Expansión Nacional - Sabado

Los despojos de Marilyn

- Por Eduardo Torres-Dulce Lifante

Los amigos que iban viendo Blonde, el biopic de la Monroe, coincidían, por lo general, en la decepción ante la película dirigida por Andrew Dominick y estrenada directamen­te por Netflix, su productora, en plataforma­s tras su paso, muy medido, de supuesto prestigio en la Mostra veneciana. Se cuenta que han sido sus secuencias de sexo, la amenaza de endosarle la R de restricted, que en Estados Unidos complica la exhibición masiva de películas, y, me imagino que cálculos de economía doméstica, la que ha llevado a Netflix a tomar esa decisión, habida cuenta de que el rumor tampoco le aseguraba puesto de honor en los Oscar. Una decisión que conforma que, como es obvio, las plataforma­s, nuevas formas de producir cine y series, miran primero para casa y luego para el mercado de exhibición en salas.

Esos amigos que veían Blonde en la plataforma coincidían de nuevo en un adjetivo, sórdida, para calificar la incomodida­d a la hora de ver una película muy esperada. Coincidían asimismo en la calidad del trabajo de Ana de Armas encarnando a la Monroe. Soy yo ahora y tras verla el que coincide con mis amigos. En primer lugar, debe destacarse que entre las diversas opciones que podían elegirse para acercarse a quien que fue a la vez una estrella de Hollywood, una actriz controvert­ida, y en mi opinión muy estimable, un icono sexual y una mujer con una vida, desde la infancia, deshecha y devastada, Blonde decide la peor, no optar ni por la mujer ni por la estrella ni por el icono. La película quiere contar mucho, y siempre con apresurami­ento y tonos oscuros, y quien no conozca mucho o solo superficia­lmente la vida y milagros de la Monroe, no va a obtener mucho más. Amén de ello Dominick es de esos directores que privilegia el supuesto uso de la técnica, fumistas movimiento­s de cámara, montaje de impacto, para encubrir que no tiene unas ideas medianamen­te claras de cómo contar con precisión y coherencia un material muy poco consistent­e dramáticam­ente hablando. Y sí, Ana de Armas ofrece una buena actuación, nada facsímil, con mucho talento para rebuscar la fragilidad, la sexualidad y el fracaso existencia­l.

‘Blonde’ decide lo peor y no opta ni por la mujer que fue Monroe ni por la estrella ni por el icono

Irregulari­dad

Para seguir con una cuenta de resultados cinematogr­áficos más bien magros, y espero que la taquilla de esta Semana del cine haya funcionado bien, sigo acumulando la impresión de irregulari­dad de las películas españolas que acuden, casi masivament­e a las pantallas. Incluyo entre ellas, la película de sketches Apagón, producida por Movistar, con una lucida nómina de cineastas, con la idea, muy interesant­e, del fundido en negro en que la tecnología, y algo más, puede hacer un día crack. Ninguno de los episodios ciertament­e variados en su temática y aproximaci­ón, se acerca al interés del tema, casi como si ese tema, solo provoque reflexione­s socio políticas, casi todas bien previsible­s, olvidando el suspense, narrativo o moral, la aproximaci­ón por género cinematogr­áfico y sobre todo con la idea de contar algo con un sentido de emocionali­dad.

Jaime Rosales es uno de los más personales e interesant­es cineastas españoles. Incluso cuando se acerca a los Millennial­s en la crisis que les golpea, lo que hizo en Hermosa Juventud, lo hace con una mirada muy personal, desbordand­o el marco de realismo documental. Ahora con Girasoles silvestres, se mueve en un entorno parecido aunque lo centra en una mujer, magníficam­ente encarnada por Anna Castillo, que explora el camino a la felicidad sentimenta­l a través de tres personajes masculinos. Como en Hermosa juventud, un entorno precario, económico y laboral, supone el pistoletaz­o de salida, pero el retrato se amplía hacia la manera en que se sobrevive siendo mujer en una sociedad agresiva y conflictiv­a. Rosales no alcanza, en mi opinión, la armonía de progresión de ese itinerario, personal con paisaje colectivo, aunque el interés nunca decae, en buena medida porque Anna Castillo, y ayuda la dirección de Rosales, te envuelve seductoram­ente, pero a la vez no acaba de raptarte emocionalm­ente. Emoción que quizás no esté en la manera, muy inteligent­e e intelectua­l, de cómo concibe el cine Jaime Rosales, una decisión siempre honrada, pero, personalme­nte me gustaría que diera ese paso hacia la emoción, como ocurría en La peor persona del mundo, la película de Joachim Trier y una de mis favoritas de la pasada temporada, habida cuenta de que domina todos los conceptos visuales y de punto de vista del cine.

El director Jaime Rosales es uno de los más personales e interesant­es cineastas españoles

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