Los demócratas tendrán que equilibrar la retórica y la realidad
Cada país tiene su política interior y su política exterior. A veces están sincronizadas. Otras, no. En cualquier caso, puede ser difícil para alguien de fuera entender los mensajes diseñados para los de dentro. En Estados Unidos, los resultados de las elecciones de mitad de mandato, aunque no han sido el “tsunami rojo” del trumpismo que muchos temían, harán que la división entre la política y las políticas reales sea aún más difícil de entender o digerir para los no estadounidenses.
Los republicanos parecen haber ganado la Cámara de Representantes, mientras que los demócratas han retenido el Senado (afortunadamente, la elección no se reducirá a una segunda vuelta en Georgia entre el senador demócrata Raphael Warnock y su rival pro Trump, el exjugador de fútbol americano Herschel Walker). Pero los resultados inusualmente ajustados dificultarán que los demócratas atiendan a la vez a los intereses internos y externos de cara a las elecciones presidenciales de 2024.
Los republicanos centrarán aún más su hostilidad en Joe Biden con el objetivo de hacerle parecer débil, criticando su gestión de la economía, el caos de su retirada de Afganistán (que, seamos sinceros, nunca iba a ser fácil para el presidente que tuviera que hacerlo), y quizás también negándose a firmar más ayudas para Ucrania. Esto, a su vez, molestará a los aliados europeos, que ya están indignados por cosas como no estar incluidos en las subvenciones de EEUU a los vehículos eléctricos que sí disfrutan los canadienses. Para ser claros, las quejas de los europeos son injustas e inoportunas. La UE subvenciona en gran medida a importantes industrias. Y en algunos casos debe hacerlo: necesitamos una abundancia de suministro a nivel internacional de cosas como semiconductores, productos básicos cruciales, tecnología limpia y otros bienes y servicios estratégicos.
Pero los aranceles alemanes sobre los automóviles son mucho más altos que los de EEUU, que tiene un importante déficit comercial con la UE, y en particular con Alemania. Con independencia de que se crea o no que esos déficits son importantes desde el punto de vista económico, tienen un gran peso en la política estadounidense (sobre todo después de Donald Trump), y los republicanos se abalanzarán sobre Biden si hace concesiones a Europa.
Eso no significa que no haya espacio para mejorar las relaciones económicas entre ambos bloques. Europa analiza políticas como la de “Compra EEUU” (que, en realidad, incluye a otras 60 naciones con las que Washington tiene pactos comerciales) y otras del movimiento MAGA (siglas en inglés de “Haz que América vuelva a ser grande otra vez”), no sólo la política interior. De hecho, la Casa Blanca de Biden entiende perfectamente que tiene que trabajar con sus aliados en temas como el cambio climático, la energía, la resistencia de las cadenas de suministros, etc. Debería decirlo más claro y con más frecuencia.
Pero los europeos no han sido muy creativos o agresivos en cuanto al intercambio de caballos, y se han resistido a sumarse por ejemplo al veto estadounidense a los chips chinos de alta gama, en gran parte porque Alemania sigue cubriendo sus apuestas entre EEUU y China.
Cuestión bipartidista
Sin embargo, en Washington el desacoplamiento es una cuestión totalmente bipartidista. La Comisión de Revisión Económica y de Seguridad entre Estados Unidos y China, formada por miembros designados por los líderes de la minoría y la mayoría del Congreso, publicará hoy su informe anual. Es probable que sea más agresivo que en el pasado respecto a la desvinculación, y que pida más revisiones de las tecnologías de doble uso y de las limitaciones a las exportaciones, así como una mayor atención a los flujos de capital transfronterizos. En este asunto habrá pocos desacuerdos entre los dos partidos.
Aunque aún hay personas en la Casa Blanca que consideran que EEUU ya ha hecho lo suficiente en materia de desvinculación, hay muy poco espacio político para que los demócratas adopten una postura más suave con China. Las elecciones de mitad de mandato han mostrado una vez más que los demócratas han perdido parte de su base tradicional de trabajadores. Este fracaso se ha convertido en una cuestión existencial para los líderes sindicales, que no dudarán en hablar en contra de Biden si parece blando con China o simpatiza con las demandas europeas para que deje de fabricar más a nivel nacional.
No hay nada malo en los centros económicos regionales frente a las largas cadenas de suministro globales. Pero me preocupa que los demócratas se vean empujados, sin quererlo, a una retórica más dura hacia China. Fíjense en lo sucedido estas elecciones en Ohio, que ganó el autor de Hillbilly Elegy, JD Vance, un partidario de Trump respaldado por Peter Thiel (que, al igual que el expresidente, no puede decirse que sea un hombre del pueblo). Tim Ryan, su rival demócrata, tenía políticas reflexivas sobre la reindustrialización y lo que podría hacerse para apoyar una mayor localización de los puestos de trabajo. Pero Vance tenía una actitud más beligerante. Algunos quieren ese tono combativo.
Está la política, y luego están las políticas. A los republicanos les sobran los eslóganes, pero no tienen soluciones reales que ayuden a abordar las grandes heridas autoimpuestas que impiden a EEUU mejorar su competitividad en un mundo que se desconecta. Entre ellas, la incapacidad de reformar y mejorar la educación secundaria y universitaria para el siglo XXI (todos los aranceles del mundo no servirán de nada sin una mano de obra mejor formada), y de emprender una reforma seria de la financiación electoral. En el sistema estadounidense, a diferencia del chino, las empresas elaboran las normas legislativas a su antojo con demasiada frecuencia.
Espero que los estadounidenses recuerden que la competitividad empieza en casa, y que los aliados recuerden que la retórica política no siempre equivale a la realidad.