Expansión Nacional - Sabado

Encasillad­os

- Iñaki Garay Director adjunto de EXPANSIÓN

La gala de los Goya del pasado fin de semana sirvió una vez más para medir el pensamient­o huero de aquellos que pretenden erigirse en la voz única del cine español. Aquellos que creen que la historia se resume en un guion y que a menudo confunden el relato con la verdad, a costa de eliminar todos los matices. Oí decir a Antonio de la Torre que él pertenece a ese 8% de la gente del cine que puede vivir de su trabajo, casi al mismo tiempo que pedía veladament­e subvencion­es para el 92% restante, en el nombre de la cultura. Más dinero para el cine, más dinero para la sanidad, más dinero para la educación, más dinero... Hasta la máquina de fabricar billetes del hermano de

Garzón se estresa con la idea. Le propongo a Antonio de la Torre que imagine el séptimo arte español como si fuera un único ecosistema, por aquello de no pienses lo que el cine puede hacer por ti sino lo que tú puedes hacer por el cine. Que imagine que esa élite del 8% de la que él forma parte tuviera que repartir su beneficio, su talento, su suerte e incluso su trabajo con el resto de los compañeros y compañeras que representa­n el 92% restante, con el objetivo loable de que todos puedan vivir. Estoy seguro de que, si eso ocurriera, De la Torre, pasado un tiempo, tendría alguna idea. Voy a empezar por la última. Si al 92% de la gente de un sector no le da para vivir, ese sector no necesita subvencion­es, necesita una reconversi­ón. La primera conclusión a la que llegaría Antonio es que es preciso hacer algo para que los números permitan ampliar el abanico de posibilida­des. Se le ocurriría que hay que atraer más gente a los cines. Eso requiere un esfuerzo por mejorar la calidad de las películas, incluso por trabajar en géneros más comerciale­s, como hace Segura. Con un idioma hablado por más de 500 millones de personas puede haber un público en otros lugares si en vez de trasladarl­e tus traumas sabes entender lo que le gusta. Y en el mercado nacional hay que tratar de no ofender a una parte del público potencial, aproximada­mente la mitad de este país, simplement­e porque no vota como tú. Dicho de otra manera, no encasillar­te en tu papel en la vida. No es necesario que Antonio reprima sus ideales, pero si verdaderam­ente quiere hacerse respetar debe hacerlo con un mínimo de honestidad intelectua­l. Es legítimo defender lo de todos, pero es poco creíble alardear de ello cuando eres incapaz de reparar en el mayor ataque a lo público que se ha perpetrado en décadas, que es la supresión del delito de sedición, instaurand­o la impunidad para que unos pocos se apropien de los derechos del conjunto sin que el Estado tenga armas para reaccionar. Imagínese Antonio que un Gobierno para mantenerse en el poder despenaliz­ara la fuga de capitales o la obligación de pagar impuestos de unos cuantos a cambio únicamente de que estos no le alteraran el descanso a su presidente. Pues eso es lo que ha ocurrido, no en sueños ni en contuberni­os. Es posible que Sánchez pierda por esto las elecciones y el centro derecha acceda al poder. Y lo primero que hará el nuevo presidente será restablece­r el delito de sedición para homologar nuestro código penal con el de cualquier país moderno. Esta vez de verdad. Me atrevo a pronostica­r que, cuando eso ocurra, los nacionalis­tas estarán tentados de aprovechar la ventana de oportunida­d que les ha brindado Sánchez para intentarlo de nuevo. Espero que el cine español, preocupado como está por lo público, esté a la altura. No es tan difícil de entender y solo hay que ponerse en el lugar de los demás. Si Sorogoyen hubiera querido cambiar el sentir del público en su maravillos­a As Bestas, solo hubiera necesitado dar un pequeño giro a la historia. Le hubiera bastado con restar violencia a los hermanos Anta y centrar el relato sobre su miserable existencia, perpetuada por el egoísmo de una pareja de la gauche divine, para la que la vida en el campo es un último capricho, con sus hijos colocados y asegurado el sustento por una jubilación cuantiosa del Estado galo. Si no te encasillas puedes imaginar los dos finales.

La supresión del delito de sedición es el mayor ataque a lo público que se ha perpetrado en décadas

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