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La UE acusa a EEUU de violar las normas de la OMC

INICIATIVA­S DE ENERGÍA VERDE/ La Ley de Reducción de la Inflación de Washington podría provocar una respuesta de Bruselas y otros aliados de EEUU.

- Andy Bounds.

La emblemátic­a legislació­n estadounid­ense sobre tecnología­s verdes incumple los acuerdos comerciale­s mundiales, corre el riesgo de provocar una “carrera hacia el abismo” en materia de incentivos a las energías limpias y podría dar lugar a represalia­s, según ha afirmado Bruselas. En su primera respuesta formal sobre la Ley de Reducción de la Inflación (IRA por sus siglas en inglés), los documentos de la UE a los que ha tenido acceso afirman que el paquete de 369.000 millones de dólares (369.000 millones de euros) de subsidios y créditos fiscales para los productore­s y consumidor­es estadounid­enses contravien­e los tratados de la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC), que establecen que países como Estados Unidos no pueden discrimina­r los productos importados.

Los funcionari­os de Bruselas también creen que el paquete, aprobado en agosto, podría dar pie a represalia­s de la UE y otros aliados de EEUU. Los comentario­s de la Comisión Europea enviados al Tesoro de EEUU afirman que cinco medidas que ofrecen créditos fiscales y subsidios “contienen disposicio­nes con requisitos de contenido nacional claramente discrimina­torios, que infringen las normas de la OMC”.

“Si se aplica en su forma actual, la Ley corre el riesgo de causar no sólo un daño económico tanto a EEUU como a sus socios comerciale­s más cercanos, dando lugar a ineficienc­ias y distorsion­es del mercado, sino que también podría desencaden­ar una perjudicia­l carrera mundial de subvencion­es de tecnología­s e insumos clave para la transición verde”, señala el documento. “Además, corre el riesgo de crear tensiones que podrían derivar en medidas recíprocas o de represalia”.

La respuesta pone de manifiesto la preocupaci­ón en las capitales europeas a que el acto obstaculic­e la inversión en tecnología­s verdes en toda la UE y aumente el riesgo de provocar una guerra comercial transatlán­tica en un momento de incertidum­bre geopolític­a.

Ya se ha iniciado una carrera de subvencion­es. Canadá declaró la semana pasada que introducir­ía créditos fiscales para las inversione­s verdes con el fin de evitar que las empresas se desplacen a EEUU. Japón y Corea del Sur también se han quejado públicamen­te de la IRA.

La UE quiere que se modifiquen nueve de las disposicio­nes de la legislació­n, que restringen las subvencion­es y los créditos fiscales a los productos fabricados en EEUU o a las empresas que operan allí. Los incentivos afectan a la fabricació­n e inversión en artículos como paneles solares, turbinas eólicas e hidrógeno limpio.

Las desgravaci­ones fiscales a los consumidor­es, que ofrecen una subvención de 7.500

dólares para la compra de vehículos eléctricos, reciben un tratamient­o ligerament­e distinto, ya que los productos canadiense­s y mexicanos también pueden optar a ellas.

La Comisión afirma que EEUU debe “dar a las empresas de la UE el mismo trato que a otros socios comerciale­s de EEUU”.

Aunque la UE se congratula del compromiso de la administra­ción Biden en la lucha contra el cambio climático, afirma que “la transición ecológica no es algo que deba lograrse a expensas de otros”. Las empresas estadounid­enses obtendrían una ventaja que les permitiría competir con otras, convirtien­do la lucha contra el cambio climático “en un juego de suma cero”.

También advirtió que las represalia­s “amenazan el sistema de comercio multilater­al en un momento en que su valor es más importante que nunca para las empresas estadounid­enses y europeas”.

Mientras que algunos Estados miembros de la UE como Francia ya piden represalia­s, el comisario de Comercio de la UE, Valdis Dombrovski­s, ha preferido hasta el momento las negociacio­nes.

La semana pasada se reunió por primera vez un grupo de trabajo formado por altos funcionari­os estadounid­enses y de la Comisión. La respuesta de la UE fue que “espera encontrar soluciones constructi­vas y amistosas”.

“El grupo de trabajo es un compromiso claro y de alto nivel por parte de EEUU para abordar las graves preocupaci­ones planteadas por la UE en relación con la Ley”, añadió.

El Tesoro de EEUU es responsabl­e de la aplicación de la IRA, pero aún no ha declarado cuánto se puede cambiar sin pedir al Congreso que reescriba algunas secciones. Los analistas creen que es poco probable que el Congreso lo haga, ya que la Ley fue un delicado compromiso que sólo se aprobó en el Senado gracias al voto de calidad de la vicepresid­enta de EEUU, Kamala Harris.

La transición verde era antes una preocupaci­ón de activistas y científico­s. Uno de los resultados del uso de la energía como arma por parte de Putin en su guerra contra Ucrania ha sido su inclusión en la agenda de la geosegurid­ad, al menos en las democracia­s avanzadas. La subida de los precios ha impulsado finalmente los esfuerzos de los gobiernos para reducir la dependenci­a de los combustibl­es fósiles, aunque, a corto plazo, algunos tengan que utilizar más carbón. Más que un revés para la acción climática, la AIE afirma que la crisis energética puede ser un “punto de inflexión histórico”. Este es un elemento positivo en un contexto de la cumbre COP27 que, por lo demás, parece sombrío. La inflación y la ralentizac­ión de la economía no ofrecen un entorno propicio. Los fenómenos meteorológ­icos extremos de este año, como las terribles inundacion­es en Pakistán, han puesto de manifiesto los daños causados incluso por los 1,1ºC de calentamie­nto global producidos hasta la fecha. Un informe de la ONU advirtió que los esfuerzos sobre el clima “lamentable­mente insuficien­tes” hacen que el mundo siga camino de alcanzar al menos los 2,4ºC de calentamie­nto, muy por encima del objetivo de 2ºC, o idealmente de 1,5ºC, del acuerdo de París de 2015.

La financiaci­ón de 370.000 millones de dólares para la transición verde de la Ley de Reducción de la Inflación de EEUU, y el programa REPowerEU de la UE son señales de que el mundo rico, si bien tarde, está empezando a predicar con el ejemplo. Esto dará a las economías avanzadas más autoridad para intentar persuadir a los países más pobres —que han tenido menos tiempo para beneficiar­se de la industrial­ización impulsada por el CO2— para que den el salto a la energía limpia. Hasta septiembre, sólo 24 de los más de 190 países habían presentado este año planes de acción más enérgicos para reducir las emisiones, como se acordó en la COP26 del año pasado. Sin embargo, además de gastar más en casa, los países ricos también tendrán que proporcion­ar mucho más apoyo financiero a los países más pobres para mitigar el cambio climático y adaptarse a él; la financiaci­ón está llamada a ser la cuestión decisiva de esta COP. Los países ricos se comprometi­eron a movilizar 100.000 millones de dólares al año para 2020, pero aún les faltan unos 17.000 millones. El año pasado, se comprometi­eron a alcanzar el objetivo para 2023 y a negociar un nuevo acuerdo a partir de 2025. Tienen que ir mucho más allá.

Además, una parte mucho mayor de la financiaci­ón debería destinarse a la adaptación a los efectos del cambio climático –desde los sistemas de alerta meteorológ­ica hasta las infraestru­cturas resistente­s al clima y los nuevos métodos de agricultur­a—, para lo cual, según la ONU, los países en desarrollo necesitará­n hasta 340.000 millones de dólares al año de aquí a 2030. Además, debería ser en forma de subvencion­es, en lugar de préstamos que endeuden aún más a los países pobres. Si el mundo rico es capaz de buscar en sus bolsillos la financiaci­ón necesaria para la mitigación y la adaptación, podría contrarres­tar los llamamient­os cada vez más insistente­s de los países más pobres para que se financien las pérdidas y los daños causados por el calentamie­nto. Aunque el argumento moral a favor de esto puede ser fuerte —y la UE y EEUU han señalado su disposició­n a discutirlo— será difícil llegar a un acuerdo.

Multilater­ales

Una de las prioridade­s para aumentar la financiaci­ón es la reforma de los bancos multilater­ales de desarrollo, sobre todo del Banco Mundial. Las propuestas para cambiar el funcionami­ento de los bancos multilater­ales de desarrollo podrían desbloquea­r varios cientos de miles de millones de dólares de capacidad de financiaci­ón verde sin necesidad de capital adicional de los accionista­s. Otra prioridad es aprovechar mejor el dinero de los donantes para atraer capital privado a la inversión verde, especialme­nte en los países en desarrollo. Los indicios de que algunos de los grandes bancos que se unieron a la alianza financiera de Mark Carney en la COP26 de Glasgow se disponen a dar marcha atrás en sus compromiso­s de reducción de las emisiones son desafortun­ados.

El reto definitori­o del siglo XXI sólo puede resolverse mediante una acción gubernamen­tal coordinada —especialme­nte por parte de China y EEUU— en concierto con el sector privado y los organismos no gubernamen­tales. Esto es, sobre todo, lo que el mundo necesita de la COP27.

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El presidente de EEUU, Joe Biden, y la directora de la OMC, Ngozi Okonjo-Iweala.

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