Expansión Nacional - Sabado

La triple grieta de España y el síndrome Macario

- Iñaki Garay Director adjunto de EXPANSIÓN

Igual estoy exagerando y los indicios no son lo que parecen, pero de un tiempo a esta parte me siento víctima del síndrome Macario. Yo no lo conocí, pero Macario era el abuelo visionario de una buena amiga de la Ribera navarra, a la que todo el mundo conoce como La Macaria, aunque se llame Lourdes. Aquel hombre en su momento ya creía que era posible obtener energía del agua y su composició­n, más allá de la que se produce con la fuerza de su movimiento. Y vaticinó que la gran peña que coronaba su pueblo se desprender­ía ladera abajo causando grandes daños. Los vecinos inicialmen­te no le creyeron porque aquella roca llevaba allí miles de años, tal vez mucho más, y además el propio Macario era un poco excéntrico. Pero él tenía la sana costumbre de caminar todos los días hasta lo alto del cerro y había observado una pequeña grieta en el terreno.

Como era metódico, colocó sobre aquel indicio una hoja de papel y la fijó a cada lado con dos grandes piedras. Pasados algunos días la hoja se había quebrado y aquella señal del cielo sirvió para prevenir la catástrofe. En los últimos quince años en España el empleo público ha crecido un 16% mientras que el privado se ha reducido en torno al 6%. Un empleado público cobra de media un 8% más que uno del sector privado por hora trabajada, pero se ausenta de su puesto de trabajo con bastante más asiduidad, hasta el punto de que no trabaja casi un

7% de las horas que le correspond­erían, aunque hay que puntualiza­r que el problema no es solo de presencial­idad. Lo peor no es ya que el equilibrio entre funcionari­os y trabajador­es privados presente cada vez una ratio más preocupant­e sino que estos vicios de baja productivi­dad de los que adolece el sector público, lejos de corregirse, han tendido a multiplica­rse sin que nadie ose poner freno. A la nómina de todo ese empleo público habría que añadir la factura que suponen todas esas organizaci­ones que se nutren de los impuestos sin rendir cuentas a nadie. Todos los presidente­s, salvo Rajoy, han tenido una querencia natural a dejar que se creara durante su mandato una buena dosis de empleo público. Felipe González, que en trece años registró 562.000 empleos públicos, tenía como coartada válida que se estaba construyen­do la España de las autonomías. En los ocho años de Aznar al frente del Gobierno se crearon unos 450.000 empleos en el sector público, pero al menos logró que ese número se duplicara en el sector privado. Ya con Zapatero antes y con Sánchez ahora el sesgo público del trabajo se ha acabado imponiendo. Esta es una de las razones (hay más) que explica que la productivi­dad y competitiv­idad de España esté estancada a pesar de que los datos generales de empleo no sean especialme­nte alarmantes cuantitati­vamente si se comparan con otras épocas. Y que habiendo recuperado el nivel de puestos de trabajo previos a la pandemia estemos aún lejos de recuperar nuestro PIB. Si se mantiene la tendencia en no mucho tiempo las empresas de este país tendrán que vender sus órganos para mantener esta estructura administra­tiva que hará caer en saco roto cualquier mejora de productivi­dad. Eso las condena a deslocaliz­arse o a resignarse y morir. Y con ellas caerá el Estado de Bienestar. Lamentable­mente no parece que este Gobierno crea en el sector privado ni sea consciente del problema porque cada medida que toma va dirigida a debilitarl­o. La grieta en la roca apunta, como ocurre en el caso de las pensiones, que cada vez hay menos economía activa para sostener una economía pasiva creciente.

La segunda grieta es social y se percibe en un deterioro constante de la convivenci­a provocado por la cruzada revanchist­a que inició José Luis Rodríguez Zapatero y que ha recuperado Pedro Sánchez. Las dos Españas, que en algún momento creímos que se habían diluido para siempre, han reaparecid­o, cada vez son más vehementes y amenazan con agredirse. O se divorcian o algún juez tendrá que decretar el alejamient­o, porque ya son muy pocos en este país los que trabajan en fomentar la reconcilia­ción. El presidente del Gobierno, que debiera ser el presidente de todos, solo se preocupa de que el nivel de inquina no escasee. En su pecado está su penitencia. La gira por treinta ciudades que le habían preparado sus asesores para que toda España viera lo gran gestor que es ha tenido que suspenders­e porque no puede ya salir en este país a una calle que no esté rellenada de extras sin ser abucheado. Y los sindicatos y la izquierda ya calientan motores y preparan a su ejército de mercenario­s para incendiar España si Feijóo o cualquier otro que no sea de su cuerda llega al poder, por el simple hecho de haber llegado.

Y entre tanta desgracia, Putin incluido, aparece un vídeo de hace varios meses de los chicos del Colegio Mayor Elías Ahuja y las chicas del Colegio Mayor Santa Mónica para quitarle el velo a esa parte de la sociedad española pacata e hipócrita fabricada sin sentido común, incapaz de entender el contexto, pero provista de doble moral. A esa parte de la sociedad que sobreactúa todos los días para intentar escandaliz­ar al vecino y demostrar que es un mojigato porque va a misa, pero que pide las sales a las primeras de cambio cuando el transgreso­r no milita. A esa que por la tarde baila reguetón y trap al ritmo de las letras de Bad Bunny y a la mañana siguiente sale a cazar críos y crías que se divierten haciendo el cafre y diciendo burradas, pero libremente. Por muy obsceno, políticame­nte incorrecto y peligroso que muchos puedan considerar el juego de estos chavales (no mucho más peligroso que el que practican los que ahora esgrimen el dedo acusador), no lo es tanto como el deseo de muchos de intervenir la vida de los demás. La aparición de este vídeo y la polémica no es casual. Me preocupa que la Fiscalía se preste a la manipulaci­ón y también que ningún político haya salido a desinflar este globo diseñado para desviar la atención y para hacernos creer que no nos merecemos la libertad. Esta es la grieta moral.

En 15 años el empleo privado ha caído un 6%, mientras el número de funcionari­os ha crecido un 16%

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