¿Hacia un euro débil y de dos velocidades?
Resulta sorprendente la lentitud del Consejo de Economía y Finanzas de la zona euro en avanzar hacia un mercado financiero y bancario único.
Aprincipios de los años 1990, Alemania registró, de manera extraordinaria, déficits por cuenta corriente cuando era ya una potencia exportadora mundial. Su tradicional exceso de ahorro sirvió para absorber los ingentes gastos de la reunificación, empezando con el más que generoso cambio de uno a uno de marcos del Este por los del Oeste. Entonces no hubo necesidad de explicar a los ciudadanos del Oeste la transcendencia y urgencia de la reunificación. Hoy día, en 2022, una Alemania ya unida vuelve a necesitar apelar al exceso de ahorro para financiar su transformación energética, tanto hacia las energías renovables como por el abandono de su dependencia de Rusia. El Gobierno alemán, que no lleva un año en el cargo, le ha planteado a sus ciudadanos y empresas que se preparen para respaldar estos cambios con sus billeteras, consciente de que las crisis energéticas derivan en crisis industriales. En este contexto, el euro ha perdido inevitablemente valor y ha caído hasta la paridad con el dólar.
Las monedas fuertes reflejan economías con excedentes de ahorro y competitivas. De no ser así, los extranjeros no se fiarían de la divisa para depositar sus ahorros e inversiones en ellas. Donald Trump contradijo esta teoría comúnmente aceptada, para acabar ampliando el déficit estadounidense con China pese a una tremenda subida de aranceles, lo que revela que la regla tiene una excepción: el dólar, que representa a una economía con déficit exterior pero dinámica y que es la mayor potencia financiera y militar del mundo. Es lo que el presidente de Francia, Giscard d’Estaing, definió en los años 1970 como “exorbitante privilegio”, con característico elitismo de su clase, el de una economía deficitaria desde hace 60 años pero representada por la moneda de reserva mundial por excelencia. China, que conoce bien sus debilidades, se cuida mucho de tener una moneda convertible, como ahora tampoco la tiene Rusia. A ver quién pone ahora sus ahorros en reminbis o en rublos. Pero eso es otra historia. Hasta ahora la única alternativa real era el euro. Los bancos centrales más sofisticados e importantes del mundo dejan claro que entre los objetivos expresos de sus políticas monetarias no está preservar la cotización de sus respectivas monedas. No está claro que ésta sea la máxima expresión de su credibilidad, pero todos sabemos lo arriesgado que resulta predecir la evolución de una moneda, sujeta a muchos impulsos –no todos económicos– y a manipulaciones –no todas transparentes–. La Reserva Federal de Nueva York, la que fija la política financiera internacional de Estados Unidos, ha dejado caer al euro este verano hasta la paridad con el dólar por primera vez en 20 años. La necesidad de recuperar la credibilidad de su política frente a la inflación por parte de la Fed no admite hoy matices. Pero eso puede cambiar en el futuro, una vez doblegada la presión sobre los precios.
La inflación también juega su papel en el valor de una moneda. Junto con la erosión que produce, reduciendo el tipo de cambio frente a los competidores, mejora a corto plazo la competitividad, pero aumenta la presión al alza sobre los precios, en un círculo vicioso con final infeliz asegurado. La Reserva Federal quiere dejar bien claro que su compromiso, aunque doble con la estabilidad de precios y el nivel de empleo, está ahora centrado en la primera, dado que, además, la tasa de desempleo se sitúa en la actualidad en el 3,5%.
Nuevo mandato del BCE
El Banco Central Europeo, aunque sólo tiene como mandato la estabilidad de precios, se lo está tomando con mayor tranquilidad. No parece descartar que la debilidad económica de la zona euro le haga el trabajo de enfriar la economía sin tener ellos que apretar demasiado las clavijas. Apuesta arriesgada, aunque la reacción de los mercados, incluso antes de la subida del tipo de interés de referencia de 50 puntos básicos acordada en julio, sobre la llamada deuda pública periférica haya disparado las alarmas. Este hecho ha obligado al BCE a definir un nuevo mandato: evitar el fraccionamiento del mercado de bonos soberanos del euro. Lo que puede llevarle a tener que intervenir para limitar las primas de riesgo de ciertos países, al considerarlas incompatibles con la aplicación uniforme de su política monetaria. Estos límites, por el momento sin especificar, se mantendrían con compras de unos bonos nacionales y la venta de otros. Nadie sabe las consecuencias que puede tener esta política.
Los mercados leen, pues, lo que el BCE escribe en la pared: no puedo elevar los tipos sólo pensando en la inflación y tampoco dejaré de comprar todos los bonos nacionales. Inevitablemente, los mercados ya están testando estos límites, sobre todo con la deuda italiana, en un cierto remake de la masacre que la libra británica vivió en 1991 de la mano de George Soros. No se puede tampoco descartar que el nuevo mandato anti fraccionamiento no acabe abriendo un debate político en el seno del Ecofin. Resulta sorprendente la lentitud del Consejo de Economía y Finanzas de los países del euro en avanzar hacia un mercado financiero y bancario único, que tuviera un único seguro de depósitos para reforzar el movimiento del ahorro hacia las mejores rentabilidades y que sería mucho más transparente y coherente que involucrar al BCE. Llevamos en ello más de diez años. No deberían aceptarse futuras quejas del Ecofin sobre lo que se le puede venir encima.
Alguna relación hay entre el valor de las monedas y el potencial de crecimiento de sus economías. Aquí la ventaja estadounidense también resulta patente, empezando por la restricción energética. EEUU es bastante independiente en esta materia, mientras la zona euro está muy lejos de serlo. Para empezar, no se sabe cuánto tiempo se considerará al gas como energía verde, lo que hace muy difícil atraer inversiones, incluidas las interconexiones. La Comisión ha establecido el horizonte de 2030 para permitir que el gas sea considerado energía verde, mientras que el Banco Europeo de Inversiones se niega a financiar inversiones en energías que no sean renovables. Los cargos del BEI son nombrados por el Ecofin, es decir por los gobiernos.
La falta de ahorro, las dificultades obvias para implantar una política monetaria común frente a la inflación, la falta de un modelo energético conocido y coherente que respalde el crecimiento, todo juega contra una moneda estable, ni siquiera fuerte, para el mayor espacio comercial unido del mundo. Las ingentes necesidades futuras de inversión privada en tecnologías y energías sostenibles requieren monedas estables. La Comisión las cifra en 270.000 millones anuales durante los próximos 40 años. Alguien debería aclarar tantas contradicciones, que son públicas en estos momentos. Lamentablemente, ni la academia ni la prensa europeas son tan iconoclastas como las estadounidenses. Nosotros lo ignoramos. Los inversores no lo hacen.
Los mercados ya están testando los límites de actuación del BCE, sobre todo con la deuda italiana
dará. En cuanto a los precios no quedará más remedio que subirlos, pero con sensatez.
– ¿Se afronta mejor una crisis económica cuando uno se pone en sus propios zapatos?
Ser una empresa familiar te da mucha perspectiva, gracias a eso tenemos más visión a largo plazo y más prudencia. Insisto en que pensamos en las siguientes generaciones.
– Usted ya ha vivido momentos difíciles desde que tomó el cetro en 2012. ¿Qué enseñan?
Las crisis te enseñan a priorizar, a unir, a lanzar mensajes claros, a valorar los recursos que tienes. Debes tener una capacidad de reacción inmediata, pero los valores sólidos y la visión a largo plazo son lo más valioso frente a la incertidumbre.
– Parece discreto y tranquilo, muy mallorquín...
Abogo por la prudencia y la tranquilidad, cuando van mal las cosas y cuando van bien.
– En las reuniones familiares se ‘aflojarán los cordones’, ¿no?
Son dos roles diferentes y separar la vida personal de la profesional es sano. Eso es compatible con hablar con sinceridad aunque sea a un familiar; hay que ser claro y consensuar.
– ¿No vender la empresa familiar está también consensuado?
No nos planteamos vender porque tenemos las capacidades y los recursos para llevarla adelante.
– El primer modelo de Camper, el Camaleón, fue un diseño inspirado en los zapatos de los campesinos locales y era unisex. Ahora las marcas hablan de los artículos sin género como si hubieran inventado la pólvora.
Camper siempre ha tenido unos valores y el unisex sigue siendo muy relevante. Incluso tenemos un zapato que era de tacón y este verano lo hemos hecho en tallas más grandes para hombre. La línea está cada vez más diluida, aunque Camper sigue teniendo una parte de colección para mujer y otra para hombre.
– Hablando de diversidad, siempre han apostado por diversificar como hicieron con los hoteles Casa Camper o hace unos meses con NNormal, una marca de calzado deportivo que nace de la unión con Kilian Jornet. ¿Por qué?
Mi abuelo ya diversificó comprando Viajes Iberia. Apostar por otras líneas de negocio es importante, pero manteniendo el foco y sin despistarse. En el caso de NNormal es un producto deportivo con identidad propia.
– ¿Con el fin de la pandemia hemos aparcado las zapatillas de deporte?
El crecimiento de esta categoría no se va a frenar. Lo que hay que ver es si el calzado casual se mantiene tan fuerte ahora que volverán las ocasiones más festivas.
– ¿Volverá también con fuerza el ‘retail’?
El 50% de nuestras ventas ya son por Internet, pero estamos contentos con las 66 tiendas que tenemos en España. Hay que cuidar al cliente local.