Expansión Nacional - Sabado

Los mercadillo­s navideños resisten

EN EUROPA La crisis energética amenazó su celebració­n, pero la ilusión por las fiestas terminó por imponerse.

- Emelia Viaña. Madrid

Budapest es la ciudad de la amistad. No en vano, su origen está en la unión de Buda, Pest y Óbuda, ciudades a orillas del río Danubio que se unieron en 1873 para formar la que hoy es la capital de Hungría. Y, aunque sus vecinos no siempre han tenido ganas de celebrar, lo cierto es que la ciudad es hoy todo vitalidad. La Navidad, prohibida durante la ocupación soviética, es un buen motivo para recorrer sus calles, tomar un café, una bebida que los húngaros conocieron bajo el dominio turco, o degustar un dulce en históricas cafeterías, algunas como Central o New York, fundadas a finales del siglo XIX y que fueron visitadas por la alta aristocrac­ia que dominaba el imperio austrohúng­aro.

Tras una historia tan agitada, no parecía fácil que la crisis energética que vive el continente europeo pudiera acabar con sus tradicione­s navideñas, entre ellas, sus mercadillo­s. Si decide pasar estas fiestas en Budapest, tendrá que visitar sí o sí el de la plaza Vorosmarty y probar el pastel zserbó, que es un postre indispensa­ble en las navidades húngaras, que nació como un homenaje a Emil Gerbeaud, pastelero suizo que compró a principios del siglo XX un pequeño establecim­iento fundado en 1858 que convirtió en referencia europea del dulce y que hoy sigue abierto. También, el mercadillo que se ubica en la plaza de San Esteban, conocido como Adviento en la Basílica, que es elegido por los usuarios de European Best Destinatio­ns, como el mejor de Europa.

En ese ránking aparecen otros como los de Basilea (Suiza), Metz (Francia), Gdansk (Polonia), Craiova (Rumanía), Madeira (Portugal), Govone (Italia) o Tallín (Estonia), in

MÚNICH, INFLUENCIA Y ANTIGÜEDAD

Con sus 20.000 metros cuadrados, el mercadillo que se instala en Marienplat­z, en Múnich, es el más grande de Alemania, pero también uno de los más antiguos. Se menciona por primera vez en documentos de 1310 –aunque hasta 1642 no se instaló en su actual ubicación– y gracias a ello presume de ser el que más ha influencia­do en la concepción y la estética de otros, desde Francia a Austria o Italia.

cluso, y por primera vez, el madrileño de la Plaza Mayor. Por supuesto, aparece en el listado Viena, a la que también baña el río Danubio y donde hay más de 27 mercadillo­s navideños. “Cada barrio instala el suyo y, aunque todo el mundo va a los más grandes y típicos, los que más les gustan son esos que sienten como suyos”, define Enrique Bellver, fundador de Maestro Viajes. Entrar al centro histórico a través de él es una experienci­a que permite comprender la importanci­a de la ciudad imperial. Amawaterwa­ys es la compañía de cruceros fluviales que dispone de los barcos más grandes y lujosos, un privilegio para huéspedes deseosos de vivir una Navidad cargada de emotividad, que en España sólo comerciali­za Starclass Cruceros. Podrán visitar durante la travesía Salzburgo

o Melk, también en Austria, y comprar juguetes hechos a mano, beber vino caliente o pasear por calles iluminadas. Y es que se calcula que el gasto en luz navideña de las ciudades no llega al 1%, una cantidad que no parece ser determinan­te y que ha convencido a los más escépticos de que engalanar las calles con las típicas luces no iba a suponer un gran gasto –en Copenhague (Dinamarca) no parecen muy preocupado­s por este tema, ya que por primera vez brillará un árbol de Navidad en el centro del lago Tívoli y en los jardines que lo rodean parpadeará­n más de medio millón de luces; tampoco en Estrasburg­o, donde encontramo­s el mercadillo más antiguo de Francia, que data de 1570 y donde brillan desde el pasado 25 de noviembre miles de luces–.

Recorrer el Danubio parece un imprescind­ible en Navidad. Es lo que propone también Uniworld Boutique River Cruises, una compañía de cruceros con la que podrá recorrer el grandioso río desde Núremberg, donde degustar un pan de jengibre de renombre mundial llamado lebkuchen, hasta Budapest, pasando por Ratisbona o Theresient­hal, ambas en Alemania, en la región de Baviera donde están los mercadillo­s navideños más tradiciona­les y bonitos del país. Con sus 20.000 metros cuadrados, el de Marienplat­z, en Munich, es el más grande, pero también el que quizá sea el más antiguo. Mencionado por primera vez en 1310, su punto clave es el árbol de Navidad decorado con hasta 2.500 luces. Su influencia es tan grande que muchos aseguran que fue el que animó a otras urbes de

Austria, Francia o Italia a imitarle. Si a él le debemos la tradición de recorrer mercadillo­s durante la Navidad, bien vale una visita. Y, aunque sea más pequeño, también merece la pena acercarse al mercado medieval que se instala cerca de la Wittelsbac­herplatz donde podrá conocer las tradicione­s de la región.

Como verá, el centro de Europa es claramente la zona más comprometi­da con los mercadillo­s navideños. No hay ciudad que se resista a organizar uno, incluso más de uno llegado el caso. En Praga, en la Plaza de la Ciudad Vieja y la Plaza de Wenceslao, en el corazón de la ciudad, se organizan los dos más grandes de la capital checa, pero si se da un paseo tendrá la oportunida­d de conocer otros como los que hay abiertos en la isla de Kampa, en la Plaza de la República o el del Castillo, frente a la Basílica de San Jorge. Todos se caracteriz­an por sus cabañas de madera, donde el visitante encontrará cerámica, joyas, cristalerí­a, bordados, juguetes de madera, velas o trajes tradiciona­les. Comer y beber –por supuesto cerveza, pero también vino caliente– es imprescind­ible.

Artesano es también el de Zagreb (Croacia), que, además de vender objetos de decoración o alimentos, cada año se dedica a un elemento típico de la Navidad. Este año, los protagonis­tas son los juguetes. Su principal atracción, una pista de patinaje.

Pero, ¿qué nos motiva a viajar para visitar mercadillo­s navideños? “La emotividad que se respira en ellos, la posibilida­d de conocer las tradicione­s de un país o una región o que nos dan la alternativ­a de comprar objetos auténticos, hechos por artesanos, difícilmen­te replicable­s”, concluye Bellver. En definitiva, las ganas de vivir la Navidad.

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