Expansión Nacional Int

La fábrica de chocolate

- Carlos Rodríguez Braun

La economía está presente en Charlie and the chocolate factory, la novela infantil de Roald Dahl, desde su mismo título. La historia gira en torno a una fábrica, en parte sucede dentro de ella, y el protagonis­ta es un empresario. Es una fábula moral sobre los afectos y la responsabi­lidad. Cuatro niños pueden ganar, pero no lo harán: Augustus Gloop, por glotón; Violet Beauregard­e, por ser fanática del chicle; Veruca Salt, por malcriada; y Mike Tevé, por su obsesión con la televisión.

El que triunfa es Charlie Bucket, que vive con su familia pobremente, cuidando de cuatro abuelos nonagenari­os. El padre de Charlie tiene un empleo modesto –“un taponador de pasta dentífrica nunca gana mucho dinero”–, y lo pierde, pero “enseguida intentó conseguir otro”, y resulta ser aún más modesto: “barrer la nieve de las calles”. Estos son los héroes.

Y el otro es el empresario, Willy Wonka, un tipo excéntrico pero amigable, generoso y talentoso: “Qué inteligent­e parecía... qué sagaz, agudo y lleno de vida”.

Su destreza empresaria­l se observa en los excelentes productos que fabrica, y también en cómo supera los contratiem­pos. Los otros fabricante­s, incapaces de competir con él, “se dedicaron a enviar espías para robarle sus recetas secretas”. Lo hicieron,

La destreza empresaria­l se observa en sus productos y en cómo supera los contratiem­pos

y Wonka cerró la empresa y desapareci­ó.

Un día la fábrica de Willy empezó a funcionar otra vez, pero las puertas seguían cerradas y nadie había visto entrar a ningún obrero. Ha seguido funcionand­o durante diez años, “las chocolatin­as y los caramelos que produce son cada vez más fantástico­s y deliciosos”, y nadie le ha podido robar sus notables recetas.

Innovación y habilidad

Las claves son la constante innovación en los productos y la habilidad para contratar a sus empleados, los Oompa-Loompas, pigmeos africanos. Nadie les obligó a dejar la selva y trabajar para Wonka. Al contrario, vivían subidos a los árboles por miedo a los depredador­es. Dice Wonka:

“Cuando los encontré estaban prácticame­nte muriéndose de hambre”. Sólo comían unas orugas repulsivas. Les ofrece trabajar y pagarles lo que en realidad desean: cacao. Y se van con él, encantados, nunca se quejan, y les gusta trabajar, gastar bromas y componer poemas y moralejas.

Willy Wonka muestra su ingenio comercial con la idea de los billetes dorados ocultos en las golosinas, pero su objetivo no es sólo ganar dinero, sino crear productos nuevos que satisfagan a sus clientes. Es tan poco su apego a sus posesiones que, de hecho, le regala la fábrica a Charlie, “un niño sensible y cariñoso, a quien yo pueda confiar mis más preciados secretos”, permitiénd­ole a él y a su familia que vivan en ella. Y lo hace porque son, como él, buenas personas.

Su objetivo no es sólo ganar dinero, sino crear productos nuevos que satisfagan a sus clientes

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