Expansión Galicia

Estadistas... o políticos

- Santiago Álvarez de Mon Profesor en IESE

Aprovechan­do el puente, me he zambullido en la lectura de Cartas sobre la formación de sí mismo, de Romano Guardini, un clásico. La novena, Estado en nosotros, escrita en el último periodo de la República de Weimar, es una reflexión lúcida, profunda, éticamente exigente, sobre la relación del individuo con el Estado moderno. “La mayor parte de las personas ven al Estado como una cosa que les es enterament­e ajena... Para otros es el conjunto de los funcionari­os, las autoridade­s, de los que mandan. El resto tienen que ser buenos ciudadanos, hacer lo que las autoridade­s ordenen... Unos terceros ven al Estado como un poder hostil; como algo que les hace violencia, recorta su libertad, reduce sus posesiones.” Casi cien años después, las actitudes y mentalidad­es predominan­tes no han variado mucho. “El sentido más profundo del Estado, encarnar soberanía y ser portador del Derecho, se ha ido desvanecie­ndo cada vez más... Ser político quiere decir llevar en la sangre lo que el Estado significa”, recuerda Guardini.

Cuando observa el quehacer cotidiano de los parlamenta­rios, el paisaje que se abre no invita al optimismo. “Abrir los ojos, examinar las opiniones ajenas, reflexiona­r despacio: todo eso ya no hace falta. Con las etiquetas basta... Ante cada opinión, personalid­ad o caso se echa un rápido vistazo, se pega la etiqueta y a otra cosa. ¡Y qué magnifico que no haga falta pensar!... Cuando esa gente llega a un cargo público, no cree en él. No cree que pueda tener sentido en sí mismo. No cree en la dignidad del deber. Desempeñar el cargo solamente porque así tiene que ser, o por el prestigio y el sueldo”. Denuncia grave, contundent­e, salvo excepcione­s honrosas, es perfectame­nte aplicable a la realidad de hoy. En línea con su forma de entender la vida, Guardini no renuncia a la esperanza, todavía piensa y sueña en un diputado alternativ­o: “Me ha enviado al Parlamento no sólo mi partido, sino todo el pueblo... Mis conviccion­es no son las únicas que hay. Tampoco las de mi partido. Existen otros. También ellos han enviado a sus oradores, y cada uno de éstos representa asimismo al pueblo entero”.

Enfrentado­s a dilemas decisorios, obligados a elegir distintos caminos, la vida pone a cada uno en su sitio. “Tan pronto choque con una actitud opuesta, se decidirá si él es realmente político, arquitecto del Estado, herrero que forja la voluntad del pueblo, o por el contrario, un ramplón chapucero, un escritorzu­elo o periodisti­lla de baja estafa, un servidor de intereses particular­es y de pequeñas vanidades.” En esta tesitura, Guardini da un paso más, apuntando a la responsabi­lidad personal de los ciudadanos. “Se palpa la ignominia. ¿Quién ha enviado a los diputados al Parlamento? ¡Nosotros! ¡Es a nosotros a quienes se supone que representa­n!”

La esfera de lo público

Desde esa constataci­ón evidente, dolorosa, amplía el alcance del concepto Estado. “El Estado no tiene su origen en el Parlamento y en las autoridade­s, sino en el patio del centro educativo, en la familia, en la tertulia, en los negocios. Quien no lo edifique en estos últimos lugares, mucho me temo que tampoco lo hará en los primeros.” De ahí que defina Estado de una forma mucho más ambiciosa, personal y compromete­dora: “Estado significa que cada uno de nosotros no viva únicamente en su interior, sólo consigo mismo, sino también en la esfera de lo público, junto con los demás. Estado es vida pública... lo supraperso­nal”.

Por último, Guardini da un salto cualitativ­o, apelando al idioma, la lengua común, “el puente que une dos interiorid­ades. La lengua es comunidad. Es una de las fuerzas que crean pueblo y Estado”. Algunos ni se enteran, o no tienen carácter para afrontar el desafío educativo. Para concluir, Guardini rinde homenaje al valor de la palabra, tan devaluada hoy día. “Promesas y contratos crean un terreno firme entre dos personas... Por ejemplo, dos partidos discuten un asunto público. Llegan a un acuerdo y determinan así una clara trayectori­a futura... Todo esto funda Estado: que una promesa dada sea válida, un contrato firmado seguro. Ahí se atan personas libres y crean entre ellos algo sólido, formado por la lealtad y la confianza, y que se revela en la palabra”. Justo lo que pasa en nuestros días, pensará irónicamen­te el lector informado. Al respecto, pregunta escéptico Guardini: “¿Qué valor tienen las promesas políticas? ¿Las de un gobierno? ¿Las de un partido? ¿Podemos confiar en la palabra dada?” Preguntas pertinente­s, demoledora­s, las respuestas, en el caso de algunos de nuestros más insignes gobernante­s, son dramáticas, inapelable­s. “Por eso no hay Estado, porque en nosotros hay tan poca lealtad, tan poca confianza. Porque no podemos fiarnos de la palabra”. Sequía brutal de estadistas, inflación desbocada de políticos, a todos nos toca reducir esa brecha.

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