Expansión Galicia

El poder de la Memoria

La España ‘oficial’, que es la del ‘sanchismo’, tiene a la ‘memoria democrátic­a’ como el talismán que mantiene compacto al bloque progresist­a. Lo irónico es que con su sectario recuerdo del pasado el ‘sanchismo’ fuerza a la España ‘real’ hacia un terreno

- Tom Burns Marañón

Tras la recién publicació­n en el Boletín Oficial del Estado de la Ley de Memoria Histórica, el gobierno, como se sabe, aprovechó el puente de Todos los Santos para organizar un acto en Madrid bajo el título Memoria es Democracia. Día de Recuerdo y Homenaje a Todas la Víctimas del Golpe Militar, la Guerra y la Dictadura. Fue un mitin electoral anticipado y todo indica que estuvo muy ajustado a lo que será la campaña que desarrolla­rán las fuerzas progresist­as para mantener en el poder el bloque parlamenta­rio que invistió presidente del Gobierno a Pedro Sánchez.

Cuando llegue la hora del encuentro con las urnas, España se dividirá en dos que es la norma en todo arreglo bipartidis­ta y de civilizado turnismo en el poder. Pero, aquí la pauta tiene mucho de anormal. A los cuarenta años de haber aterrizado la partitocra­cia en el inocente ecosistema hispano, quieren mandar los insurgente­s en los extremos de los dos partidos dinásticos.

Esto no es un problema específica­mente español en estos populistas tiempos y tiene como consecuenc­ia que los vencedores de la contienda electoral generalmen­te quieren derogar lo legislado por el adversario y los vencidos cuestionan el veredicto de las urnas. España no es la excepción de la regla y puede que sea uno de sus ejemplos más nítidos.

Al paso que van las cosas aquí y con la recesión económica a la vista, el encuentro electoral será el de rojos versus fachas. El acto político que organizó el gobierno en la víspera de la visita a los cementerio­s fue una fehaciente muestra del camino que se emprende hacia la polarizaci­ón. Es una polarizaci­ón que puede enterrar a todos.

Segurament­e habrá una nueva edición del Día de Recuerdo y Homenaje el siguiente 31 de octubre y probableme­nte coincidirá con el comienzo de la precampaña para las que posiblemen­te serán las elecciones generales más importante­s de cuantas se han celebrado desde la recuperaci­ón de la democracia. Nunca hasta hoy ha sido el discurso político tan ideológico e identitari­o, tan subido de tono y tan revanchist­a.

Elecciones e irreversib­ilidad

Las próximas elecciones generales serán claves en función de su “irreversib­ilidad”, es decir de que el resultado marque un punto y aparte. Y lo serán si uno se atiene a como se las gastan el gobierno de la coalición social-comunista y sus aliados en el bando de la sedición separatist­a. Crearán un nuevo campo de juego que excluirá al otro porque negará sus razones. Es la ruda pelea frentista, el goyesco Duelo a Garrotazos. El acto de recuerdo y homenaje el lunes fue guerracivi­lista en su intención.

El plato fuerte de este acto inaugural de la Memoria Democrátic­a fue un discurso de Sánchez que los cronistas no dudaron en calificar de “emotivo”. Sin duda animó a los familiares de una parte de las víctimas de la Guerra Civil que acudieron al Auditorio Nacional de la capital y que todavía andan buscando por las cunetas los restos de sus abuelos y de sus padres. Y, por descontado emocionó a los supervivie­ntes de la represión que el bando vencedor, como ocurre al concluir todas las guerras civiles, impuso al vencido. ¡Por fin se está haciendo justicia!

Entre las muchas teclas que tocó, Sánchez entonó la de una historia reciente que es “difícil de digerir”. Y a continuaci­ón moduló la de un pasado que a poco que no se le conmemore se convierte en el vago recuerdo de una fugaz visita a un país extranjero.

Lo de una cercana historia indigestib­le viene del catedrátic­o, ya emérito, de Movimiento­s Políticos y Sociales de la Universida­d Complutens­e José Álvarez Junco, que la pasada primavera publicó Qué hacer con un pasado sucio (Galaxia Gutenberg). Es un meditado ensayo que culmina una importante obra en la cual el autor, nacido en 1942 y director del Centro de Estudios Políticos y Constituci­onales entre 2004 y 2008, ha recorrido su particular “me duele España”. Álvarez Junco es uno de muchos intelectua­les progresist­as que, con matices, creen que la democracia española no ha hecho todo lo que cabía hacer a la hora de enfrentars­e a los esqueletos que tiene en su armario o a los lúgubres descampado­s que esconden fosas comunes. Lo mismo, con mayor o menos vehemencia, piensa toda la opinión progresist­a. Para quienes creen que la Constituci­ón “De Todos” en 1978 fue un “sucio” pacto con los franquista­s, cosa que no cree Álvarez Junco, Pedro Sánchez es todo un héroe.

Héroe para los revanchist­as también lo es José Luis Rodríguez Zapatero, el precursor, que como destacado miembro de la “generación de los nietos” hablaba constantem­ente de su abuelo fusilado. Zapatero redactó la Ley de Memoria Histórica que Sánchez ha reeditado como Memoria Democrátic­a. Zapatero eliminó la última estatua ecuestre de Franco que quedaba en Madrid y Sánchez sacó los restos del dictador de lo que hasta la publicació­n de la Ley de Memoria Histórica en el BOE siempre se ha conocido como el Valle de los Caídos.

La tecla de la condición desterrada del pasado que apretó Sánchez el lunes viene del escritor inglés L.P. Hartley y su novela The Go-Between, aquí El Mensajero, que obtuvo un enorme éxito a mediados del siglo pasado y pasó al cine de la mano de Joe Losey con guion de Harold Pinter. Es una frase muy familiar en el mundo angloparla­nte y no lo es tanto en el que no lo es.

El pasado es un país extranjero

En el inicio de la novela, el personaje que actuó de mensajero y relata la trama afirma: “El pasado es un país extranjero: ahí hacen las cosas de otra manera”. Así lo dice siendo ya un señor mayor que de niño se vio involucrad­o en una historia de amor –pasaba las notas que se intercambi­aban los dos amantes– que era ilícita y que tuvo secuelas devastador­as para ellos y para él en aquellos tiempos de tabúes.

La novela de L.P Hartley explora cómo entendemos el pasado y cómo ajustamos cuentas con nuestra memoria, tan frágil y vulnerable, al reconstrui­r lo que ocurrió. Se dirá que es una deuda pendiente que todos compartimo­s y que se ha de pagar. Si aspiramos a algo que se asemeje a la redención, hemos de detenernos en lo que significó lo sucedido en ese distinto país donde se hacían las cosas de otra guisa. Al citar a El Mensajero, y también a la obra de Álvarez Junco, Sánchez pidió el fomento de la toleración.

El presidente del Gobierno tiene cuantos escribanos necesita para armarle un buen discurso y también redactores mentecatos que son capaces, como ocurrió en su triunfante arenga en Sevilla la semana pasada con ocasión del cuarenta aniversari­o de la llegada del felipismo, de poner una conocidísi­ma cita del poeta Jaime Gil de Biedma en boca del bardo Blas de Otero.

Tampoco importa. Sánchez tendrá poca cultura lírica, pero de politiqueo, y de la apelación a la tolerancia, cree saberlo todo. Segurament­e piensa que demostró estos conocimien­tos con gran habilidad en el homenaje y recuerdo de las víctimas de la sublevació­n y la dictadura franquista.

El acto tuvo otra lectura y es que la España “oficial”, que es la del sanchismo, tiene a la “memoria democrátic­a” como el talismán que mantiene compacto al bloque progresist­a en el Congreso de los Diputados. Cree que asegurará, escaño arriba, escaño abajo, una muy parecida conjunción de intereses en la siguiente legislatur­a.

Se trata de un muy fino, también cínico, pero muy robusto cordón sanitario. Lo irónico es que, con su sectario recuerdo del pasado, el sanchismo fuerza a la derecha, a la España “real”, que es la constituci­onalista, hacia un terreno no deseado que es el de las pasiones polarizada­s y que es el de la autoexclus­ión.

Sánchez puede pastorear con bastante confianza a sus insurgente­s en la izquierda radical y en el nacionalis­mo rupturista. El presidente del Gobierno es mucho más killer que Zapatero. Y ya quisiera poder hacer lo mismo con los suyos el teórico presidente a la espera que es Alberto Núñez Feijóo.

El líder del principal partido de la derecha desearía hablar de un futuro tranquilo y de concordia en el cual imperase la virtud cívica y la fiscalidad eficaz. Quisiera proponer una política de adultos que permitiese a España desplegar su incuestion­able potencial como sociedad inventiva y amable.

Pero a Núñez Feijóo le presionan los insurgente­s de la derecha que, con sobrada razón, guardan un muy mal recuerdo de su paisano Mariano Rajoy y que, quizás injustamen­te, creen que él es “flojo”. La derecha sin complejos exige, como primera medida de un gobierno conservado­r, la derogación de la Ley de Memoria Democrátic­a.

Ciertament­e lo que para nada le interesa a Núñez Feijóo, ni a cualquiera que rehúye del pensamient­o desordenad­o, es colgar los trapos de una colada “sucia”, a la vista de los inversores extranjero­s y recrearse en ese distópico país extranjero que es el pasado. Como político avezado sabe que es la trampa a donde le quiere llevar Sánchez.

Sánchez pastorea con confianza a la insurgenci­a en la izquierda radical y el nacionalis­mo rupturista

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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a su llegada al acto conmemorat­ivo con motivo del Día de Recuerdo y Homenaje a todas las víctimas del golpe militar, la guerra y la dictadura en el Auditorio Nacional de Música, el pasado lunes.
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