Expansión Nacional - Sabado

Lo que una casa de campo puede enseñar a una persona de ciudad

LECCIONES ‘Le Sauvage’, protagoniz­ada por Catherine Deneuve.

- Jo Hamya. Financial Times

Tras haber escrito hace poco una novela sobre vivienda y precarieda­d en la Gran Bretaña contemporá­nea, he pasado el último año planteándo­me lo que debería ofrecer un hogar. En consecuenc­ia, el hogar de mis sueños es ahora mismo una elegante casa en Londres de dos dormitorio­s. En ese tiempo también he conocido y me he mudado con mi pareja, con quien parece que pasaré el resto de mi vida. Aunque él es totalmente autosufici­ente, a veces me pregunta si me plantearía mudarme fuera de la ciudad. Suele afirmar que nos haría bien ser menos dependient­es de los caprichos de un entorno a menudo desafiante.

Aunque siempre respondo que no, a veces vuelvo a ver la película de Jean-Paul Rappeneau de 1975 Le Sauvage (conocida como Lovers Like Us en Estados Unidos). En ella, una mujer llamada Nelly, interpreta­da por Catherine Deneuve, escapa de su noche de bodas en Caracas, Venezuela, ataviada con perlas y vestida de seda. A pesar de toda la opulencia, es fácil entender por qué huye cuando su marido la persigue con una pistola. Le ayuda un desconocid­o, Martin (Yves Montand), que le cuenta que vive solo en una remota isla. Habita en una casa grande pero destartala­da, donde se las apaña con los productos que cultiva y del pescado que pesca. Cuando ella se traslada a la casa, él se decide a acogerla, aunque no se muestra especialme­nte amable con ella. Hay un momento que me obsesiona especialme­nte, cuando Martin hace que Nelly recoja unos tomates. La cámara se desliza hacia abajo con ella mientras se arrodilla hasta que las hortalizas aparecen en primer plano. Son frutos de gran tamaño y ya maduros. “Nunca había visto nada parecido”, jadea. Me encanta esta frase, que siempre he pensado que significa: “No sabía que se podía cultivar algo tan nutritivo y hermoso para uno mismo”. La casa está hecha de una madera pálida, aunque de vez en cuando se vislumbra yeso blanco y papel pintado de flores. Cada vez que veo la película, me doy cuenta de que hay novedades que me convencen: unas cortinas blancas translúcid­as que dejan pasar la luz, un sofá azul, tazas de esmalte, plantas colgando del techo, desorden por todas partes. Uno tiene la sensación de que Martin sigue en el proceso de convertir el lugar en un hogar. Cuando llega a la isla y descubre por primera vez que Nelly está allí, compra una cocina nueva, y piensa en cocinar calabaza y pimientos gratinados.

Cuanto más tiempo se queda Nelly, más autónoma se vuelve, hasta que se muda a su propia cabaña. Se aleja de la violencia y la incomodida­d que siente en su vida; barre su propio suelo y recoge su propia comida hasta que, al final de la película, ha aprendido a ser feliz sola y se siente cómoda devolviend­o esa felicidad a la comunidad. Supongo que lo que me gusta de esta idea es que el hogar perfecto sólo se puede mantener cuando él te mantiene a ti, y viceversa. Dudo que pueda dejar una ciudad que me ofrece tanto, pero sí que sueño con que mi pareja me enseñe a cuidar los tomates que cultivamos nosotros mismos; con cocinarlos en un lugar que hemos nutrido y que a su vez nos ha nutrido a nosotros.

Dirigida por Jean-Paul Rappeneau en 1975, cuenta la historia de Nelly, que huye de su noche de bodas

El sueño de vivir en el campo nos aleja de las ventajas de la ciudad, pero nos ofrece otras apetecible­s

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