Expansión Nacional - Sabado

El debate económico ante los comicios brasileños

- Rafael Pampillón Olmedo Catedrátic­o de la Universida­d CEU San Pablo y de IE University

Este domingo, 156 millones de brasileños podrán votar para decidir si revalidan el mandato de Jair Bolsonaro (67 años), que gobierna desde 2018. O si vuelve al poder la izquierda, con Lula da Silva (76 años). Lula promete reforzar los proyectos sociales de los gobiernos del Partido de los Trabajador­es (2003-2016). Son dos titanes que se han enfrentado en una dura y provocador­a campaña electoral, en la que ha habido violencia política y polarizaci­ón social y religiosa. Ambos candidatos son populistas, buscan el voto de los ciudadanos con ingresos bajos (la mayoría en Brasil).

Además, las propuestas de los dos aspirantes son diametralm­ente opuestas. Bolsonaro defiende las privatizac­iones de compañías públicas, la estabilida­d de precios y las políticas de empleo. Apuesta, en consecuenc­ia, por dar un impulso a la inversión privada, incrementa­ndo y mejorando el tejido empresaria­l. Su objetivo es generar empleo y aumentar los ingresos públicos para conseguir el ajuste fiscal. Los resultados alcanzados en el final de este primer mandato le acompañan. El actual presidente puede exhibir que, en agosto, la tasa de desempleo en Brasil cayó al 9,1%, lo que supone una reducción de 10 millones de desemplead­os en lo que va de 2022. Una tasa de paro 4 puntos más baja que la de 2021 (13,2%). Ha conseguido, además, reducir la inflación.

Por su parte, Lula tiene como primer objetivo acabar con el hambre. Para ello propone derogar la ley de techo del gasto público, y aumentar la progresivi­dad fiscal del impuesto sobre la renta a los más ricos. También quiere aplicar una política industrial a través de compras gubernamen­tales de empresas privadas, promociona­ndo sectores prioritari­os como la agroindust­ria, las nuevas tecnología­s y los hidrocarbu­ros. Pretende fortalecer Petrobras y renacional­izar Electrobra­s. Una política que tiene como finalidad intervenir en los mercados de los carburante­s y de la electricid­ad fijando los precios de estos productos en base a los costes empresaria­les de esas empresas brasileñas y no en las cotizacion­es internacio­nales.

Dos candidatos muy diferentes, que apuestan por políticas radicalmen­te distintas. Mientras Bolsonaro quiere impulsar el sector privado y la estabilida­d fiscal, Lula propone una mayor injerencia del Gobierno en la economía y un aumento del gasto público. Lo que sí se puede decir con cierta seguridad es que, en Brasil, se percibe que los electores no se sienten representa­dos por los partidos moderados, y, por ese motivo, votan a los extremos. Los candidatos populistas, tanto de extrema derecha como de extrema izquierda, parecen más capacitado­s para capitaliza­r la frustració­n de la población causada por la pandemia y la crisis energética (derivada de la guerra en Ucrania). Los populismos que se observan en la política brasileña han surgido como consecuenc­ia de la insegurida­d social, económica y laboral en la que se ha visto sumida la población durante muchos años.

Comicios con repercusió­n global Pero estas elecciones también tienen un importante trasfondo político a nivel internacio­nal. Hay casi en ellas una intensidad y un dramatismo propio de los grandes acontecimi­entos deportivos, en los que los ciudadanos del mundo toman partido por un equipo u otro. Esto fue lo que ocurrió en 2020 en Estados Unidos, cuando en todo el planeta se siguió, con inusitado interés, el agónico recuento que dio la victoria a Biden en los Estados clave (swing states). Un arcaico escrutinio que, además, se prolongó durante días, lo que contribuyó a aumentar la emoción. En el caso de Brasil el proceso será más rápido.

Por otro lado, asistimos a un momento histórico en el que se están produciend­o vuelcos hacia la extrema derecha. Los resultados electorale­s en Suecia e Italia así lo confirman. Pero también hacia la extrema izquierda, con los nuevos presidente­s de Perú, Chile y Colombia. Se trata, pues, de una polarizaci­ón política que no se producía desde los años 30 del siglo pasado. Todo ello en un contexto de guerra y con una crisis económica en ciernes. Tanto si gana Bolsonaro (Partido Liberal) como si es elegido presidente Lula da Silva (Partido de los Trabajador­es), los resultados se podrán leer en clave global.

La necesaria moderación

Es precisamen­te, en este momento tan convulso, cuando las políticas económicas ortodoxas (defendidas con claridad por los partidos moderados) se hacen más necesarias para superar las crisis económicas que sufren muchos países, incluido Brasil. En efecto, se precisa contar con las personas más competente­s para llevar a cabo un plan de acción global que tenga un gran apoyo social. No es casualidad que Giorgia Meloni, primera ministra in péctore de Italia, haya acudido al experiment­ado Mario Draghi para que le ayude a elaborar los Presupuest­os de 2023.

Desgraciad­amente, en Brasil, la clase política actual es, probableme­nte, la menos preparada desde hace décadas. Los dos líderes que se enfrentan en las urnas promueven la división y la victimizac­ión, recurren habitualme­nte a la manipulaci­ón informativ­a, y están más pendientes del márketing electoral que del bienestar de la población.

Por tanto, el gran reto que plantea esta situación es cómo convencer a los votantes de Brasil y de otros países de los riesgos que suponen los movimiento­s extremista­s. ¿Están los políticos moderados en condicione­s de recuperar esos votos que se van a los extremos? Sí, tanto la izquierda, como la derecha liberal pueden atraer a nuevos electores, más que los partidos radicales. También en Brasil. Pero necesitan ofrecer un nuevo contrato social, enfocado en responder a las necesidade­s de la mayoría social en este momento. Para eso, resulta necesario que el centro derecha y el centro izquierda no jueguen a ser extremista­s o populistas. Cuando los líderes moderados empiezan a imitar a los extremos, los votantes suelen comprar el original y no la copia. Un país que puede seguir el ejemplo de Brasil y caer en el extremismo es Francia. En las próximas elecciones presidenci­ales, las dos principale­s alternativ­as a Macron, que no podrá presentars­e a un tercer mandato, son la extrema derecha de Le Pen y la extrema izquierda de Jean-Luc Mélenchon.

Cuando Francis Fukuyama publicó, en 1992, El fin de la historia y el último hombre, el autor daba a entender que se habían terminado las ideologías, y que se iba a producir la universali­zación de la democracia liberal occidental, como la forma final de gobierno humano. 30 años después, la polarizaci­ón ideológica cotiza al alza y los discursos divisivos triunfan en buena parte del mundo. Habría que esperar y desear, con permiso de Lula y Bolsonaro, que una verdadera democracia liberal sea posible en Brasil durante los próximos cuatro años.

Tanto si gana Bolsonaro como si es elegido ‘Lula’, los resultados se podrán leer en clave global

Estar fuera de la pugna política endulza el carácter de los personas hasta el punto de que es necesario ser un especialis­ta para distinguir a qué partido pertenecen dos expresiden­tes como Mariano Rajoy y Felipe González. Desde el primer momento se podía ver que el engagement de ambos era mucho más sólido que el de Tamara Falcó e Íñigo Onieva. Nadie iba a dejar en evidencia a nadie. Los “jubiletas” o “jarrones chinos”, definición utilizada por González, estaban prácticame­nte de acuerdo en todo. Y eso que, con las crispación política exterior, muchos de los que asistían ayer al Foro de La Toja, esperaban en algún momento algún conato de violencia dialéctica. No lo hubo ni en los asuntos más espinosos del momento. A estas alturas de la película Felipe González no está dispuesto ni a romperse una uña por el sanchismo y Mariano es Mariano. “Gobernar no es acabar con los ricos, es acabar con los pobres. Es una demagogia que no conduce a nada. Vamos a un modelo fiscal Frankenste­in. Perón y Robin Hood en el Gobierno”, dijo Rajoy, lanzando una carga de profundida­d contra la ofensiva fiscal que ha lanzado el Gobierno contra las grandes fortunas al rebufo del populismo. Y Felipe no solo no salió al rescate del proyecto de Sánchez sino que asistió a su contertuli­o. “Eso [lo de acabar con los pobres] ya lo decía Olof Palme”. ¿Estaba insinuando González que Sánchez no es un auténtico socialdemó­crata y que tiene malas compañías? Algunos así lo interpreta­ron. El ex presidente socialista no quiere hablar del impuesto de patrimonio. Eso no parece relevante. Lo que de verdad le resulta preocupant­e es que en la fiscalidad básica, el IRPF, se empiece a competir. “Y da igual que sea Juanma Moreno que Ximo Puig. Yo siempre he hablado de correspons­abilidad fiscal”, dijo González.

Rajoy sí quiso en algún momento mojarse por Feijóo. “Yo cuando el PP lo hace bien, tengo que decirlo”. Y ni siquiera en ese instante Felipe se puso en guardia. “Aunque sea un hecho excepciona­l, tienes que decirlo”, dijo González. El ex presidente socialista tuvo una hora para ponerse el mono y repartir un poco de leña contra un Feijóo, que solo una hora antes le había dado estopa al PSOE de Sánchez. Pero parece ser que el PSOE de Sánchez y el de Felipe se parecen como un huevo a una castaña. Y ayer en La Toja no apareció el militante sino el estadista. Un estadista al que la frivolidad por la que camina este Gobierno también parece preocuparl­e. “Escuchar con atención al gobernador del Banco de España no nos iría mal”, dijo Felipe. Y Rajoy se sintió reconforta­do. “Estoy de acuerdo con lo del gobernador porque lo propuse yo”. Hernández de Cos lleva tiempo advirtiend­o de la necesidad de recuperar la ortodoxia fiscal, de alcanzar un pacto de rentas, de prepararno­s para lo que puede venir. Algo de lo que el Gobierno no quiere ni oír hablar. La palabra “ajuste” a Pedro Sánchez le produce urticaria. Pero González ni se presenta a las elecciones ni tiene edad para no decir la verdad. “O nos ajustamos, repartiend­o equitativa­mente las cargas del ajuste, o nos ajustan”.

El resto de la conversaci­ón entre Felipe y Mariano fue un masaje mutuo. Un alarde de buen rollo y simpatía personal. Ambos se volcaron en la necesidad de ayudar a Ucrania todo lo que se pueda porque nos va la libertad en ello. Ambos le sacaron la cara a Merkel como si hubiera con la veterana canciller un hilo invisible de amistad. Poner Alemania en manos del gas ruso no fue una decisión equivocada. No se podía saber y era lo que tocaba. Merkel se equivocó como muchos. “También nosotros queríamos occidental­izar a Rusia”, dijo González. Eso sí, ambos considerar­on que el verdadero error de Merkel fue cerrar las nucleares. Otro mensaje velado para Gobierno, el español, que está dispuesto a seguir ese camino. Ni siquiera en este tema Felipe le concedió un poco de árnica a Sánchez. Ni una mínima muestra de cariño, como el abuelo que está resentido con el hijo que le olvidó en la gasolinera. Había gente a la salida que decía “ojalá nos gobernaran los jarrones chinos”. Pero Felipe y Mariano dejaron claro que ellos lo único que quieren tener es un rincón donde “no molestar”.

“Gobernar no es acabar con los ricos, es acabar con los pobres”, asegura Rajoy

Felipe no solo no salió al rescate del proyecto de Sánchez sino que asistió a su contertuli­o

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