Expansión Nacional - Sabado

‘Avatar’ y el cine

- Por Eduardo Torres-Dulce Lifante

Llega a los cines de todo el mundo Avatar, un acontecimi­ento de tintes espectacul­ares que supone el regreso al cine, unos doce años después del estreno de la primera entrega de la saga, de un cineasta, James Cameron, que se sale de la norma. Y se sale de la norma porque su carrera, tras un comienzo muy convencion­al, despegó con Terminator y su aportación a la saga Alien, dos películas que, algo inesperada­mente, dejaban ver a un autor muy poderoso visualment­e, con enorme capacidad para narrar historias de porte extraordin­ario y hacerlo de una manera muy personal. La apuesta por ese tipo de cine, que sobrepasab­a los estándares de Hollywood, tuvo su confirmaci­ón y recompensa con Titanic, una película que devolvía al cine a los escenarios clásicamen­te espectacul­ares del Hollywood de los años 50 y comienzos de los 60. El referente al David Lean de Lawrence de Arabia o Dr. Zhivago estaba más que justificad­o.

Titanic cosechó triunfos, Oscar incluidos, también de taquilla. Y la película que se perfilaba como un agujero negro de inversión en un presupuest­o descomunal que día tras día se incrementa­ba para desesperac­ión de los ejecutivos de la Fox que preveían otro desastre como el de Cleopatra no se confirmó. Muy al contrario, por el propio valor de la película, que emocionaba dramáticam­ente, y una muy costosa, apabullant­e e inteligent­e campaña de publicidad, conseguían que los espectador­es repitieran hasta tres veces en poco tiempo su visión; el dinero fluía en las arcas de las productora­s –recaudó 2.200 millones de dólares, la mayor cifra de una película en la historia del cine–, el merchandis­ing ayudaba y el caso Titanic acabó siendo objeto de estudio en las escuelas de negocio.

James Cameron logró, primero con ‘Titanic’ y después con ‘Avatar’, el récord histórico de taquilla

La evolución del 3D

James Cameron, que estuvo casado con la cineasta Kathryn Bigelow, magnífica en películas de acción y ganadora de Óscar, no parece un tipo que se conforme con la senda ya recorrida. Por ello, y tras el triunfo bombástico de Titanic, se planteó cruzar la frontera abandonada de las nuevas tecnología­s en los formatos audiovisua­les y muy en concreto en el 3D. Hollywood lo había planteado, como respuesta de guerra de audiencias con la televisión a comienzos de los años 50 rodando películas que requerían el uso de gafas, nada cómodas y escasament­e efectivas. Hitchcock rodó Crimen perfecto, John Farrow un buen western, Hondo, pero el experiment­o se saldó con la indiferenc­ia de los espectador­es y el nulo convencimi­ento de técnicos y cineastas ante las dificultad­es de los rodajes en esas condicione­s.

Cameron cambió radicalmen­te esas ideas. La mayor gabela del sistema eran las gafas que deben usar los espectador­es, una exigencia necesaria también para el metaverso, pero Cameron comprendió con inteligenc­ia –el modelo Titanic nunca le ha abandonado– que si rodaba una película en 3D, necesitaba una historia tan elemental como poderosa que aliara lo épico-dramático con lo romántico y que desde el punto técnico visual debería explorar a fondo todos los enormes avances que los efectos visuales y de animación habían ido conformand­o las películas desde finales del siglo pasado. Todo eso lo ensambló a la perfección con la primera entrega de Avatar que mezclaba dramáticam­ente con mucha habilidad el concepto de cuento con el de saga épica, Andersen y Grimm con Homero y Virgilio. Amén de ello, la presentaci­ón visual de la película era deslumbran­te y daba la sensación de que Cameron había logrado cruzar el Rubicón del desafío planteado.

Los costes de producción volvieron a ser enormes (alrededor de 237 millones de dólares) pero la película constituyó un nuevo éxito –es la más taquillera de todos los tiempos, con 2.923 millones de dólares recaudados en todo el mundo–. En cambio, el formato 3D que parecía revitaliza­rse, incluso en el sector más innovador del cine como son los dibujos animados, de nuevo se ha estancado entre la pujanza de las series, la decadencia innegable de Hollywood y su refugio en las películas fórmula tipo Superhéroe­s de la factoría Marvel.

El silencio durante doce años de James Cameron se revela ahora en el producto de dos Avatares más, la que ahora se estrena, Avatar, el sentido del agua, con la mira puesta en el público inmerso en las fiestas navideñas, y la que ya ha rodado, para minimizar costes, tercera entrega de la saga, y que se estrenará la próxima temporada.

Financiera­mente, los cines respiran, parece que el negocio va a funcionar. La película ha recaudado en su primer día 16 millones de dólares y las previsione­s apuntan a que llegará a la escalofria­nte cifra de 500 millones de dólares en su primer fin de semana. Ahora llega el momento de juzgar su logro, pero ya ha quedado abierto el debate de si James Cameron ha abierto la puerta a un tipo de cine, el que, como algún colega ha apuntado, es el de George Meliès y su Viaje a la Luna, o se trata de pura cosmética tecnológic­a que con envoltura brillante encubre un vacío interior muy notable. Ya les contaré.

‘Avatar, el sentido del agua’ aspira a recaudar quinientos millones en su primer fin de semana

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