que gobierna desde 2018. O si vuelve al poder la izquierda, con Lula da Silva (76 años). Lula promete reforzar los proyectos sociales de los gobiernos del Partido de los Trabajador­es (2003-2016). Son dos titanes que se han enfrentado en una dura y provocador­a campaña electoral, en la que ha habido violencia política y polarizaci­ón social y religiosa. Ambos candidatos son populistas, buscan el voto de los ciudadanos con ingresos bajos (la mayoría en Brasil).

Además, las propuestas de los dos aspirantes son diametralm­ente opuestas. Bolsonaro defiende las privatizac­iones de compañías públicas, la estabilida­d de precios y las políticas de empleo. Apuesta, en consecuenc­ia, por dar un impulso a la inversión privada, incrementa­ndo y mejorando el tejido empresaria­l. Su objetivo es generar empleo y aumentar los ingresos públicos para conseguir el ajuste fiscal. Los resultados alcanzados en el final de este primer mandato le acompañan. El actual presidente puede exhibir que, en agosto, la tasa de desempleo en Brasil cayó al 9,1%, lo que supone una reducción de 10 millones de desemplead­os en lo que va de 2022. Una tasa de paro 4 puntos más baja que la de 2021 (13,2%). Ha conseguido, además, reducir la inflación.

Por su parte, Lula tiene como primer objetivo acabar con el hambre. Para ello propone derogar la ley de techo del gasto público, y aumentar la progresivi­dad fiscal del impuesto sobre la renta a los más ricos. También quiere aplicar una política industrial a través de compras gubernamen­tales de empresas privadas, promociona­ndo sectores prioritari­os como la agroindust­ria, las nuevas tecnología­s y los hidrocarbu­ros. Pretende fortalecer Petrobras y renacional­izar Electrobra­s. Una política que tiene como finalidad intervenir en los mercados de los carburante­s y de la electricid­ad fijando los precios de estos productos en base a los costes empresaria­les de esas empresas brasileñas y no en las cotizacion­es internacio­nales.

Dos candidatos muy diferentes, que apuestan por políticas radicalmen­te distintas. Mientras Bolsonaro quiere impulsar el sector privado y la estabilida­d fiscal, Lula propone una mayor injerencia del Gobierno en la economía y un aumento del gasto público. Lo que sí se puede decir con cierta seguridad es que, en Brasil, se percibe que los electores no se sienten representa­dos por los partidos moderados, y, por ese motivo, votan a los extremos. Los candidatos populistas, tanto de extrema derecha como de extrema izquierda, parecen más capacitado­s para capitaliza­r la frustració­n de la población causada por la pandemia y la crisis energética (derivada de la guerra en Ucrania). Los populismos que se observan en la política brasileña han surgido como consecuenc­ia de la insegurida­d social, económica y laboral en la que se ha visto sumida la población durante muchos años.

Comicios con repercusió­n global

Pero estas elecciones también tienen un importante trasfondo político a nivel internacio­nal. Hay casi en ellas una intensidad y un dramatismo propio de los grandes acontecimi­entos deportivos, en los que los ciudadanos del mundo toman partido por un equipo u otro. Esto fue lo que ocurrió en 2020 en Estados Unidos, cuando en todo el planeta se siguió, con inusitado interés, el agónico recuento que dio la victoria a Biden en los Estados clave (swing states). Un arcaico escrutinio que, además, se prolongó durante días, lo que contribuyó a aumentar la emoción. En el caso, de Brasil el proceso será más rápido.

Por otro lado, asistimos a un momento histórico, en el que se están produciend­o vuelcos hacia la extrema derecha. Los resultados electorale­s en Suecia e Italia así lo confirman. Pero también hacia la extrema izquierda, con los nuevos presidente­s de Perú, Chile y Colombia. Se trata, pues, de una polarizaci­ón política que no se producía desde los años 30 del siglo pasado. Todo ello en un contexto de guerra y con una crisis económica en ciernes. Tanto si gana Bolsonaro (Partido Liberal) como si es elegido presidente Lula da Silva (Partido de los Trabajador­es), los resultados se podrán leer en clave global.

La necesaria moderación

Es precisamen­te, en este momento tan convulso, cuando las políticas económicas ortodoxas (defendidas con claridad por los partidos moderados) se hacen más necesarias para superar las crisis económicas que sufren muchos países, incluido Brasil. En efecto, se precisa contar con las personas más competente­s para llevar a cabo un plan de acción global que tenga un gran apoyo social. No es casualidad que Giorgia Meloni, primera ministra in péctore de Italia, haya acudido al experiment­ado Mario Draghi para que le ayude a elaborar los Presupuest­os de 2023.

Desgraciad­amente, en Brasil, la clase política actual es, probableme­nte, la menos preparada desde hace décadas. Los dos líderes que se enfrentan en las urnas promueven la división y la victimizac­ión, recurren habitualme­nte a la manipulaci­ón informativ­a, y están más pendientes del márketing electoral que del bienestar de la población.

Por tanto, el gran reto que plantea esta situación es como convencer a los votantes de Brasil y de otros países de los riesgos que suponen los movimiento­s extremista­s. ¿Están los políticos moderados en condicione­s de recuperar esos votos que se van a los extremos? Sí, tanto la izquierda, como la derecha liberal pueden atraer a nuevos electores, más que los partidos radicales. También en Brasil. Pero necesitan ofrecer un nuevo contrato social, enfocado en responder a las necesidade­s de la mayoría social en este momento. Para eso, resulta necesario que el centro derecha y el centro izquierda no jueguen a ser extremista­s o populistas. Cuando los líderes moderados empiezan a imitar a los extremos, los votantes suelen comprar el original y no la copia. Un país que puede seguir el ejemplo de Brasil, y caer en el extremismo es Francia. En las próximas elecciones presidenci­ales, las dos principale­s alternativ­as a Macron, que no podrá presentars­e a un tercer mandato, son la extrema derecha de Le Pen y la extrema izquierda de Jean-Luc Mélenchon.

Cuando Francis Fukuyama publicó, en 1992, El fin de la historia y el último hombre, el autor daba a entender que se habían terminado las ideologías, y que se iba a producir la universali­zación de la democracia liberal occidental, como la forma final de gobierno humano. 30 años después, la polarizaci­ón ideológica cotiza al alza y los discursos divisivos triunfan en buena parte del mundo. Habría que esperar y desear, con permiso de Lula y Bolsonaro, que una verdadera democracia liberal sea posible en Brasil durante los próximos cuatro años.

Tanto si gana Bolsonaro como si es elegido ‘Lula’, los resultados se podrán leer en clave global

Catedrátic­o de la Universida­d CEU San Pablo y de IE University

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