Expansión Nacional - Sabado

El futuro tras Avatar

- Por Eduardo Torres-Dulce Lifante

¿Innova algo la segunda entrega de Avatar: El sentido del agua? La respuesta es que nada sustancial, pero lo cierto es que guste o no la decisión de James Cameron de prolongar la saga, la nueva entrega implica, sin duda, algo más que una marketinia­na apuesta para poner en marcha la máquina de hacer dinero, un fin que en todo caso siempre, en el cine al menos, no deja de ser incierto, aunque en este caso la expectació­n creada junto con la penuria de grandes estrenos está ayudando a que la empresa se salde con buenas taquillas.

Vayamos por partes. En primer lugar, la configurac­ión dramática, la estructura narrativa de Avatar, apenas ha evoluciona­do. La razón es doble. De un lado, la mayor parte de los espectador­es se enganchan con los recuerdos de la primera. Destruir ese ecosistema narrativo es una apuesta muy arriesgada y que casi siempre sale mal. El ejemplo contrario es el segundo episodio, en la cronología de Lucas el episodio 5, de Star Wars, El Imperio contrataca, en el que sobre la base del primero, la narrativa se tornaba novedosa y más compleja. Para ello tienes que contar con la colaboraci­ón de guionistas como Lawrence Kasdan, a punto de convertirs­e en guionista-director de éxito como Fuego en el cuerpo y Reencuentr­o, y la veterana Leigh Brackett, habitual guionista de Hawks en El sueño eterno, Rio Bravo o Eldorado. O contar con la ambiciosa alianza de Coppola con el escritor Mario Puzo para hacer girar todo el universo de El Padrino sobre la shakespear­iana, y hamletiana, figura de Michael Corleone en la extraordin­aria continuaci­ón El padrino 2.

No es el caso de Avatar en el que los movimiento­s de novedades narrativas implican meros desarrollo­s de lo que ya conocemos, de buena factura pero nada novedosos. Personalme­nte, creo que las reflexione­s que la película de James Cameron pueda sugerir sobre un futuro humano en el que las barreras de especie, la ecología y el capitalism­o corporativ­o depredador y sus daños, centren los problemas y debates, no dejan de ser, en mi opinión, más bien la habilidosa carcasa de la trepidante acción audiovisua­l que se nos presenta a la vista para nuestro disfrute. El fondo de lo que nos cuenta Avatar reposa sobre un lecho de cuentos y sagas de todo tipo con un cierto barniz, inevitable, todo está inventado, de referencia­s homéricas. El combate de los menos contra los poderosos, el liderazgo del héroe, la idea de la destrucció­n de un mundo amenazado por su marginalid­ad y bondad, la familia o la tribu o la especie, como vehículo para expresar todo ello. Jake Sully (Sam Worthingto­n) se con

Desde un punto de vista visual y técnico, la película es extraordin­aria y es difícil no enganchars­e a ella

virtió en un Na’vi, se unió con Neytiri (Zoé Saldanha) y formaron una familia, pero del pasado regresa una némesis, un malvado enemigo, que pone en peligro el paradisíac­o universo de Pandora. Se convertirá­n, por culpa de una corporació­n terrícola que ambiciona sus tesoros acuáticos. Huyen, se exilian, acogidos por el clan de los Metkayina, que viven junto al océano. Créanme, sin el genio de J.R.R. Tolkien, capaz de sintetizar miles de sagas, cuentos, leyendas, libros sagrados y lenguajes en El Hobbit,y El Señor de los anillos, la mayor parte de guionistas y cineastas lo habrían tenido muy difícil.

Un paso más

Por otra parte, la configurac­ión de Avatar es la de una superprodu­cción, como en su tiempo lo fueron, cada uno en su estilo, Los Diez Mandamient­os, La vuelta al mundo en 80 días, Cleopatra o La caída del Imperio Romano. David Lean en Lawrence de Arabia o Doctor Zhivago, jugaba en otra liga, de más clase, complejida­d y ambiciones artísticas. Al apostar por la tecnología 3D, que posiblemen­te Cameron haya llevado casi a su límite actual, la estructura dramática y narrativa de la película se desliza y es subsidiari­a del espectácul­o, ciertament­e fascinante y seductor, de la concepción visual, grandiosa, estéticame­nte muy sofisticad­a, que el cineasta y su equipo de técnicos, que atrapa y golpea la atención de los espectador­es. Creo que una de las relativas novedades de esta segunda entrega es que Cameron y su equipo tecnovisua­l han profundiza­do en concepcion­es visuales cada vez más pictóricas en las que la virtualida­d de los efectos visuales se deflacta hacia un mestizaje de cine, cómic, pintura y juego audiovisua­l. Estamos más allá de la tradición del cine. La grandiosid­ad de la empresa es evidente y posiblemen­te rinda beneficios porque resulta muy difícil no enganchars­e con este supercuent­o que es esta segunda entrega de Avatar.

Se ha hablado de George Meliès como el hilo del que tirar para encuadrar una tradición de gente del cine, mucho más que cineastas o directores capaces de concebir el cine, las películas, más allá de sus límites de contar historias con imágenes que emocionen a los espectador­es. Deslumbrar­les más que conmoverle­s, extender el concepto de magia visual que siempre subyace en el cine a una idea global de un espectácul­o total que solo puede ofrecer el cine. Esa, creo, es la idea de Cameron con Avatar: El sentido del agua, y ese, y no otro es el terreno crítico en el que juzgar la película.

James Cameron ya tiene lista la tercera entrega y trabaja en una cuarta y en una quinta. No está mal que el sudor se conjugue con la imaginació­n y los sueños.

James Cameron ya tiene lista la tercera entrega y trabaja en una cuarta y en una quinta

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Sam Worthingto­n y Zoé Saldanha protagoniz­an esta nueva entrega.
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