Los despojos de Marilyn
Los amigos que iban viendo Blonde, el biopic de la Monroe, coincidían, por lo general, en la decepción ante la película dirigida por Andrew Dominick y estrenada directamente por Netflix, su productora, en plataformas tras su paso, muy medido, de supuesto prestigio en la Mostra veneciana. Se cuenta que han sido sus secuencias de sexo, la amenaza de endosarle la R de restricted, que en Estados Unidos complica la exhibición masiva de películas, y, me imagino que cálculos de economía doméstica, la que ha llevado a Netflix a tomar esa decisión, habida cuenta de que el rumor tampoco le aseguraba puesto de honor en los Oscar. Una decisión que conforma que, como es obvio, las plataformas, nuevas formas de producir cine y series, miran primero para casa y luego para el mercado de exhibición en salas.
Esos amigos que veían Blonde en la plataforma coincidían de nuevo en un adjetivo, sórdida, para calificar la incomodidad a la hora de ver una película muy esperada. Coincidían asimismo en la calidad del trabajo de Ana de Armas encarnando a la Monroe. Soy yo ahora y tras verla el que coincide con mis amigos. En primer lugar, debe destacarse que entre las diversas opciones que podían elegirse para acercarse a quien que fue a la vez una estrella de Hollywood, una actriz controvertida, y en mi opinión muy estimable, un icono sexual y una mujer con una vida, desde la infancia, deshecha y devastada, Blonde decide la peor, no optar ni por la mujer ni por la estrella ni por el icono. La película quiere contar mucho, y siempre con apresuramiento y tonos oscuros, y quien no conozca mucho o solo superficialmente la vida y milagros de la Monroe, no va a obtener mucho más. Amén de ello Dominick es de esos directores que privilegia el supuesto uso de la técnica, fumistas movimientos de cámara, montaje de impacto, para encubrir que no tiene unas ideas medianamente claras de cómo contar con precisión y coherencia un material muy poco consistente dramáticamente hablando. Y sí, Ana de Armas ofrece una buena actuación, nada facsímil, con mucho talento para rebuscar la fragilidad, la sexualidad y el fracaso existencial.
‘Blonde’ decide lo peor y no opta ni por la mujer que fue Monroe ni por la estrella ni por el icono
Irregularidad
Para seguir con una cuenta de resultados cinematográficos más bien magros, y espero que la taquilla de esta Semana del cine haya funcionado bien, sigo acumulando la impresión de irregularidad de las películas españolas que acuden, casi masivamente a las pantallas. Incluyo entre ellas, la película de sketches Apagón, producida por Movistar, con una lucida nómina de cineastas, con la idea, muy interesante, del fundido en negro en que la tecnología, y algo más, puede hacer un día crack. Ninguno de los episodios ciertamente variados en su temática y aproximación, se acerca al interés del tema, casi como si ese tema, solo provoque reflexiones socio políticas, casi todas bien previsibles, olvidando el suspense, narrativo o moral, la aproximación por género cinematográfico y sobre todo con la idea de contar algo con un sentido de emocionalidad.
Jaime Rosales es uno de los más personales e interesantes cineastas españoles. Incluso cuando se acerca a los Millennials en la crisis que les golpea, lo que hizo en Hermosa Juventud, lo hace con una mirada muy personal, desbordando el marco de realismo documental. Ahora con Girasoles silvestres, se mueve en un entorno parecido aunque lo centra en una mujer, magníficamente encarnada por Anna Castillo, que explora el camino a la felicidad sentimental a través de tres personajes masculinos. Como en Hermosa juventud, un entorno precario, económico y laboral, supone el pistoletazo de salida, pero el retrato se amplía hacia la manera en que se sobrevive siendo mujer en una sociedad agresiva y conflictiva. Rosales no alcanza, en mi opinión, la armonía de progresión de ese itinerario, personal con paisaje colectivo, aunque el interés nunca decae, en buena medida porque Anna Castillo, y ayuda la dirección de Rosales, te envuelve seductoramente, pero a la vez no acaba de raptarte emocionalmente. Emoción que quizás no esté en la manera, muy inteligente e intelectual, de cómo concibe el cine Jaime Rosales, una decisión siempre honrada, pero, personalmente me gustaría que diera ese paso hacia la emoción, como ocurría en La peor persona del mundo, la película de Joachim Trier y una de mis favoritas de la pasada temporada, habida cuenta de que domina todos los conceptos visuales y de punto de vista del cine.
El director Jaime Rosales es uno de los más personales e interesantes cineastas españoles