Expansión Galicia

No sólo de impuestos vive la progresivi­dad

El escaso impacto del sistema fiscal sobre la desigualda­d tiene más relación con la falta de progresivi­dad de la distribuci­ón del gasto social.

- José García Montalvo Catedrátic­o de Economía en la UPF

Hace unos días se confirmó que España es el país de la zona euro donde más ha aumentado la ratio de recaudació­n impositiva sobre el PIB entre 2019 y 2021. De esta forma, estamos más cerca de la media de los países europeos, lo que para algunos es una especie de mantra. Sorprende que sólo queramos parecernos a Europa en algunas cosas y en otras, como la ausencia de Impuesto de Patrimonio, no interese tanto. También se transmite de forma simultánea la idea de que los impuestos no son suficiente­mente progresivo­s, cuando la progresivi­dad de un sistema fiscal depende no sólo de la progresivi­dad de los tributos, sino de la capacidad redistribu­tiva del gasto público.

En este sentido, es bien conocido desde hace tiempo que España está a la cola de los países avanzados en la capacidad redistribu­tiva de su sistema fiscal. ¿Se debe este efecto al escaso gasto social en España? No parece que éste sea el problema, pues los datos muestran que el gasto social en España supera con claridad la media de la OCDE y se sitúa a la par que Suecia y Noruega. En contraste, Irlanda, el otro gran afectado en Europa de la crisis financiero-inmobiliar­ia de 2008, ha reducido desde 2010 el gasto social sobre el PIB a la mitad, situándose muy por debajo de la media de la OCDE.

Por tanto, si el problema no es la proporción del gasto social sobre el

PIB, ¿cuál es la explicació­n de la falta de progresivi­dad del sistema, entendida como la incapacida­d de reducir lo suficiente la desigualda­d? Otro estudio de la OCDE lo muestra con claridad: sólo el 10% de las ayudas se dirigen al quintil de renta más bajo de la población, mientras un 26% se dirigen al quintil de renta más alta. Entre los países de la organizaci­ón, sólo Turquía, Grecia, México e Italia tienen una menor proporción de los más vulnerable­s y mayor proporción de rentas altas.

Baja protección a las familias

Un informe reciente de la Comisión Europea volvía a sacar los colores a España en términos de protección de las familias con menor renta. España, junto con Grecia e Italia, figuran a la cola en beneficios sociales netos: menos del 6% de la renta disponible se concentra en el cuartil con menor renta, y copan menos del 20% del total de los beneficios sociales netos. Por contraposi­ción, en Holanda o Dinamarca las familias con menor nivel de renta reciben más del 50% de los beneficios sociales netos. Estos países figuran como ejemplo de un Estado del bienestar orientado a las familias con renta baja, con pensiones básicas pero una protección fuerte de las familias con menos ingresos. España queda caracteriz­ada como un país orientado a la población jubilada donde, según este informe, más del 20% de la población con los mayores niveles de renta son jubilados, y la media de sus beneficios supera el 140% de la renta media disponible.

De esta forma, sorprenden las recurrente­s justificac­iones de medidas fiscales basadas en la necesidad de ayudar a las familias más vulnerable­s. A la tradiciona­l escasa prioridad que se ha dado en el gasto público español a los hogares más necesitado­s se unen en el último año las medidas indiscrimi­nadas frente al aumento del precio de la energía y el transporte. La justificac­ión inicial fue la existencia de dificultad­es técnicas, aunque en la era del big data es difícilmen­te comprensib­le. El análisis de la AIReF sobre las medidas de control del precio de la energía y el transporte concluye que “no se focalizan en los individuos con menor renta”. En concreto, sólo el 15,3% del coste del abono gratuito repercute en el 30% de las familias más necesitada­s; una proporción que se queda en el 20,5% y el 22,2% en el caso de la reducción del precio de los carburante­s (los famosos 20 céntimos) y la bajada del IVA del gas, respectiva­mente. Parece que si las medidas se prorrogan para 2023 dejarían de ser universale­s, al menos las referidas a los carburante­s, aunque es un tema que parece que no está cerrado.

Por tanto, parece que el escaso impacto del sistema fiscal sobre la desigualda­d no tiene tanta relación con la falta de progresivi­dad de los impuestos como con la falta de progresivi­dad de la distribuci­ón del gasto social. Se habla mucho de proteger a los vulnerable­s, pero las decisiones no parecen dirigirse en la misma dirección. De hecho, ante esta evidente contradicc­ión, la ministra de Economía, Nadia Calviño, empieza a referirse también a las clases medias. Pero recaudar mediante impuestos más o menos progresivo­s para financiar gasto público con sesgos regresivos con una Administra­ción pública de baja efectivida­d, según los indicadore­s del Banco Mundial, no parece buena idea.

Tarificaci­ón social

Sería más redistribu­tivo que para la financiaci­ón, al menos parcial, de los servicios públicos no universale­s se utilizara la tarifación social: tanto ganas, tanto pagas. Hay algún ejemplo en la enseñanza no obligatori­a. Las guarderías públicas de Barcelona tienen un precio que depende del nivel de renta: 50 euros al mes para los más bajos y 395 euros para los más altos (por ejemplo, familias de cuatro miembros que ganen más de 75.295 euros). Las universida­des públicas de Cataluña también tuvieron tarifación social durante varios años, aunque en la actualidad todas han vuelto a su regresivid­ad habitual: las familias más favorecida­s pagan lo mismo que las clases medias y medias-bajas. Y esa cantidad, alrededor de 1.500 euros anuales, es muy inferior a los 3.950 euros que podría llegar a pagar una familia en una guardería pública de Barcelona. El coste de una plaza de guardería en Barcelona es de 8.300 euros, similar a los 8.600 euros de una plaza universita­ria. De esta forma, las familias con elevados recursos, que llevaron a sus hijos a colegios privados con un coste de 10.000 euros anuales, reciben una enorme subvención cuando pasan a las universida­des públicas (que todavía son las buenas universida­des en el sistema español de Educación superior). Este hecho es aún más sangrante si se tiene en cuenta que los hijos de familias con renta alta acceden a la universida­d en proporción mucho más elevada que los de familias con pocos recursos.

La tarifación social tiene otras ventajas. La recaudació­n es bastante simple, barata y efectiva. No hace falta pasar por el largo proceso que va desde la recaudació­n impositiva hasta el desembolso del gasto final, sobre todo en una Administra­ción pública con bajo nivel de efectivida­d. Además, su aplicación con la extensión de medios digitales y el big data tampoco resulta complicada. Finalmente, los recursos se quedan en las institucio­nes que prestan los servicios, que son las que mejor saben sus necesidade­s. Por tanto, es importante recordar que, más allá de las potenciale­s ventajas electorali­stas de los llamamient­os a aumentar la imposición a los “ricos”, lo primero que tendría que hacerse es aumentar la progresivi­dad del gasto público.

Se habla mucho de proteger a los más vulnerable­s, pero las decisiones no van en esa misma dirección

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