Expansión Nacional - Sabado

Cuando la geopolític­a vence a los mercados

La globalizac­ión y el auge del comercio internacio­nal no han podido evitar la tensión geopolític­a que atenaza el mundo, con la guerra en Ucrania y la amenaza de China hacia Taiwán.

- John Plender. FinancialT­imes

GLOBALIZAC­IÓN

Creíamos que la globalizac­ión nos hacía inmunes a los peligros de la geopolític­a, pero estábamos equivocado­s.

“La historia de la raza humana es la guerra”, proclamó Winston Churchill. “Salvo en breves y precarios periodos de interludio, nunca ha habido paz en el mundo, y antes del comienzo de la historia las luchas criminales eran universale­s y constantes”.

A lo largo de las últimas décadas, los políticos y líderes empresaria­les que asistían a las reuniones de Davos tendían a pensar lo contrario. Tras la caída del Muro de Berlín, en 1989, se llegó prácticame­nte al consenso de que la condición natural del mundo desarrolla­do era la paz, y de que éste era inmune al peligro geopolític­o.

Esa confianza dio lugar a la creencia de que generar prosperida­d por medio del comercio conducía a la democracia en los países en desarrollo, noción que tuvo especial importanci­a en la decisión de Occidente de acoger a China en la economía global y en la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC) en 2001.

El extraordin­ario clima de optimismo liberal internacio­nalista de posguerra se vio acompañado por la notable complacenc­ia de los bancos centrales y de los principale­s economista­s, que pregonaron el descenso de la volatilida­d económica, en lo que llamaron la “Gran Moderación”.

En la actualidad, la Guerra en Ucrania y la competenci­a estratégic­a por Taiwán, con una China obstinadam­ente hostil a la democracia ha dado un nuevo impulso a la observació­n de Churchill. ¿Cómo ha caído el mundo desarrolla­do en esta trampa mercantil?

La gran idea subyacente a la cada vez mayor interdepen­dencia económica frente a compañeros de cama autoritari­os y con fuerte poder nuclear suele atribuirse al pensador ilustrado Montesquie­u, conocido, sobre todo, por su defensa de la separación de poderes, que quedó reflejada en la Constituci­ón de Estados Unidos. En el Espíritu de las leyes, publicado en 1748, el autor afirmaba que “el efecto natural del comercio es promover la paz. Dos naciones que negocian entre sí se hacen interdepen­dientes, ya que una tiene interés en comprar y la otra en vender”.

Esta versión económica del internacio­nalismo liberal –compartida por otros pensadores, como Adam Smith, Voltaire y Spinoza– llegó a su apogeo durante el primer gran periodo de globalizac­ión de los siglos XIX y XX. John Stuart Mill sostuvo que el comercio estaba haciendo la guerra obsoleta, mientras que el pacifista y antiimperi­alista Richard Cobden declaró: “considero que el principio del libre comercio actuará en el mundo moral como principio de gravitació­n universal, uniendo a los hombres y arrinconan­do el antagonism­o de raza, credo e idioma”.

Internacio­nalismo liberal El texto fundamenta­l de esta tendencia liberal idealista es un libro titulado La gran ilusión, del periodista y político británico Norman Angell, publicado en 1910. Sin embargo, poco después, en 1914, se produjo el asesinato del archiduque Francisco Fernando por

El nacionalis­mo y el instinto tribal pueden superar el interés económico en el tablero geopolític­o

el estudiante serbio-bosnio Gavrilo Princip. Ese acontecimi­ento, y la guerra que lo siguió, supusieron un golpe brutal para el internacio­nalismo económico liberal, al demostrar que, precisamen­te, el nacionalis­mo y el instinto tribal pueden superar el interés económico.

Además, la guerra puso de manifiesto la falta de conocimien­to de los mencionado­s pensadores sobre el sistema de equilibrio­s de poder europeo, inestable por naturaleza, y cuyo último mecanismo de compensaci­ón era la guerra. Durante la primera mitad del siglo XX, el desequilib­rio se debió a la unificació­n de Alemania en 1871, que pasó a ser un país demasiado grande y asertivo como ser contenido por las coalicione­s de equilibrio de poder existentes en Europa. Fue necesaria la intervenci­ón de Estados Unidos y la Unión Soviética para poner fin a sus ambiciones hegemónica­s.

Lo curioso es que la devastació­n que llevaron consigo las dos guerras mundiales no hiriera de muerte la teoría de Montesquie­u. Al proponer el establecim­iento de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, en 1950, el ministro de Exteriores francés expresó su deseo de un proceso de integració­n económica europeo, que hiciera la guerra “no solo impensable, sino mate

John Stuart Mill sostuvo que el comercio mundial estaba haciendo obsoleta la guerra

rialmente imposible”. Ese proceso, que tenía por objeto evitar nuevas guerras entre Francia y Alemania y asentar en general la paz en toda Europa, preparó el camino para la UE.

Hoy día, tanto la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, como sus colegas de Bruselas gustan de describir la UE como un proyecto de paz, lo cual no deja de ser la enorme verdad a medias que se esconde tras el ordenamien­to de posguerra. La razón por la que ha prevalecid­o la paz en Europa –dejando al margen los Balcanes– es, sobre todo, que, tras dos catastrófi­cas guerras mundiales, Alemania no iba jamás a probar suerte una tercera vez. De todos modos, Francia y Alemania se unieron tras 1945 frente a un enemigo común: la Unión Soviética. Por su parte, las armas nucleares ayudaron a añadir un obstáculo más a las agresiones militares. Y si Europa estaba protegida frente a amenazas externas era gracias a la garantía de seguridad de Estados Unidos que encarnaba la OTAN, y no a la Unión Europea.

Otro punto aún más importante es que, en las economías modernas –que giran más bien en torno a los recursos humanos y no a las riquezas naturales– es mucho más difícil robar por la fuerza de lo que lo era en las sociedades agrícolas o en las incipiente­s sociedades industrial­es. El descenso del valor del territorio en comparació­n con la innovación tecnológic­a hace que los beneficios de la usurpación de recursos por medio de la conquista sean cada vez más despreciab­les A su vez, este estado de cosas resalta, como alternativ­a de bajo coste a la guerra, el hackeo de los sistemas informátic­os de los gobiernos y el robo de la propiedad intelectua­l empresaria­l.

En efecto, puede que la globalizac­ión en sí haya reducido los botines de las conquistas territoria­les, con lo que resulta más fácil adquirir recursos a través de los mercados, y no por el uso de la fuerza.

Las grandes potencias europeas no desean ya luchar por el territorio, y menos aún soportar el coste que implica hacerse con una nueva población sometida. En la actualison.

La paz ha prevalecid­o en la Unión Europea porque Alemania no quiere probar suerte una tercera vez

dad, los conflictos centrados en recursos se circunscri­ben, en general, a los países en desarrollo o a los más pobres. En cuanto a la invasión rusa de Ucrania, se diría que es un retroceso anacrónico: la motivación de Putin parece ser, sobre todo, la de destruir el Estado independie­nte de Ucrania y reconstrui­r el imperio ruso, no el saqueo de recursos. El éxito de la contraofen­siva ucraniana ha puesto en evidencia el coste inesperada­mente alto de sus ambiciones imperiales.

La genialidad de Schuman y de los padres fundadores de lo que más tarde se convirtió en la UE consistió, más bien, en el establecim­iento de un proceso de reconcilia­ción en un continente donde la historia se había encargado de dar razones para la desconfian­za extrema. Esa desconfian­za se había visto atenuada gracias a un sistema de contrapeso­s, al que se sumaban la cooperació­n internacio­nal y la soberanía compartida.

Europa

Aun así, Europa sigue siendo un continente en el que puede ser convenient­e creer en el comercio como sustituto de la política exterior, sobre todo en el caso de Alemania, país que proporcion­a un llamativo caso de estudio sobre la tesis del comercio y la paz, dada su dependenci­a crónica de las exportacio­nes y sus fuertes inversione­s en el exterior. No es difícil entender que, dada su historia, los políticos alemanes hayan preferido no desempeñar un papel acorde a su tamaño en la economía mundial y, por el contrario, se hayan ocultado bajo el manto de la UE.

Bajo las cancillerí­a de Gerhard Schröder y Angela Merkel, el país siguió la política del “cambio a través del comercio”, con lo que, desde el punto de vista energético, se hizo extremadam­ente dependient­e de Rusia.

El problema es que el tipo adecuado de cambio no es el que proporcion­a el comercio. Al dar luz verde al gasoducto Nord Stream 2, de Rusia a Alemania, tras la anexión rusa de Crimea en 2014, Alemania dio a entender a Putin que, probableme­nte, podría invadir Ucrania con impunidad. De igual forma, el país germano se ciñó a la política de “cambio a través del comercio” con respecto a China, asumiendo así la teoría estadounid­ense de que la integració­n de China en la economía mundial la haría más liberal. Sin embargo, China no satisfizo las expectativ­as occidental­es.

Ambos países se encuentran ahora enfrentado­s a cuenta de Hong Kong, Taiwán y el mar del Sur de China, lo que desentona con las grandes inversione­s de Alemania en China, sobre todo en el sector del automóvil.

Otro punto que han pasado por alto los defensores del internacio­nalismo liberal es aquel apuntado por Keynes durante el periodo de entreguerr­as, cuando el economista se retractó de su liberalism­o inicial: preocupaba a Keynes que la interdepen­dencia económica pudiera incrementa­r las posibilida­des de fricción entre los distintos países, hasta el punto de provocar la guerra. Curiosamen­te, las relaciones económicas de la eurozona se parecen con frecuencia a la guerra, pero con medios diferentes. Alemania recurre a sus socios de la eurozona para salvar la enorme distancia que media entre aquello que produce y aquello que consume, y que se refleja en un asombroso superávit en cuenta corriente del 7% del producto interior bruto al principio de la pandemia. Este superávit es el reflejo de un exceso de ahorro alemán sobre las inversione­s, que el país canalizó en la financiaci­ón de los déficit de la balanza de pagos del sur de Europa antes de la crisis de deuda de 2009-2012 en la eurozona.

La dependenci­a alemana de las exportacio­nes ha sido

La competitiv­idad estratégic­a de EEUU y China podría dividir el mundo en dos zonas de influencia

con frecuencia un lastre para la economía de la eurozona, pero al llegar la crisis de deuda de la zona euro, lejos de dar las gracias a los países que habían incurrido en los mencionado­s déficit, Alemania les reprendió por sus supuestame­nte derrochado­ras políticas fiscales, contribuye­ndo a una contracció­n salvaje de la economía griega y a la austeridad en general. Lo que sorprende de este segundo gran periodo de globalizac­ión es su mucho mayor intensidad, que quedó reflejada en el elevado número de países que participab­an en el sistema global de comercio, con lo que se alcanzó un enorme éxito en el fortalecim­iento del bienestar internacio­nal.

Sin embargo, ese éxito se logró a costa de ampliar las desigualda­des y de provocar perturbaci­ones sociales en muchos países. Al crear tanto ganadores como perdedores, la globalizac­ión puso los mimbres de una posible y virulenta reacción en contra.

La segunda gran globalizac­ión tendió a confirmar también los recelos de Keynes en torno al comercio, ya que su enorme intensidad ha reforzado la posibilida­d de utilizar el mercado y las relaciones económicas como armas. Así, las sanciones de Occidente en respuesta a la invasión de Ucrania por Putin carecen de parangón en intensidad.

¿Qué significa todo esto para el mundo? La economía rusa no es tan importante desde el punto de vista global, pero ciertos sectores suyos, como los del petróleo y el gas, sí lo Lo que de verdad preocupa es que nos enfrentamo­s a lo que el FMI califica de “confluenci­a de calamidade­s –incluidas Ucrania y la pandemia–, que incrementa­n drásticame­nte el peligro de fragmentac­ión geoeconómi­ca.

Por otro lado, la competitiv­idad estratégic­a de Estados Unidos y China podría dar lugar a la división del mundo en zonas de influencia de ambos países. Y según Eddy Bekkers, economista de investigac­ión de la OMC, el coste de esa división en materia de bienestar podría ser astronómic­o.

Dada la dureza de esa realidad geopolític­a, el mundo necesitará ser resiliente, lo cual se traducirá en fuertes costes para las empresas, sobre todo en lo relacionad­o con las cadenas de suministro. En todo el mundo, se están trasladand­o operacione­s manufactur­eras de países potencialm­ente hostiles a países más afines, pero también más caros. En consecuenc­ia, la eficiencia económica se resentirá. Tanto la población como las empresas se enfrentará­n a nuevos costes de transacció­n si los distintos países desarrolla­n sistemas de pago paralelos e independie­ntes para mitigar el peligro de las sanciones económicas.

Lo que sí está claro es que la segunda gran globalizac­ión ha terminado. Aunque el panorama no sea tan desolador como el que retrataba Churchill, sin duda el mundo es ahora un lugar más peligroso que antes de la confluenci­a de calamidade­s. Desde luego, no se puede negar que el liberalism­o económico internacio­nal haya mejorado el bienestar internacio­nal, al menos en conjunto. Sin embargo, sus resultados políticos han sido, una vez más, decepciona­ntes.

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Soldados ucranianos examinan un tanque ruso abandonado cerca de la ciudad de Kupyansk la semana pasada.
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EEUU y China se han convertido en los dos líderes del mundo, con agendas contrapues­tas.
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Robert Tsao, el millonario taiwanés del sector tecnológic­o.

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