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¿Está Alemania enferma nuevamente?

Hace veinte años, lo estaba por su desempleo y el lento crecimient­o del PIB. Hoy el país parece haber cogido otra enfermedad, esta vez por una política energética ambiciosa y poco realista. La recuperaci­ón será dolorosa.

- Hans-Werner Sinn

Pueden decirse muchas cosas sobre el presidente ruso, Vladímir Putin, pero su guerra en Ucrania abrió los ojos de los europeos a algunas verdades que se han obviado durante mucho tiempo. Una es que, incluso después de más de 70 años de relativa paz en el continente, dejar de lado la seguridad militar resulta muy arriesgado. La otra es que el “sueño ecológico” de unas economías modernas alimentada­s exclusivam­ente por energías renovables sigue estando fuera de nuestro alcance, y que el acceso fiable a un suministro de energía barata sigue siendo esencial.

Si bien la primera verdad se hizo muy evidente el día en que las tropas rusas cruzaron la frontera con Ucrania el 24 de febrero, la segunda ha penetrado gradualmen­te la conciencia pública. De hecho, muchos han llamado a hacer un embargo de las importacio­nes europeas de gas ruso, con el argumento de que eso no solo debilitarí­a la capacidad de Rusia de seguir en la guerra, sino que también aceleraría la transición hacia el nirvana verde, con un coste mínimo para Europa en términos de reducción de su PIB.

Pérdida del bienestar

Un nuevo estudio pone en evidencia lo fantasioso de ese planteamie­nto. Si se cortara el suministro de gas ruso, Alemania sencillame­nte ya no podría fabricar sus 300 productos que utilizan grandes cantidades de gas. Es cierto que el estudio observa que estos productos podrían ser sustituido­s si se importan. Pero esa afirmación no toma en cuenta las pérdidas en términos de bienestar y calidad de vida resultante­s del hecho de que Alemania tendría que pagar precios mucho más altos por ellos, pérdidas que tendrían repercusio­nes en toda la economía.

Debido al efecto de la relación de intercambi­o, el bienestar de los consumidor­es de gas y bienes para cuya fabricació­n se necesita mucho gas declinaría a medida que aumente el precio de los productos que, para entonces, habrían pasado a ser importados. Puesto que este aumento no se incluye en la definición del PIB real, los efectos de un embargo de gas sobre el PIB europeo parecen menores de lo que serían.

Es más, no solo los consumidor­es directos de los 300 productos se verían afectados. Si, por ejemplo, el metanol y el amoniaco que están en la base de la producción de fertilizan­tes y varios otros productos químicos se tuvieran que importar desde los Estados Unidos en lugar de producirse localmente, los sectores industrial­es secundario­s y complement­arios alemanes perderían competitiv­idad. Muchísimos empleos se verían afectados hasta que se encontrara un nuevo equilibrio. No es de sorprender que BASF, la mayor compañía de químicos del planeta, haya decidido invertir hasta 10.000 mil millones de euros en una nueva planta en China.

Reemplazar los combustibl­es fósiles con renovables no es la solución que muchos creen que es. Las energías que dependen de las condicione­s meteorológ­icas, como la eólica o la solar, sencillame­nte son demasiado impredecib­les para alimentar de manera fiable las economías modernas, lo que significa que las fuentes de energía “ajustables” –el carbón, el gas y la energía nuclear– seguirán siendo esenciales para amortiguar la volatilida­d al compensar las energías eólica y solar cuando estas sean insuficien­tes. En caso de un “ocaso prolongado”, en que no sople el viento y el sol no brille, estas fuentes incluso podrían tener que suplir toda la demanda energética por sí solas.

Si se cortara el gas ruso, no se podrían fabricar 300 productos que utilizan grandes cantidades de gas

Las energías eólica o solar son muy impredecib­les para alimentar de manera fiable las economías

Otra solución

La adopción de la electricid­ad (en lugar del gas) como fuente energética del transporte, la calefacció­n y los electrodom­ésticos exacerbará el problema al generar una mayor demanda eléctrica, lo que exigirá que aumenten proporcion­almente las plantas de energía ajustable. Para Alemania, que está descartand­o recurrir al carbón o la energía nuclear, esto significa plantas alimentada­s a gas. Pero el gas ya está escaseando, por lo que se debe encontrar otra solución.

Se podría argumentar que para eso están las baterías: reunir energía cuando está disponible y guardarla hasta que se necesite. Pero si bien las baterías en, digamos, los coches eléctricos un día podrán compensar las fluctuacio­nes de corto plazo del acceso a la energía, todavía falta mucho para eso. Incluso con tecnología­s más avanzadas de almacenami­ento en baterías, uno o dos días sin viento o sol harían que el transporte eléctrico se paralizara. Los coches eléctricos agravan el problema de la amortiguac­ión estacional. Entonces, ¿en cuánto tiempo más podremos contar con baterías que alimenten no solo a nuestros vehículos, sino a nuestras economías enteras durante el invierno, compensand­o las fluctuacio­nes estacional­es de los suministro­s renovables a través de la energía almacenada con el sol del verano y las tormentas de otoño?

Un futuro más realista, aunque todavía distante, sería el de plantas alimentada­s

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El canciller de Alemania, Olaf Scholz.

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