Elecciones en EEUU: Un paso hacia la reconciliación
Estos comicios han frustrado la posibilidad de que los aliados de Trump en los estados clave generen en 2024 una crisis sin precedentes.
James Madison, cuarto presidente de Estados Unidos y uno de sus padres fundadores, afirmó que “si alguna vez alguien toma nuestra nación, lo hará desde dentro”. Tras ver desde la Casa Blanca a las tropas británicas incendiar el Capitolio en 1814, este defensor de la Constitución y de la estricta separación de poderes –como medio para preservar la democracia y las libertades– habría sufrido al ver un nuevo asalto a la sede del Parlamento federal, esta vez por parte de una multitud local. Gritos de “colguemos a (el vicepresidente) Mike Pence”, cinco muertos, decenas de heridos graves, y una ciudadanía incapaz de ponerse de acuerdo acerca de lo ocurrido. El presidente había cuestionado el sistema electoral, y la primera potencia global y líder del mundo libre se partía en dos.
Las celebradas este martes son las primeras elecciones desde aquel fatídico 6 de enero de 2021. Y el conflicto, exasperado tras aquel asalto, sigue latente. Pero no ha sido la única cuestión a dirimir en estos comicios. Hay que tener en cuenta que el partido del presidente, sea cual sea, suele recibir un correctivo en esta consulta de mitad de mandato. A los estadounidenses les gusta confrontar a los poderes ejecutivo y legislativo mediante sus complicados balances y contrapesos. Además, los electores han colocado el problema de la elevada inflación por encima de cualquier otra preocupación urgente. El presidente Joe Biden es visto como parcialmente responsable del ascenso de los precios al consumo, ya que su inmenso paquete de estímulo fiscal anti-Covid derivó en un aumento de más del 100% en el balance de la Reserva Federal. Ese dinero inundó el mercado y ha acabado llegando a manos de los consumidores norteamericanos.
Pero los resultados de estas elecciones han sido más igualados de lo esperado. Se renuevan los 435 escaños de la Cámara de Representantes, y 35 de los 100 del Senado. Una derrota en ambas cámaras a la vez no hubiera sido un drama para Biden, porque el presidente ostenta la capacidad de veto a la aprobación de nuevas leyes. Una derrota en la Cámara Alta hubiera significado, con permiso de la libertad de voto de cada senador, la imposibilidad para el presidente de nombrar altos cargos, como nuevos jueces federales, o del Supremo en caso de vacante. Y la derrota en cualquiera de las dos, el veto a casi cualquier iniciativa legislativa presidencial, algo habitual en los dos últimos años de mandato de los jefes de gobierno en Estados Unidos. Esto suele llevar a duras negociaciones para elevar el techo de la deuda pública, y pasa por tener a la mayor parte de los trabajadores del Estado en casa y sin cobrar durante días.
Conflicto latente
En estos comicios también se elegían a los gobernadores y altos cargos de 36 de los 50 estados de la Unión. Estos dirigentes son los que certifican el resultado electoral de cada Estado en las elecciones presidenciales, por lo que de cara a 2024 y a la estrategia de Donald Trump algunos de ellos resultaban decisivos para poder devolverle a la Casa Blanca. Porque, en realidad, las elecciones presidenciales en Estados Unidos llevan décadas decidiéndose por tan sólo un puñado de Estados. Dado que ya se sabe de qué lado caen la mayoría de los cincuenta, lo que ocurra en Pensilvania, Nevada, Arizona, Georgia, Michigan o Wisconsin determinará quién es el nuevo presidente. Ambos partidos suelen recibir un apoyo similar en los seis, y es difícil saber quién obtendrá más votos en cada uno de ellos. Las elecciones allí son reñidas, y la victoria por unos pocos votos reporta al vencedor el total de los electores en juego en cada Estado. Es decir, la clave para ganar la Presidencia estriba en ganar en la mayoría de los seis estados mencionados, aunque sea por un solo voto en cada uno de ellos.
Donald Trump tenía previsto denunciar un supuesto fraude si no ganaba en alguno de ellos en 2020, y así lo hizo. No aportó pruebas suficientes en las más de cuarenta denuncias presentadas en los tribunales, por lo que no prosperaron. Posteriormente persiguió a los gobernadores y secretarios de Estado para que le dieran la victoria. Fue tal la presión pública a la que los sometió en redes sociales que algunos de ellos recibieron escraches y amenazas. El caso del secretario de Estado de Georgia trascendió a las portadas de todo el mundo: Brad Raffensperger imaginó que le llamaría Trump y decidió grabar la llamada. Del Partido Republicano, había hecho campaña por el presidente, pero sus principios éticos y el respeto a la ley le impelían a no dejarse amedrentar. “Necesito que encuentres 11.780 votos míos más, Brad. Yo he ganado en Georgia”, le dijo. Los tres recuentos que solicitó el entonces presidente no le bastaban, y solicitaba un “apaño” final.
Esta es la razón por la que Trump ha animado a muchos candidatos que alientan la teoría del “robo electoral” en 2020 a presentarse como gobernadores y secretarios en estos seis Estados. Tras las primarias de cada partido, algunos de ellos consiguieron competir este martes frente a los candidatos demócratas. Se trataba de los candidatos republicanos a gobernador por Arizona, Wisconsin, Michigan y Pensilvania, o a secretario en Arizona, Michigan y Nevada.
Pero el hecho es que ninguno de ellos parece en condiciones de alcanzar la victoria, salvo el candidato a secretario de Estado por Nevada. Además, Brad Raffensperger ha revalidado su puesto de secretario de Estado por Georgia, y Brian Kemp el de gobernador, ambos del Partido Republicano pero víctimas de la estrategia de Trump.
Patata caliente
Cuando esta presión falló, a Trump sólo le quedó intentar frenar la ceremonia de recepción de los resultados electorales de cada Estado en el Capitolio. El 6 de enero de 2021 congregó a sus fieles y les animó a ir allí y “pelear como en el infierno” para “recuperar su país” y evitar la Presidencia de Biden. Tras el asalto, los legisladores republicanos rompieron verbal y públicamente con Trump. Pero dado que las bases seguían confiando en la versión del magnate, casi todos ellos dejaron sus críticas al cabo de pocos días. Y así llegamos hasta 2022: el expresidente mantiene más de la mitad del apoyo de la base social de votantes republicanos, pero más de un tercio no cree su teoría sobre el supuesto fraude electoral y rechaza su actuación aquel 6 de enero. Y dado que tampoco tiene apoyos entre los demócratas o los independientes, tendría casi imposible volver a ganar unas presidenciales. Sin embargo, es el candidato que alberga más opciones para ganar la nominación de su partido: toda una patata caliente que los republicanos intentarán quitarse de encima.
Estos comicios han frustrado la posibilidad de que algunos aliados de Trump en los estados clave generen en 2024 una crisis sin precedentes, que podría haber acabado el 20 de enero de 2025 con dos candidatos distintos presentándose a la inauguración presidencial. Y los enemigos de Occidente celebrando su implosión. No ha sido así. Cuando a Mike Pence, vicepresidente con Trump y maestro en la ceremonia de confirmación de Biden, le preguntaron quién le asesoró para no frustrar el conteo de los votos aquel 6 de enero, dijo impasible: “James Madison”.
Trump animó a quienes alientan la tesis del fraude en 2020 a competir por el poder en los Estados clave