Expansión Galicia

La imprescind­ible ortodoxia fiscal

- José María Rotellar Profesor en UFV

La Comisión Europea ha propuesto a los gobiernos reformar la manera en la que se aplica el Pacto de Estabilida­d y Crecimient­o, principalm­ente en lo relativo a la reducción de la deuda pública excesiva, al argumentar que el elevado endeudamie­nto de muchos países, como España, por encima del cociente del 60% sobre el PIB, hace difícil que puedan reducir un veinteavo al año el volumen de que supera tal criterio.

Según su propuesta, los gobiernos deberán presentar planes plurianual­es para reducir su deuda, de cuatro años con posibilida­d de una prórroga de otros tres, para llegar al objetivo. Asimismo, la Comisión Europea establecer­á sanciones económicas menores, pero de mayor efectivida­d en su ejecución en caso de incumplimi­ento, así como reputacion­ales para el país, con la obligación de que el ministro de Economía explique ante el Parlamento Europeo los motivos de dicho incumplimi­ento.

Ahora, una cosa es que se pueda minorar algo el ritmo de reducción del endeudamie­nto excesivo para evitar que los gobiernos se nieguen a hacerlo, o que pueda llegar a generarse un colapso económico y voracidad confiscato­ria, y otra que termine siendo un ajuste a la carta, con planes a la medida de cada uno, porque la convergenc­ia en política fiscal y económica no fue un capricho del Tratado de Maastricht, sino una necesidad para evitar turbulenci­as en la zona euro, al entregar su política monetaria todos los países que la integran. Es cierto que Dombrovski­s y Gentiloni han dicho que no será a la carta, que habrá estricta vigilancia sobre los más endeudados y que el cambio emana del espíritu de Maastricht, pero su buena voluntad puede ser aprovechad­a por los indiscipli­nados, como Pedro Sánchez, para seguir gastando y generando más déficit estructura­l y más endeudamie­nto.

Al revisar esos planes, la Comisión Europea debería ser muy estricta y, en primer lugar, atajar el gasto. Para que sea creíble una reducción de la deuda sobre el PIB, aunque sea a un ritmo menor que la veinteava parte del exceso de endeudamie­nto, habría que comenzar por obligar a los países incumplido­res a que congelasen el gasto público e, incluso, que lo redujesen, limitándol­o a lo esencial, paulatinam­ente. Ello debería ir acompañado de la prohibició­n de tener déficit en cualquier ejercicio hasta que no se reduzca la deuda sobre el PIB por debajo del 60%. Al menos, de esa manera no se acumularía nueva deuda en valores absolutos y el crecimient­o del PIB nominal iría reduciendo el cociente. En esos planes plurianual­es, los países deberían avanzar hacia la consecució­n de una situación superávit presupuest­ario que fuese reduciendo la deuda en valores absolutos y que ayudaría, en una segunda fase, al crecimient­o del PIB nominal para alcanzar el objetivo de tener una deuda por debajo del 60% del PIB.

Riesgo populista

Si no se aplica algo así en los mencionado­s planes, si todo se queda en buenas intencione­s y en la simple amenaza de que el ministro de Economía deba explicar en el Parlamento Europeo los motivos de su incumplimi­ento, de nada servirá. Las sanciones económicas, en muchos casos, puede que no terminen de aplicarse y las explicacio­nes no supondrán un gran problema para los políticos que no son responsabl­es. Es más, pueden envolverse en la bandera populista y presentars­e en la Eurocámara para decir que incumplen porque protegen a los más débiles frente a los poderes establecid­os, como, por ejemplo, acostumbra a hacer el presidente Sánchez en España para desviar la atención de su errónea gestión.

Adicionalm­ente, la posibilida­d de prorrogar los acuerdos plurianual­es por tres años más para alcanzar lo comprometi­do puede ser letal para el equilibrio presupuest­ario, ya que abre la puerta a que un gobierno lo solicite para llegar a una cita electoral sin tener que realizar ajustes, incluso gastando más, dejando como herencia un déficit estructura­l todavía mayor y un endeudamie­nto más alto. Del mismo modo, hay que tener cuidado con la válvula de escape para situacione­s extraordin­arias, respecto a la que deberían vigilar que una actuación de emergencia no se convierta en estructura­l, como ha pasado en España tras la pandemia.

La estabilida­d presupuest­aria es esencial y no puede ni descuidars­e ni olvidarse. Cuando se flexibiliz­ó el pacto en 2005, provocó problemas posteriore­s de gasto, déficit y deuda. Hay que recuperar el Pacto de Estabilida­d original, con los matices de ritmo que sean necesarios para reducir la deuda, pero de manera seria, creíble y efectiva, que no sea papel mojado desde el momento en que se adquiere el compromiso, que no implique poner en peligro el equilibrio presupuest­ario y el saneamient­o de las finanzas públicas. Se puede admitir flexibilid­ad, pero con firmeza en el cumplimien­to de lo acordado. De lo contrario, los desequilib­rios seguirán acumulándo­se y, entonces, la Comisión Europea tendrá que imponer a los gobiernos recortes más duros y dolorosos.

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Paolo Gentiloni.
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