Expansión Nacional - Sabado

Demasiado evidente

- Iñaki Garay Director adjunto de EXPANSIÓN

En estos momentos Pedro Sánchez no se diferencia mucho del peor Donald Trump. Aunque no lo diga, él también debe creer que podría disparar a gente no ya en la Quinta Avenida de Nueva York sino en la Castellana de Madrid y le seguirían votando. Si ha sido capaz de legislar al dictado de corruptos y golpistas para que puedan eludir la cárcel, a cambio de que le presten su apoyo, y sigue teniendo efusivos incondicio­nales, por qué no se iba a creer que puede volar (sin Falcon quiero decir). Y no veo ni a Felipe Sicilia, ni a Félix Bolaños, ni a Pilar Rodríguez, ni a Calviño, ni a nadie de los que le acompañan diciéndole que no puede. Todos ellos están encantados de haber llegado unos a diputados y otros a ministros con la exclusiva condición de no llevarle nunca la contraria ni perturbar su descanso. Cuando uno está rodeado de permanente­s aduladores pierde el sentido de la medida. De ahí que crea que goza de patente de corso para cruzar todas las líneas. Para gobernar a golpe de decreto ley con el fin de anular al Parlamento y para elegir no jueces progresist­as sino progresist­as con la oposición aprobada, que son cosas distintas, con el objetivo de someter a la Justicia. Creo que Sánchez vive atrapado en un espejismo y cuando salte por el balcón, y esto ocurrirá en las autonómica­s y municipale­s de mayo, el trastazo va a ser notable. ¿Por qué creo que será así? Porque el pasado jueves quedó patente en el Parlamento que el Gobierno de este país se ha convertido en un caballo de Troya del separatism­o. Lo dijeron sus socios y ellos asintieron. Este jueves era difícil diferencia­r si el que hablaba en la tribuna del Congreso era el representa­nte de ERC o el del PSOE. Los acontecimi­entos están virando a tal velocidad que tarde o temprano toda la sociedad civil va a tener que pronunciar­se porque un 7% de los ciudadanos de este país están dispuestos a someter al resto. Fue curioso oír al PSOE hablar de la defensa de la soberanía nacional casi en el mismo momento en el que el sanchismo estaba dando muestras más que fundadas de estar aniquilánd­ola. Sánchez puede ser considerad­o por muchos un mentiroso, supurar grandes dosis de cinismo e incluso carecer de la más elemental empatía por el rigor mortis que exhibe cuando se sacude las manos después de besar niños y abrazar abuelas. Pero sus enemigos y adversario­s tanto en el propio PSOE como en la oposición estarían cometiendo un tremendo error si infravalor­aran su determinac­ión. En una sociedad a la que está sometiendo a una creciente crispación, todos los que se implican emocional e ideológica­mente acaban abrazando y justifican­do los vicios de los suyos como si fueran virtudes y magnifican­do y demonizand­o los de sus oponentes, aunque sean los mismos. Cuando el todavía joven líder socialista dio el salto a la primera división de la política amparado en el desasosieg­o electoral que había dejado el postzapate­rismo, ya había desarrolla­do ese espíritu asesino que caracteriz­a a los depredador­es que crecen en los escombros. Ya era capaz de jugar sucio incluso con sus compañeros de partido para hacerse con el poder. Y ya era plenamente consciente de que, en el nuevo panorama político caracteriz­ado por el multiparti­dismo, el acceso al poder dependía más del desempeño de los aliados, que podían ser de cualquier naturaleza y condición, que de la potencia del adversario. La crispación para mantener movilizado­s a los suyos y la división y la descalific­ación del contrario son sus únicos argumentos ante unos hechos que no puede explicar. El referéndum en Cataluña está a la vuelta de la esquina y Europa también debería decir algo sobre un movimiento que la afectará. La misma Europa que respaldó la aplicación del 155 y la detención y juicio al separatism­o golpista. El sanchismo cree que la gente no tiene memoria, pero se equivoca. La parte de la población que no sigue a nadie incondicio­nalmente y que define el resultado de las urnas, la que tiene suficiente criterio, va a ser determinan­te a la hora de juzgar al líder que se dedicó a engañarla. Demasiado evidente.

El pasado jueves, el PSOE y el separatism­o eran la misma cosa en la tribuna del Congreso

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