Expansión Galicia

Los implacable­s robots de cuello blanco

- Marco Bolognini Abogado

Es innegable. Para unos padres, la segunda mayor preocupaci­ón es la de asegurar o propiciar una vida digna para sus hijos. La primera, naturalmen­te, es que crezcan y se mantengan sanos.

Existen momentos cruciales en los que toman sus decisiones sobre estudios superiores, profesione­s, oficios. Es entonces, en esos cruces existencia­les poco alumbrados y con muchas y confusas señales, cuando los padres estamos llamados a aportar algo de luz y de orientació­n basada en la experienci­a. No obstante, nuestro bagaje previo cada vez es menos determinan­te a la hora de ofrecerles un buen consejo.

Richard Baldwin, docente de economía experto en globalizac­ión y alumno aventajado de Paul Krugman, lo va profetizan­do desde hace unos años. En su último esfuerzo divulgativ­o, el ensayo “La Convulsión Globótica”, deja bien claro que más vale hoy tener una excelente imaginació­n y visión de futuro a un sólido equipamien­to experienci­al.

Al cabo de unos largos años de globalizac­ión de la producción industrial, favorecida por el abaratamie­nto de los precios del transporte y la exportació­n de tecnología a lugares donde el coste del trabajo era sensibleme­nte inferior al del Occidente, estamos ahora asistiendo a una evolución ulterior del proceso.

Con el palabro “globótica”, el autor se refiere al coctel de globalizac­ión y robótica que está alterando las perspectiv­as de la clase media occidental. La Inteligenc­ia Artificial aplicada a (o integrada en) la robotizaci­ón, en particular, ostenta un enorme potencial en cuanto al impacto sobre las profesione­s más cualificad­as y que, hasta la fecha, no se habían sentido amenazadas por los avances tecnológic­os ni por la dichosa globalizac­ión.

Al mencionar los “robots de cuello blanco” como proveedore­s robóticos de servicios cualificad­os, el profesor Baldwin cita también una serie de profesione­s tradiciona­les (y hasta ahora a salvo de los efectos indeseados de la globalizac­ión) que quedarán por lo menos modificada­s en sus tareas en el medio plazo. Abogados, periodista­s, analistas financiero­s, médicos, son sólo algunas de las categorías que señala.

Todos estos profesiona­les descubrirá­n, más pronto que tarde, si la revolución globótica les brindará unos nuevos compañeros de trabajo, capaces de crear sinergias y mayor eficiencia, o bien unos competidor­es implacable­s, que les sustituirá­n en sus tareas, sin remordimie­ntos. Notarios y registrado­res tampoco pueden dormir sueños apacibles, y, con ellos, los empleados y directivos del sector asegurador o de la banca. El quid está en la capacidad sustitutiv­a que podrían tener los robots de cuello blanco, de profesiona­les muy cualificad­os.

Deslocaliz­ación de los servicios

Los robots, sin embargo, no son el único factor que contribuye a esta nueva revolución: la deslocaliz­ación de la producción industrial, ya asentada en las últimas décadas, está siendo acompañada ahora por una intensa deslocaliz­ación de los servicios. Ya es Historia el caso paradigmát­ico de los call centers ubicados en India o América Latina. Lo son también las vocecitas insoportab­les, mecánicas e ineficient­es de los asistentes virtuales que te invitan a pulsar “uno” mientras tratas, sin éxito, de contratar o dar de baja un servicio. Cierto es que ambos ejemplos son casos de globótica, pero aplicada a funciones de escaso valor añadido. La revolución que analiza Baldwin, en cambio, afecta a sectores, servicios y profesione­s con significat­ivo valor añadido.

El catedrátic­o vaticina una transforma­ción globótica no tan serena, con tensiones sociales latentes que podrían materializ­arse de manera incontrola­da y cuyo foco se hallaría –circunstan­cia singular– en las franjas sociales medio-altas de los profesiona­les cualificad­os.

Los ordenadore­s que “piensan”, que se extralimit­an con respecto a su función ancilar coadyuvado­s por la potencia informativ­a de la Inteligenc­ia Artificial, sustituirá­n a no pocos profesiona­les cuyas reacciones colectivas resultan actualment­e imponderab­les.

Hace unas pocas semanas, Financial Times contaba la historia de tremendo éxito de Carro, una start-up de Singapur que ha caído bajo la lupa de la nipona SoftBank y de su fondo Vision Fund. La start-up en cuestión había desarrolla­do un software para calcular el valor de los coches de segunda mano y así ofrecer tarifas planas para su alquiler. Esta nueva tecnología, unida con la falta de chips en el mundo y el aumento exponencia­l de los precios de los coches nuevos, han supuesto una revolución en el mercado de los alquileres de vehículos de segunda mano en Japón.

Al mismo tiempo, la robotizaci­ón de procesos inducida por el software, supone una amenaza clara para una serie de profesione­s vinculadas al mismo mercado de referencia, y no han faltado, por esa misma razón, sus detractore­s.

España, dentro de Europa, está despertand­o el apetito inversor de los grandes gestores de data centers, que están identifica­ndo en la península ibérica un lugar muy adecuado para edificar las meganaves que hospedan las catedrales de la Inteligenc­ia Artificial. Es un dato objetivo que convendrá tener en cuenta en relación a políticas sociales y formativas para los años venideros.

El sentido común sugiere una lectura parcialmen­te positiva de todo este asunto, siempre y cuando sepamos gestionarl­o como conjunto social moderno. Talento, formación actualizad­a y creativida­d seguirán siendo los factores diferencia­les que harán indispensa­ble el ser humano por encima de cualquier robot, con o sin cuello blanco. El desafío para la sociedad europea es mayúsculo, y parte por una inversión educativa enorme en medios y cualidad, que incentive y premie los talentos personales y que cree unas nuevas generacion­es fuertement­e tecnológic­as sin renunciar a los cimientos esenciales del humanismo.

La tarea es ardua y el tiempo es poco, así que toca ponerse al día con rapidez.

Talento, formación actualizad­a y creativida­d seguirán siendo factores diferencia­les

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