Valencia en clave contemporánea
EXPOSICIONES Tres muestras imprescindibles en el Instituto Valenciano de Arte Moderno.
Sin salir del Instituto Valenciano de Arte Moderno, uno de los mejores museos de arte contemporáneo del país, recorremos tres importantes exposiciones que bien merecen volver a Valencia y dedicar a nuestra ciudad un fin de semana cultural.
La exposición Carmen Calvo (1950), que se ha prorrogado hasta el 15 de enero, organizada con motivo de la concesión a la creadora del Premio Julio González 2022, ofrece una visión global de las búsquedas conceptuales y formales de su trabajo. Un total de setenta obras, incluidas sus primeras incursiones en el terreno de la instalación, la intervención del barro y la cerámica, y dibujos, libros, postales, fotografías, imágenes intervenidas, o sus trabajos escultóricos con las muñecas, las figuras de cera y los maniquíes, parte indisociable del imaginario creativo de la artista. El recorrido por las obras expuestas abarca desde sus inicios en los años setenta hasta las últimas obras, algunas de ellas creadas expresamente para la exposición.
Hay una técnica en Carmen Calvo que desarrolla la idea de complejidad interdisciplinar que pretende desplazar la mirada y las sensaciones del espectador desde el objeto y la forma. Lo importante no es el objeto continente ni el objeto contenido sino la capacidad de los arquetipos para desvelar significados inconscientes e invisibles, pero que marcan y definen las referencias, las identidades y los conflictos. Hay otra característica del arte contemporáneo: el mensaje y la capacidad de interpelación. El trabajo desarrollado por la artista no es neutral.
Del proyecto expositivo, nos han gustado todo, pero en particular la recreación del estudio de la artista, el hecho de abrir su archivo y llevarlo al museo para ofrecer una nueva mirada sobre su trayectoria y sobre la importancia en la misma de la recuperación, la resignificación de restos materiales, objetos e imágenes forma parte esencial de su metodología de trabajo. El mundo como “un campo de experimentación que permite trazar múltiples historias a partir de un archivo en continua transformación”, comenta Nuria Enguita, directora del Instituto Valenciano de Arte Moderno. Un estudio donde conviven maniquíes, y cerámicas, exvotos y obras, muñecas y revistas, “objetos de la infancia que muestran su cara más siniestra”. Las intervenciones de la artista abren y cierran el recorrido. Silencio I y II, es una de las primeras incursiones de la creadora en el terreno de la instalación, con decenas de lápidas blancas amontonadas sobre un muro del que penden más de mil puñales amenazantes. La reflexión feminista reaparece en la instalación inédita con la que finaliza el recorrido que alberga centenares de dedos de terracota.
La muestra también incluye un montaje con algunas de las inquietantes obras donde, a veces bajo la apariencia, cargada de ironía, de lo lúdico, los cuerpos fragmentados y el pelo, símbolo de la identidad de la mujer, se exhibe con descaro, como en una gran bola del mundo sobre la que pende una enorme cabellera.
La exposición retrospectiva Teresa Lanceta. Tejer como código abierto, proviene del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona y se puede ver en el Instituto Valenciano de Arte Moderno hasta el 12 de febrero. Es un despliegue de 175 obras: tapices, pinturas, dibujos, escritos, vídeos y audios creados en las últimas cinco décadas, además de diversos formatos colaborativos con otros creadores. En este sentido, estamos en presencia casi de una exposición colectiva. La artista, nacida en Barcelona en 1951, afirma que “tejer me atrapó, es una técnica primaria, ancestral, repetitiva, que te da mucha libertad”. “Esta exposición comenzó a gestarse hace décadas cuando Lanceta aprendió a tejer con un viejo telar que compró a una de las muchas fábricas que agonizaban en la Barcelona de los años setenta”. A partir de entonces se sumergió en “un mundo de tramas y urdimbres que se ha convertido para ella en una suerte de ‘código abierto’ con el que expresarse y activar la imaginación”.
El arte de la materia ha resucitado en pleno siglo XXI. Junto al diseño textil de artistas como Palazuelo, Tàpies, Saura o Millares –o las planchas metálicas perforadas de Manuel Rivera y la transformación de las tablas de madera de Lucio Muñoz– Teresa Lanceta, heredera del textil antropológico de Annie Albers o la catalana Aurèlia Muñoz, nos muestra unas telas que desde sus orígenes étnicos sigue apelando a la geometría e incluso al surrealismo y al bioformismo que recuerda las ultimas telas sueltas de Miró. Hoy, artistas consagrados como Chriaru Shiota o Tomas Sarraceno mantienen vivo el legado al que han añadido un potente mensaje de protección medioambiental.
Julio González (18761942) es el padre de la escultura abstracta del siglo XX. Su principal legado radica en el Instituto Valenciano de Arte Moderno, procedente de las donaciones de las herederas del artista. El montaje Ser artista. Julio González representa un hito en la historiografía y la fortuna crítica de este artesano del hierro, al revisar su vida y su obra desde premisas no contempladas anteriormente, fuera del orden cronológico y más allá de mitos y tópicos, en toda su plenitud compleja y contradictoria. Como vemos en la actual muestra conjunta de la Fundación Mapfre, González creó una serie de esculturas desmaterializadas en las que –sin perder nunca la huella de la figuración– trabajaría el resto de su trayectoria y enseñó a Picasso las posibilidades del trabajo de forja y de la soldadura en hierro.
No hemos llegado a tiempo de visitar el último proyecto del Museo: En una casa. Genealogía del trabajo del hogar y los cuidados, un proyecto de la antropóloga e investigadora social Alba Herrero y de la ilustradora Ana Penyas, aborda la organización social de los cuidados, las transformaciones recientes y la situación actual del trabajo en el hogar. Volveremos a Valencia.