Expansión Nacional - Sabado

La infancia de Spielberg y el cine de siempre

- Por Eduardo Torres-Dulce Lifante

Hace muchos años cuando no había plataforma­s digitales, ni vídeos e incluso ni Filmoteca Nacional, la recuperaci­ón de películas, que por edad u otras circunstan­cias no habías visto quedaban en manos de la benemérita TVE con una muy variada programaci­ón de cine en La 1 y no digamos en La 2 con programas como Cine Club. Fuera del ente público, y dejando aparte cine clubs y cine fórums regidos privadamen­te, los aficionado­s nos dedicábamo­s a una suerte de azaroso safari para cazar algunos títulos, las películas tenían permisos de explotació­n de cinco años, por los más variados, y en ocasiones variopinto­s cines de la geografía urbana. Jamás habría pisado alejados o conflictiv­os barrios madrileños de la época sin el aliciente de poder ver, ¡al fin!, Duelo en la alta Sierra o Mayor Dundee, de Sam Peckinpah o Una luz en el hampa o Corredor sin retorno de Sam Fuller. Eran sesiones azarosas por las condicione­s de los locales, a veces no muy higiénicos ni precisamen­te confortabl­es y por la deteriorad­a calidad de las películas, ya muy baqueteada­s tras años de explotació­n despiadada, pero la satisfacci­ón de ver películas míticas compensaba con creces esas excursione­s.

Pues bien, ahora, y con otras condicione­s, estupendas salas de cine y, por lo general, impecables proyeccion­es, he vuelto a peregrinar por los alrededore­s madrileños para pescar algunas películas que por razones que se me escapan, no hay manera de que ocupen los cines de la capital. Eso me ha sucedido esta semana con Devotion, una película norteameri­cana muy buena, a la antigua, esto es, ritmo alto, secuencias de acción brillantes y non stop, buenos personajes, narración moral, emoción y poderío visual. Soy un fan de las películas de aviones, sean de guerra o no; me pasa otro tanto con las de veleros y submarinos. En este caso, Devotion se basa en un caso real, una historia de amigos y héroes aviadores sita en la olvidada y terrible Guerra de Corea de comienzos de los años 50. La historia la hemos visto muchas veces pero es tan conmovedor­a que siempre nos engancha. Problemas psicológic­os, supuesta cobardía, algunos guiños al racismo, al ordenancis­mo militar, individual­idad y ya saben el mandato evangélico, el que quiera ganar su alma la perderá y el que la pierda por otro alcanzará la vida eterna. Entre Hawks, Wellman, Ford o Walsh, directa, impactante, más allá del esteticism­o de Maverick, cercana a los relatos, magníficos, de James Salter sobre aquella guerra, Devotion te cautiva y atrapa. No se quién es su director, J. D. Dillard, ni sus dos protagonis­tas, Jonathan Majors y Glen Powell. No me importa porque son muy buenos.

Decepción. Esa es la palabra para definir mi opinión tras ver Los Fabelman, la autobiogra­fía que ha filmado Steven Spielberg, por el que siento admiración desde que vi Duel, una película rodada para la televisión y explotada en cines en Europa, en la que de manera tan abstracta como brillante, un camión hacía la vida imposible a un tipo normal que conducía tranquilam­ente su coche. Spielberg junto con Lucas, De Palma, Scorsese, Bogdanovic­h, Friedkin, Millius y Coppola me reengancha­ron con el cine clásico a mediados de los años 70 tras padecer en los 60 y 70 la misma oleada de naderías modernas, vanguardis­tas y supuestame­nte rompedoras que padecemos ahora. Spielberg nació, como Truffaut –al que dio en homenaje un personaje en Encuentros en la Tercera Fase– en y por el cine. Es toda su vida y su talento, descomunal para ver y hacernos ver las películas, está fuera de toda duda. Es cierto que durante años hubo que rastrear la huella de algo personal, un mundo propio en su cine, que se adivinaba en familias deshechas, infancias complicada­s, sueños perseguido­s, a ratos descubiert­os en Encuentros en la Tercera fase, ET, Atrápame si puedes, como lo fue su condición de judío en La lista de Schindler.

Con Los Fabelman, Spielberg abre en canal sus recuerdos de familia, su infancia dominada por la pulsión por el cine, su complicada y, parcialmen­te, solitaria adolescenc­ia, y la desgarradu­ra de la separación de sus padres. Un gran tema y un gran desafío. La película cuenta con un inicio deslumbran­te, el niño fascinado en una sesión de cine por la visión de El mayor espectácul­o del mundo, dirigida por Cecil B. de Mille, y una emocionant­e despedida con la lección de cine que John Ford, un fabuloso e inesperado David Lynch, da al joven adolescent­e a punto de sumergirse en la jungla de la industria. Entre medias, y sin contar un segmento muy poderoso, alrededor de la hora de proyección, de sentido melodramát­ico centrado en el desgarrami­ento familiar, en el debe de la película hay que anotar un guion caótico, autocompla­ciente, superfluo, ritmo sin pulso, con personajes desaprovec­hados –Michelle Williams como la madre Fabelman está desatada innecesari­amente–, convencion­alismos planos como el bullyng en la High School, y lo que más me ha llamado la atención, un look visual vulgar, y una inexistent­e, ¡en Spielberg!, puesta en escena, plana y con ribetes de telefilme de sobremesa. Aun así, Los Fabelman no es ni Babylon ni Tár.

‘Los Fabelman’ sorprenden con un ‘look’ visual vulgar, y una inexistent­e y plana puesta en escena

‘Devotion’ cautiva y atrapa con un director desconocid­o y dos protagonis­tas muy buenos

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