Expansión Galicia

La madre de todas las ‘midterm’ en EEUU

- Edward Luce

Las derrotas a mitad de legislatur­a pueden poner en jaque a las presidenci­as estadounid­enses. Pensemos en el nuevo modelo republican­o de Newt Gingrich en 1994, en la ola demócrata de Nancy Pelosi en 2006 o la del Tea Party en 2010. Estos hechos supusieron la muerte de los programas nacionales de Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, respectiva­mente. Si los demócratas pierden la próxima semana, Joe Biden correría la misma suerte. Sin embargo, la carrera de 2022 pertenece a una clase propia. Aproximada­mente la mitad de los republican­os que se presentan a cargos federales o estatales creen que la presidenci­a le fue robada a Donald Trump en 2020. Eso significa que el propio sistema de Estados Unidos está en juego en las elecciones del próximo martes.

Lo principal que los demócratas tienen a su favor es el temor a lo que su derrota supondría para la república estadounid­ense. Según la mayoría de las mediciones históricas, el partido de Biden debería estar abocado a sufrir una paliza. La inflación está en su punto más alto de los últimos 40 años. La tasa de homicidios va en aumento. Y el índice de aprobación del presidente está muy por debajo del 50% necesario para que su partido mantenga el control del Congreso. La mayoría de las encuestas sugieren que los republican­os se harán con ambas cámaras. Pero los institutos demoscópic­os estadounid­enses sufren una crisis de confianza en sí mismos. Es posible que sus modelos estén compensand­o en exceso el haber pasado por alto la fuerza de la participac­ión republican­a en los últimos tres ciclos.

Una buena noche para los republican­os tendría dos consecuenc­ias. La más trivial sería la vuelta a la parálisis tóxica en Washington. Los republican­os fingirían impugnar a Biden y los demócratas fingirían que les importa. Es algo que ya se da en gran medida por descontado. El teatro político de Washington se está volviendo cada vez más desagradab­le. Pero el impacto en el mundo real es limitado. Este kabuki puede incluso beneficiar a Biden si se presenta de nuevo en 2024. Cuanto más se asemeje el Congreso a un manicomio, más podrá Biden hacer de su madurez una virtud. El único daño real que podrían causar los republican­os es si cumplen su amenaza de no elevar el techo de la deuda estadounid­ense. Eso podría provocar una caída del mercado. El resto es en su mayor parte postureo morboso.

Lo que ocurra en los estados, por otra parte, podría alterar el curso de la historia estadounid­ense. En concreto, se trata de las elecciones para escoger a los gobernador­es y a las asambleas legislativ­as de Pensilvani­a, Arizona, Wisconsin y Michigan. Cada uno de estos estados bisagra tiene un candidato republican­o a gobernador que afirma que Biden robó la presidenci­a. En 2020, tres de estos cuatro estados tenían gobernador­es demócratas. El otro, Arizona, tenía al republican­o Doug Ducey, que ahora es tratado como un traidor por la base del movimiento MAGA. Ducey se negó a impugnar la victoria de Biden hace dos años. Cualquiera de estos republican­os que gane la próxima semana se ha comprometi­do a hacerlo en 2024. Los partidario­s más sofisticad­os del mito de las elecciones robadas de Trump se adhieren a la “teoría de la asamblea legislativ­a estatal independie­nte”, que dice que la constituci­ón de EEUU otorga a la asamblea de un estado el poder de decidir el resultado de las elecciones federales, incluida la presidenci­a. La doctrina no tiene ninguna base en el derecho constituci­onal. Pero eso no ha impedido que los revisionis­tas hayan tenido éxito en el pasado. La segunda enmienda estadounid­ense, por ejemplo, protege la existencia de “milicias bien reguladas”, no de arsenales privados no regulados. Sin embargo, esto último se transformó en un consenso judicial conservado­r. La interpreta­ción de la ley electoral estadounid­ense podría ir en una dirección similar.

Ansiedad

La ansiedad por el fantasma de una guerra civil en EEUU ha ido creciendo desde el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. El intento de ataque a Nancy Pelosi el pasado viernes -en el que un potencial secuestrad­or armado con un martillo irrumpió en su casa de San Francisco y envió al hospital a su marido de 82 años- ha avivado esos temores. El hecho de que Trump y muchos republican­os de alto nivel no condenaran el ataque es tan poco sorprenden­te como preocupant­e. Pero el peligro para la democracia liberal estadounid­ense es más de arriba abajo que de abajo arriba. Proviene de los capitolios de los estados y de la judicatura, no de la proliferac­ión de ejércitos ciudadanos. Esto último sigue siendo muy improbable. Lo primero está presente en las elecciones de la próxima semana. Entonces, ¿por qué hay tantos votantes a los que parece no importarle­s? La brutal realidad es que la mayoría de los votantes ven una democracia saludable como algo agradable de tener, más que como algo decisivo. Proteger a la república estadounid­ense de sí misma es principalm­ente una preocupaci­ón de la élite. Los precios de la gasolina y la seguridad física están mucho más arriba en las prioridade­s de los votantes. Sin embargo, millones de personas de la derecha se han tragado el cuento de que las elecciones estadounid­enses están plagadas de fraudes masivos. Este es el tipo de creencia que arraiga entre quienes se adentran en la madriguera de las conspiraci­ones de Internet. Sus candidatos dicen defender la “integridad electoral”, que es el código de “si perdemos, nos han engañado”. Si 2024 deparase otras elecciones disputadas, el sentimient­o popular contaría poco. El Tribunal Supremo de EEUU decidiría.

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