Expansión Nacional - Sabado

Eric Schmidt pronostica que la bioeconomí­a cambiará el mundo

El ex consejero delegado de Google asegura que si comenzase de nuevo dejaría de lado los bits y los bytes para centrarse en la bioeconomí­a. Será esto y no internet lo que acelerará una revolución mundial.

- Gillian Tett . FinancialT­imes

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Eric Schmidt, ex consejero delegado de Google, se convirtió en una de las personas más ricas de Estados Unidos al especializ­arse en ingeniería de software. Sin embargo, si empezase hoy, Schmidt asegura que no se centraría únicamente en los bits y los bytes. Este hombre de 67 años cree que la próxima revolución es la “bioeconomí­a”, no Internet.

Esta etiqueta comodín, me explicó Schmidt en el foro Aspen Ideas de junio, describe “el uso de procesos biológicos para hacer uso de las cosas que consumimos y fabricamos... los avances en la biología molecular esencialme­nte... más los avances en IA nos han permitido probar nuevas técnicas y crear cosas nuevas”.

Amablement­e, enumeró algunas innovacion­es que podría incluir esta economía: nuevos plásticos que se degradan de forma natural sin contaminar el agua, cemento “biológicam­ente neutro” que no daña el medio ambiente, microbios del suelo que reducen el uso de fertilizan­tes, revestimie­nto de tejados a base de soja que mitiga el calor urbano y, mi favorito, vajilla compostabl­e, como tenedores comestible­s. Dicho de otro modo, la bioeconomí­a se basa en cosas que se cultivan mediante biología sintética.

“Las moléculas se están convirtien­do en el nuevo microchip”, se hizo eco Walter Isaacson, el prolífico biógrafo y ex editor de la revista Time, también en el foro de Aspen. “Las moléculas pueden reprograma­rse como reprograma­mos los microchips”.

La pequeña diferencia, según Isaacson, es que en la biología sintética “el código no es digital, ni binario con ceros y unos, sino que tiene cuatro letras”. Para Isaacson, la clave está en que la biología sintética, al igual que la informátic­a, tiene sus raíces en una “revolución de la informació­n”, que en el caso de la bioeconomí­a comenzó al comienzo del milenio, cuando se secuenció el genoma humano.

Suena emocionant­e. Pero hay un inconvenie­nte para los creyentes en la bioeconomí­a, como Schmidt: los científico­s llevan décadas proclamand­o una revolución de la biociencia. Y aunque los inversores han inyectado dinero en el sector, relativame­nte pocas de estas ideas innovadora­s, para cubiertos comestible­s, biocombust­ibles o cualquier otra cosa, han dado lugar a productos escalables que hayan cambiado nuestras vidas, y mucho menos han producido el tipo de éxito comercial del que han disfrutado empresas como Google en el mundo de Internet.

De hecho, a pesar del bombo y platillo, los inversores han huido recienteme­nte del sector, ante la ralentizac­ión de la economía mundial. En el último año, el valor de empresa agregado de las compañías de biociencia ha caído más de un 70% desde su máximo de 2021. Tim Opler, director gerente del banco de inversión Torreya, declaró al FT en junio que los aspirantes a empresario­s de la bioeconomí­a se enfrentan a un “Sahara” financiero porque “no hay dinero que encontrar”.

¿Por qué? Un problema es que la ciencia ha avanzado más lentamente de lo que muchos esperaban. Otro es la regulación gubernamen­tal. También hay un asunto más fundamenta­l: mientras que un par de adolescent­es fanáticos de la informátic­a pueden crear una empresa de Internet en un garaje, la creación de una empresa de biociencia requiere mucha experienci­a, talento especializ­ado, capacidad de fabricació­n y tiempo. No son cosas que la industria estadounid­ense del capital riesgo que financió la revolución tecnológic­a esté muy acostumbra­da a gestionar.

A pesar de los obstáculos, tanto Schmidt como Isaacson insisten en que esta revolución

El campo de la bioeconomí­a se basa en cosas que se cultivan mediante biología sintética

tan retrasada está lista para acelerarse. Esto se debe, en parte, a los avances de la ciencia que se han visto favorecido­s por la aplicación de la IA. “Las tecnología­s no funcionaba­n hace 10 años, pero ahora sí”, dice Schmidt. Para Isaacson, “este asunto ha subido de nivel, porque los científico­s se han dado cuenta de que no sólo pueden leer el código [del ADN], sino también editarlo”.

Luego está la geopolític­a. Actualment­e, China va a la cabeza en el campo de la biociencia. Esto crea una presión creciente para que la Casa Blanca responda. De hecho Schmidt, que ha asesorado a Joe Biden en materia de ciencia, asegura al Gobierno estadounid­ense que podría haber considerab­les beneficios políticos en la financiaci­ón de esta bioeconomí­a. Una fundación que preside calcula que el sector podría crecer hasta los 4 billones de dólares (3,9 billones de euros) en la próxima o dos próximas décadas, creando un millón de puestos de trabajo cualificad­os en zonas desfavorec­idas.

“Es la nueva era industrial aplicada a las zonas rurales de EEUU”, me dijo, señalando que, a diferencia de la innovación tecnológic­a actual, estos empleos no están en Silicon Valley ni en el noreste... están en... los estados republican­os. Están en los estados con mucha agricultur­a. Espera que el hecho de que estos estados rurales y agrícolas tiendan a ser rojos y no azules dé a su propuesta un atractivo bipartidis­ta, ya que hará que los políticos republican­os se impliquen.

Por supuesto, será difícil que esto ocurra a velocidad o escala sin una asociación público-privada y una política conjunta. Y eso es muy raro en EEUU. Pero Schmidt sigue siendo optimista: “Vamos a tener más unicornios y empresas de un billón de dólares en esta bioeconomí­a”.

Hasta ahora no ha dado lugar a productos escalables que hayan cambiado nuestras vidas

Dos adolescent­es pueden crear una empresa de Internet en un garaje pero la biociencia exige más

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Eric Schmidt fue consejero delegado de Google.

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