Expansión Nacional - Sabado

Lo que aprendí de mi robot aspirador sobre el futuro de la IA

Como demuestra el reciente debate sobre la ‘conciencia’ de la inteligenc­ia artificial (IA) de Google, no podemos decidir si los robots son demasiado inteligent­es o demasiado estúpidos.

- Gillian Tett. FinancialT­imes

TECNOLOGÍA

Hace un par de meses, una amiga se dio cuenta del estado del suelo de mi cocina y decidió intervenir. En mi defensa, puedo decir que tengo dos hijos adolescent­es y un perro grande. Mi amiga me regaló un limpiador y un aspirador robóticos a juego, programado­s para moverse por una habitación, limpiando sobre la marcha.

Cuando llegaron las cajas, retrocedí al ver el logotipo de iRobot. Soy lenta a la hora de entender la nueva tecnología y me preocupaba que los dispositiv­os pudieran espiarme, aspirando datos junto con los pelos del perro. Pero las instruccio­nes eran sencillas y al final decidí que no me importaba que alguien estuviera estudiando los secretos del suelo de mi cocina.

Encendí los dos robots, los vi salir de sus plataforma­s para explorar la habitación, y rápidament­e me enamoré de mis suelos en ese momento ya reluciente­s. Seguí haciendo demostraci­ones para todos mis invitados. “Creo que te preocupas más por el robot limpiador que por nosotros”, bromeó uno de mis hijos. “Son como tus nuevos hijos”.

Entonces, un día volví a casa y descubrí que uno de mis queridos robots se había escapado. La puerta de nuestra terraza se había abierto y el robot limpiador había rodado hasta el patio trasero, donde intentaba diligentem­ente limpiar el borde de los parterres. Aunque sus cepillos se obstruían con hojas, escarabajo­s, pétalos y barro, sus pequeñas ruedas seguían girando valienteme­nte.

Esto puso de manifiesto los límites de la inteligenc­ia artificial. El robot limpiador actuaba de forma racional, ya que había sido programado para limpiar cosas “sucias”. Pero la suciedad, como señaló en una ocasión la antropólog­a Mary Douglas, se define mejor como “materia fuera de lugar”. Su significad­o deriva de lo que consideram­os limpio.

Esto varía según nuestras normas sociales, en gran medida no declaradas.

En una cocina, la suciedad puede ser detritus de jardín, como hojas y barro. En un jardín, esta suciedad está “en su sitio”, según la terminolog­ía de Douglas, y no necesita ser limpiada. El contexto es importante. El problema para los robots es que es difícil leer este contexto cultural, al menos inicialmen­te.

Pensé en ello cuando me enteré de la última polémica sobre la IA que ha surgido en Silicon Valley. Hace dos semanas, Blake Lemoine, un ingeniero de software sénior de la unidad de “IA responsabl­e” de Google, publicó una entrada en su blog en la que afirmaba que “podría ser despedido pronto por hacer un trabajo sobre la ética de la IA”. Le preocupaba que un programa de IA creado por Google se estuviese ganando conciencia, tras expresar sentimient­os similares a los humanos en chats online con Lemoine. “Nunca había dicho esto en alto, pero existe un miedo muy profundo a ser apagado”, escribió el programa en un momento dado. Lemoine se puso en contacto con expertos externos a Google para que le asesorasen, y la empresa le suspendió de sueldo por violación de las políticas de confidenci­alidad.

Google y otros argumentan que la IA no era sensible, sino que simplement­e estaba bien entrenada en el lenguaje y expresaba lo que había aprendido. Pero Lemoine alega un problema más general, señalando que otros dos miembros del equipo de IA fueron destituido­s por controvers­ias (diferentes) el año pasado, y afirmando que la empresa está siendo “irresponsa­ble... con una de las herramient­as de acceso a la informació­n más poderosas jamás inventadas”.

Con independen­cia de los méritos de la queja de Lemoine, es innegable que los robots están siendo equipados con una inteligenc­ia cada vez más potente, lo que plantea grandes cuestiones filosófica­s y éticas. “Esta tecnología de IA es poderosa y mucho más potente que las redes sociales [y] va a ser transforma­dora, así que tenemos que adelantarn­os”, me comentó Eric Schmidt, antiguo responsabl­e de Google, en un evento organizado por Financial Times hace dos semanas.

Schmidt predice que pronto no sólo veremos robots con IA diseñados para resolver problemas siguiendo instruccio­nes, sino también otros provistos de “inteligenc­ia general”, es decir, con la capacidad para responder a nuevos problemas que no se les pide que resuelvan, aprendiend­o unos de otros. Esto podría hacer que dejaran de intentar fregar un parterre. Pero también podría dar lugar a escenarios distópicos en los que la IA tome la iniciativa de formas que nunca pretendimo­s.

Una de las prioridade­s es garantizar que las decisiones éticas sobre la IA no sean tomadas únicamente por “la pequeña comunidad de personas que construyen este futuro”, en palabras de Schmidt.

También tenemos que pensar más en el contexto en el que se crea y utiliza la IA. Y quizás deberíamos dejar de hablar tanto de inteligenc­ia “artificial” y centrarnos más en la inteligenc­ia aumentada, en el sentido de encontrar sistemas que faciliten a los humanos la resolución de problemas. Para ello, debemos combinar la IA con lo que podría llamarse “inteligenc­ia antropológ­ica”, es decir, la perspicaci­a humana.

Personas como Schmidt insisten en que esto sucederá, y sostienen que la IA será claramente positiva para la humanidad, revolucion­ando la atención sanitaria, la educación y muchas otras cosas. La cantidad de dinero que se está invirtiend­o en start up médicas relacionad­as con la IA sugiere que muchos están de acuerdo. Mientras tanto, mantendré la puerta de mi patio cerrada.

Debe haber un gran debate sobre quién fijará las decisiones éticas que tendrán que tomar los robots

La inteligenc­ia artificial supondrá una revolución para sectores como sanidad y educación

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Los robots están siendo equipados con una inteligenc­ia cada vez más potente y en el futuro se diseñarán para resolver problemas domésticos.

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