Evitar la recesión y sanear las finanzas
Estas son los principales retos de la economía española para 2023. El próximo año va a ser complejo y no exento de sobresaltos. De nosotros dependerá que España sea parte del problema o de la solución para Europa.
Se cierra un año de vaivenes y se abre otro marcado por la incertidumbre. Es imposible saber a ciencia cierta qué va a ocurrir en 2023 desde el punto de vista macroeconómico, pero el veredicto del consenso de analistas y organismos internacionales es claro: la debilidad económica se agravará, la inflación permanecerá en niveles moderados en las principales economías del mundo, y hay un riesgo latente en los mercados financieros que genera una fuerte inestabilidad.
A la hora de entender lo que está por venir en España es importante analizar en profundidad lo que ocurre en el resto del mundo.
Estados Unidos ha pasado este año por una recesión técnica (dos trimestres consecutivos con dato de crecimiento del PIB negativo). Ahora la ha esquivado, pero los datos adelantados de actividad económica señalan hacia un parón notable tanto en el sector servicios como industrial. Si bien es cierto que esto, por el momento, no se ha traducido en una cascada de variables coyunturales negativa, la demanda interna está gripada por la escalada de tipos y la inflación.
Tanto es así que la tasa de ahorro está en mínimos históricos, la deuda asumida mediante tarjetas de crédito registra cifras históricamente altas y tasas de crecimiento no vistas desde 2000, se ha producido el primer descenso en volumen de depósitos en bancos comerciales desde mediados de los años 1990, hay fuertes ajustes en bienes de inversión familiar (sector inmobiliario, vehículos, etcétera) y los costes de financiación empresarial están en los niveles más altos desde 2012.
El dato de Producto Interior Bruto (PIB) del tercer trimestre se explicó, fundamentalmente, por la evolución del sector exterior y por la aportación del sector público. El primero, con la crisis energética en Europa camino de la normalización, será menos pronunciado en próximas publicaciones. Por ello no podemos descartar nuevos datos de crecimiento negativos al otro lado del Atlántico.
La economía europea, por su parte, está resistiendo mejor de lo esperado las consecuencias de la invasión rusa a Ucrania y la consiguiente crisis energética, aunque será difícil que evite la recesión en 2023. Los datos adelantados de actividad económica, como el indicador compuesto PMI que elabora la consultora IHS Markit, llevan en contracción desde julio. Alemania e Italia, en principio, deberían ser las economías más afectadas, pues son las más dependientes de su sector industrial, pero Francia está sorprendiendo a la baja y Reino Unido ya ha registrado un dato de crecimiento del PIB negativo en el tercer trimestre del año (–0,2% trimestral).
En cuanto a la inflación, se confirma el escenario de estabilización en niveles moderados que ya anticipábamos en verano. La evolución del precio de las materias primas a la baja y la estabilización de los precios de bienes industriales abren la puerta a un escenario en el que la inflación podría estabilizarse en torno al 6% en Estados Unidos y al 7%/7,5% en Europa en 2023.
La estanflación, junto con la inestabilidad en los mercados financieros, abren la puerta a una política económica menos laxa. Jerome Powell presidente de la Fed, ya abrió la puerta a subidas de tipos menos pronunciadas y más distanciadas en el tiempo en la reunión en diciembre; y el BCE, previsiblemente, seguirá la estela en cuanto la inflación se modere ligeramente en Eurosando pa (actualmente está en el 10%).
Hay dos elementos clave en el panorama internacional para el año que viene. El primero es el impacto de la estanflación sobre el empleo, pues hasta ahora el ajuste está siendo inexistente; y el segundo es la evolución de los mercados financieros. La cadena de quiebras en el ecosistema cripto, los indicadores de riesgo disparados en algunos bancos de inversión, la crisis financiera en China y la restricción de Blackstone a los reembolsos asociados a un fondo de 125.000 millones de dólares asociados al ladrillo son elementos que llaman a la cautela en relación con la salud del sistema financiero internacional.
La situación de España
España no es inmune a ninguna de las fuerzas internacionales que acabamos de describir, y su evolución está siendo la esperada. Nunca hubo ningún indicio de parón súbito para el otoño y, de hecho, no está ocurriendo. Pero el deterioro es notable y a cámara lenta. Lo vemos en indicadores como la demanda de electricidad o de gas (la demanda de gas en la gran industria está por debajo de los niveles de 2020, en pleno confinamiento), en la matriculación de vehículos, que está en cifras similares a las de 2012 y en el incremento de los costes de financiación empresarial. Además, tanto las variables adelantadas de IHS Markit como el indicador de la OCDE apuntan hacia la contracción económica desde hace varios meses.
Los datos macro, por su parte, se mantienen en verde, pero muestran debilidad. España, en el tercer trimestre del año, ha crecido lo mismo que la media de la Unión Europea (0,2%). Con una diferencia: mientras para nosotros han sido los mejores meses por el impulso turístico, en Europa han sido los meses de mayor impacto de la crisis energética.
En las previsiones económicas para 2023 conviven los organismos multilaterales (siempre optimistas), que nos dan en torno al 1,2% de crecimiento, con las casas de analistas independientes que nos dan crecimientos por debajo del 1%.
Ahora mismo tenemos dos motores económicos a nivel nacional: el sector turístico y el sector público. Con los principales emisores de turistas pa
dificultades, parece difícil que el primero siga tan fuerte el año que viene. Es por ello que me inclino a mantener el escenario que ya dibujaba en verano: recesión leve que comenzará en el primer trimestre de 2023 y será arrastrada al cómputo anual (ligeramente por debajo del 1%), junto con una inflación que permanecerá en torno al 7%. Un ajuste sano, que nos debería servir para coger impulso y no cesar en la lucha contra la inflación.
Se me hace difícil pensar que el mercado laboral no sufra también una pequeña corrección. Analizando en detalle los datos de los últimos meses ya se vislumbra, aunque la falta de adaptación de los datos oficiales a la nueva normativa laboral hace difícil realizar un análisis completo y, por lo tanto, una predicción solvente.
Por lo tanto, la situación que señalan las casas de analistas en mi opinión es un escenario optimista, impulsado por una demanda externa más fuerte de la inicialmente prevista, mientras que la sensibilidad a la baja está en un empeoramiento de las condiciones financieras internacionales.
España fue campeón europeo en materia de déficit público en 2020, y también estuvo dentro del top 10 en 2021. Ambos años la financiación de nuestra abultada deuda pública provino fundamentalmente del Banco Central Europeo (BCE), que adquirió el 100% de nuestras emisiones netas (esto es, excluyendo refinanciaciones).
Esto ya no va a seguir produciéndose. La retirada de estímulos está siendo más lenta de lo inicialmente previsto, pero se acabará produciendo. Y el gas de la risa monetario evita que sepamos cuál es nuestra situación real en los mercados financieros internacionales. Tanto es así que, desde junio, las compras netas de deuda pública española por parte del BCE continúan arrojando saldo positivo (casi 4.300 millones de euros) y somos la segunda economía europea que más fondos recibe, a pesar del anuncio de retirada de estímulos por parte del BCE.
Lejos de Maastricht
Con unos ingresos públicos en máximos históricos, y con España triplicando el incremento en la presión fiscal promedio de la OCDE en 2021, nuestro déficit público no va a volver al 3% del PIB que marca Maastricht hasta 2025 según el propio Gobierno y nuestro déficit estructural (independiente del ciclo económico) es superior al 4% según el FMI.
Esto implica que, si el escenario a la baja se materializa y los mercados se cierran, la solvencia de nuestras finanzas públicas podría verse seriamente amenazada de forma súbita y agresiva. Es por ello que un sinfín de organismos nacionales e internacionales ya nos están pidiendo un plan de ajuste que devuelva a nuestras cuentas públicas a la senda de la estabilidad y la confianza.
La baza del crecimiento económico se juega en la capacidad de nuestra economía para absorber correctamente los fondos europeos, generar certidumbre y seguridad jurídica, e impulsar la demanda interna vía incremento de la renta disponible. La de mantener la soberanía financiera, en ajustar un gasto público que ya supera en casi 63.000 millones de euros el existente antes de la pandemia sin tener en cuenta las entidades locales.
2023 va a ser un año complejo y no exento de sobresaltos. De nosotros depende que España sea parte del problema o de la solución para Europa.
Se confirma en la UE el escenario de estabilización de la inflación en niveles moderados
Un elemento clave será el impacto de la estanflación sobre el empleo. El ajuste es hasta hoy inexistente
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