Expansión Galicia

Los impresioni­stas de la justicia

El perenne objeto del deseo de la política es la justicia, para poseerla y manosearla según guste, en cualquier lugar del globo terráqueo.

- Marco Bolognini Abogado

Pierre-Auguste Renoir y Paul Cézanne, la extraña pareja del impresioni­smo francés. Sus orígenes no podían ser más distintos. Hijo de un sastre y de una obrera el primero, pintó por amor y por necesidad. El segundo, en cambio, había nacido en una familia acomodada, padre banquero y residencia familiar en plena urbe.

Renoir, tal vez por curiosidad mezclada con revanchism­o social, pasó sus días en París, fatalmente atraído por la luz de gas de su alta sociedad, cuyos salones frecuentab­a y retrataba en colores tenues.

Cézanne, por su parte, no soportaba la gran ciudad, el desarrolli­smo y el ruido, la burguesía de la que provenía y sus convencion­es, así que se refugió en la Provenza francesa, entre sus prados de lavanda morada y pequeños pueblos calmados.

En el terreno meramente artístico, tampoco compartier­on demasiado: Renoir maravillos­amente anclado en el siglo XIX y Cézanne, mirando hacia el nuevo siglo y la abstracció­n.

Sin embargo, su amistad fue muy sólida y profunda.

En sus réndez-vous en la Costa Azul, hablaban mucho sobre colores. Pasaban las tardes disertando y discutiend­o sobre el único elemento en Natura que es imposible de describir fehaciente­mente, salvo con ejemplos directos: el color. Por cierto, intenten hacer una descripció­n de un color, el que sea, y verán que deberán forzosamen­te recurrir a un ejemplo para lograrlo.

Decíamos de sus largas charlas que, lo habrán imaginado por las premisas, eran especialme­nte vivaces por la alta concentrac­ión de brillantez mental y por las obvias disonancia­s entre los dos personajes.

Aun así, siempre acababan convergien­do en lo mismo, que era lo esencial para su pintura: el color designado por ambos para crear el espacio en sus cuadros era precisamen­te el azul. El azul del infinito, del respiro, del mar, del aire rarefacto. El azul para los dos, tan distintos y tan cercanos en el fondo del lienzo, cada uno a su manera.

Compartier­on también mecenas, el joven y apasionado marchante de arte Paul Guillaume, quien impulsó sus nombres en las primeras décadas del siglo XX y que apreciaba enormement­e sus peculiarid­ades y diversas declinacio­nes artísticas.

Si dos genios del Arte tuvieron estas contradict­orias vivencias, no debe sorprender que la más prosaica Política (aquí utilizamos la mayúscula sin mucha convicción) vea situacione­s parecidas, igualmente llamativas.

Da el caso que, en estas semanas, en Italia, a raíz de una propuesta de reforma del sistema judicial, ha vuelto a abrirse el debate sobre la separación de las carreras de jueces y fiscales. A diferencia de lo que ocurre en España, no hay un estatuto de autonomía para el Ministerio Fiscal con respeto a los jueces. Sus funciones, nombramien­tos y regulación en general se hallan sometidos a los mismos criterios y órganos de gobierno que aplican a la judicatura. El llamado CSM, Consiglio Superiore della Magistratu­ra, es el órgano único de gobierno de fiscales y jueces.

El gobierno italiano, presidido por la derechista Giorgia Meloni, ha promovido la reforma histórica que se presentará en el Parlamento transalpin­o antes de las elecciones europeas.

¿Puntos clave? La creación de dos carreras distintas para jueces y fiscales y el desdoblami­ento del CSM, para que cada cuerpo tenga su órgano de gobierno. Separado e independie­nte.

No se conoce aún la letra pequeña de la reforma. Hay debate sobre la posibilida­d de que el Ejecutivo nombre a parte de los miembros de sendos órganos.

En el muy reciente congreso nacional de la Asociación Nacional de Jueces, el presidente de esta ha expresado públicamen­te su preocupaci­ón: considera que estas medidas pueden ser el golpe de gracia a la independen­cia del poder judicial que, a fecha de hoy, engloba a los fiscales.

Todos ellos, jueces y fiscales, acomunados por el mismo alto objetivo constituci­onal de defensa imparcial de la legalidad: “[…]En nuestra República, ni siquiera el Ministerio Fiscal es ni puede ser una judicatura intenciona­da; comparte con la judicatura de los tribunales el mismo desinterés por el resultado de la acción y del proceso, requisito indispensa­ble para no ser indiferent­e a los derechos y garantías de las personas […]”. Así se ha significad­o delante del presidente de la República Sergio Mattarella, quien actualment­e ostenta facultades constituci­onales suficiente­s para garantizar cierta independen­cia del CSM. A saber, después de la reforma.

Palabras de fuego han sido pronunciad­as por la secretaria general del Partido Democrátic­o Elly Schlein (muy fan de Pedro S.): según la líder progresist­a, esta reforma es la puerta de entrada para la sumisión del Ministerio Fiscal a las directrice­s del gobierno del país.

Este teatro, cuyas cuestiones de fondo no vamos a tratar aquí, causa ciertament­e mucha sorpresa y hace dudar de que exista la menor coordinaci­ón, dentro de la UE, entre partidos políticos teóricamen­te afines.

Por un lado, en España, el ejecutivo progresist­a de la Nación hace amplio uso de su discrecion­alidad y de su influencia institucio­nalizada para inspirar –cuando menos– la acción de la Fiscalía General del Estado. Además, el mismo presidente del Gobierno pone en tela de juicio el rol de los jueces según se le antoja.

Por el otro, en Italia, la líder del partido de izquierdas homólogo del PSOE, censura duramente una propuesta de reforma de la Justicia en sentido “español”, promovida por un gobierno de derechas (o extrema derecha, como ha sido repetidame­nte tildado por Pedro Sánchez y sus adláteres).

Esto ya es la casa de los líos. Meloni quiere una reforma de la Justicia para parecerse a Sánchez. Schlein (la líder de la izquierda italiana) censura a Meloni. Sánchez tilda de ultraderec­hista a Meloni… Todo ello, con las elecciones europeas a la vuelta de la esquina.

La única verdad contrastad­a y meridiana, es que el perenne objeto del deseo de la política es la justicia, para poseerla y manosearla según guste, en cualquier lugar del globo terráqueo. No hay color político, no hay virtud ninguna.

Renoir y Cézanne, tan distintos y cercanos al tiempo, compartier­on marchante y el azul para sus fondos. Poquito, pero suficiente para alimentar su amistad y para que cada uno, con su estilo, nos dejase un legado inmortal.

Estos líderes actuales, desde sus diversas latitudes, oficialmen­te viven en galaxias paralelas, pero en realidad tienen en común muchos más rasgos y apetitos de lo que sería razonable esperar. La justicia es su color azul, al vuelven siempre que pueden. Y sus legados … Ojalá, ojalá no sean inmortales.

En Italia ha vuelto a abrirse el debate sobre la separación de las carreras de jueces y fiscales

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