“No venderíamos la empresa ni a un jeque”
Aunque el año pasado dieron entrada como socio capitalista a Comess Group para crecer, Iñaky de la Cuesta y Moncho López mantienen el control de un negocio que han amasado a partir de unos pocos ingredientes: esfuerzo, entusiasmo y realismo.
Iñaky de la Cuesta y Moncho López Fernández-Escandón Fundadores de Levaduramadre
La historia de Levaduramadre ha necesitado mucho tiempo de cocción y, como el buen pan, masa madre, en este caso padre. Moncho López Fernández-Escandón (Madrid, 1977) es el ideólogo de un negocio que arrancaba en 2006 en Madrid y que él sigue viendo como a un hijo al que confiesa malcriar. “Cuando me proponen un negocio o cualquier nuevo producto me emociono y empiezo a pensar en sus posibilidades sin hacer números. Me cuesta mantener la cabeza sobre la tierra porque soy optimista, a veces en exceso”, asegura López, que se asoció con su primo Iñaky de la Cuesta (Madrid, 1980) para encauzar a ese niño que López estaba malcriando. “Él es el que me frena porque confronta con la realidad”, reconoce López, mientras De la Cuesta asiente, siempre sonriente. Hoy siguen siendo la cara visible de un negocio que ha crecido en la capital como lo hacen las setas en el campo y que ya ha dado el salto a Valencia, donde acaban de inaugurar cuatro locales, y a Barcelona, donde abrirán próximamente.
– El año pasado vendieron una participación mayoritaria de Levaduramadre a Comess Group –participado por la firma de capital privado GED Capital y dueños de Lizarran, Pomodoro o Cantina Mariachi–. ¿No les dolió deshacerse de una parte tan importante del pastel?
Lo necesitábamos para creer. Somos personas normales y corrientes y tenemos una capacidad de inversión moderada. Lo pensamos mucho porque no queríamos perder el control sobre la calidad del producto, pero necesitábamos apoyo económico. – Y ¿quién manda ahora?
En el día a día somos nosotros los que estamos encima del negocio. Hemos necesitado capital y ellos nos lo han aportado, pero eso no significa que no sigamos siendo los que marquemos el ritmo. Estamos obsesionados con la calidad y el sabor.
– ¿Venderían el resto si eso les permitiera dejar de ser personas normales y corrientes?
Ahora no le venderíamos ni a un jeque por mucho dinero que nos diera. Aunque ojalá venga uno cuando estemos cerca de la jubilación.
– ¿Eso significa que sus hijos no heredarán este negocio?
Son pequeños y es pronto para pensar en ello. Levaduramadre empezó como una necesidad, como un trabajo, y no nos hemos planteado qué pasará en el futuro con la marca o quién continuará con ella.
– Pero con más de cien tiendas –el 75% son franquicias–, una facturación cercana a los treinta millones y más de 450 empleados, ¿puedo llamarles empresarios o tengo que usar la palabra emprendedores?
Ahora nos ves más formales porque sabíamos que iban a hacernos una foto, pero lo normal es que nos pilles en la oficina o en el obrador –está en Vallecas y en sus tres mil metros cuadrados hacen cada día los productos que venden en las tiendas– mientras se hornean los panes y se hace el relleno de las empanadas. – Ahora sabrán hacer pan, pero antes de Levaduramadre no sabían ni amasarlo –De la Cuesta estudió Ingeniería Informática y López, Físicas–. ¿Qué pasó para que se convirtieran en panaderos?
Que quise dar un giro a mi vida –López se enamoró de la atención al cliente trabajando en Decathlon mientras estudiaba y fichó por Cortefiel para descubrir que lo suyo no era la gestión–, y leí que de panadero
Necesitábamos a Comess Group para crecer; somos personas normales y corrientes con una capacidad de inversión moderada”
Este tipo de negocios tienen magia, pero no somos unos genios, sólo somos panaderos, tampoco hay que volverse loco”
no había paro. Le tocó la lotería a un amigo –me dejó 30.000 euros para arrancar– y tras abrir tres panaderías me separé. Mantuve la marca y me convertí en franquiciador sin tiendas –la exmujer, con la que tiene buena relación, es dueña de esas tres tiendas iniciales–. Mi primo (De la Cuesta) me ayudó entonces a poner cifras al negocio.
– Ahora son como Zipi y Zape y no hacen ninguna travesura si el otro no ha tenido tiempo de valorarla.
A mí (López) se me dan bien las relaciones comerciales, me gusta hablar con los franquiciados y con los clientes, visito las tiendas los sábados por pura afición... En cambio, a él (De la Cuesta) lo que le gustan son los números, es el que me dice qué podemos hacer y qué no, el que establece la equidad entre los franquiciados, el que ha conseguido hacer rentable un negocio que si hubiera sido por mí estaría en la ruina.
– Muchos somos adictos a algunos de sus productos (las palmeritas, los postres, el pan...) ¿Cuál es su secreto del éxito?
No lo llamaríamos éxito porque la frontera con el fracaso a veces es muy difusa y nadie está exento de caer en él. Este tipo de negocios tienen magia, pero no somos genios, sólo panaderos, tampoco hay que volverse loco. Lo que sí somos es unos privilegiados porque los clientes vienen cada día y nos cuentan qué les parece lo que hacemos. Escucharles es lo que nos ha permitido crecer. Además, elaboramos todos los días y podemos tomar decisiones rápido.
– De hecho, empezaron a hacer tartas por saber escuchar.
Sólo vendíamos pan y no sabíamos nada de postres, pero un día alguien nos pidió una tarta de zanahoria y en nuestra inconsciencia le dijimos que sí. Me puse (López) a hacerla y hasta me resultó fácil.
– ¿Se han puesto algún límite?
Los límites los pone el mercado y damos por hecho que alguno tendremos, pero de momento las cosas funcionan y los franquiciados y los clientes están contentos, ¿por qué ponerlos nosotros?
Los límites los marca el mercado y alguno tendremos, pero de momento las cosas funcionan, ¿por qué ponerlos nosotros?”