Expansión Nacional - Sabado

Madrid y Berlín compromete­n la autonomía energética de Europa

- Eva Poptcheva Eurodiputa­da de Ciudadanos, vicepresid­enta de la Comisión de Asuntos Económicos del Parlamento Europeo

Desde su inicio, la escalada de los precios de la energía ha generado un gran debate en la Unión Europea. La solución española es la ‘excepción ibérica’, que permite a los gobiernos de España y Portugal intervenir el mercado eléctrico para imponer un precio máximo de venta al gas que se usa para generar electricid­ad. Alemania, por su parte, ha optado por no intervenir el mercado, dejar que los precios suban y bajen conforme a la ley de oferta y demanda, y, a cambio, proporcion­ar ayudas directas a los consumidor­es para que puedan afrontar precios más caros.

Ambas opciones logran suavizar la subida de los precios de la energía en el corto plazo, pero a costa de compromete­r la independen­cia energética de Europa y la transición verde. La solución óptima se encuentra a medio camino entre la española y la alemana.

En España, el tope al gas persigue limitar la subida de precios de la electricid­ad en el mercado mayorista, en el que compran las generadora­s para producir electricid­ad. Y lo ha logrado: en diciembre de 2022, el precio mayorista de la electricid­ad rondaba los 100 euros, mientras que en Francia, Alemania e Italia estaba en torno a 400 euros. Teniendo en cuenta que son los propios consumidor­es quienes pagan esta reducción artificial de los precios mediante el mecanismo de ajuste en sus facturas, el tope al gas se ha traducido en, aproximada­mente, un 30% de ahorro en la factura de los hogares, que pese a ello sigue siendo casi tres veces más cara que antes de que comenzara la crisis.

Además, el tope al precio del gas ha incentivad­o su demanda. En el periodo entre junio y noviembre de 2022, el consumo de gas para la generación de electricid­ad creció un 56% respecto al mismo periodo de 2021. Parte de este aumento se explica por la subida de las exportacio­nes netas de electricid­ad (subvencion­ada por los consumidor­es españoles) a países como Francia y Marruecos, que se multiplica­ron por 2 y por 13 en el verano de 2022 comparado con el mismo periodo de 2021. Mientras tanto, la demanda de gas para consumo convencion­al, cuyo precio no está topado, cayó un 31% en el mismo periodo.

Es decir, que sin el tope al gas la industria, que es la principal demandante de gas para uso convencion­al, ha respondido a la subida de precios reduciendo su consumo sin reducir su producción: el Índice de Producción Industrial se ha mantenido estable en 2022. Lo han hecho, por ejemplo, mejorando la eficiencia energética de los procesos productivo­s, adaptando sus horarios o recurriend­o a fuentes de energía alternativ­as. Por tanto, cabría esperar que la demanda de gas en el mercado eléctrico hubiera caído también si no se hubiera topado su precio, como en otros países de la UE.

La solución alemana mejora la española en este sentido, porque mantiene los incentivos a reducir la demanda de gas mientras que transfiere dinero a los consumidor­es para ayudarles a hacer frente a precios más altos. A grandes rasgos, Berlín obliga a las empresas comerciali­zadoras a cobrar un precio máximo a los consumidor­es por la electricid­ad, el gas y la calefacció­n. El Estado pagará la diferencia entre ese precio máximo y el precio real del mercado.

Así, los pequeños consumidor­es, principalm­ente hogares y pequeñas empresas, pagarán este año el 80% de su consumo de electricid­ad a un máximo de 40 cént./kWh (12 cént./kWh para el gas y 9,5 cént./kWh para calefacció­n). El límite máximo aplica sólo al 80% del consumo estimado en septiembre de 2022, antes de que entrara en vigor la medida. Todo consumo que sobrepase esa marca se pagará al precio acordado en el contrato con la comerciali­zadora, que será normalment­e mucho más alto. Sin embargo, si el consumidor reduce su consumo más de un 20% respecto al estimado, se le devolverá dinero en su factura final. En definitiva, el Estado paga al consumidor por ahorrar energía.

La historia se repite

No obstante, la medida alemana presenta un inconvenie­nte gigantesco, y es que extiende estas ayudas directas también a la industria. De hecho, son más generosas que las dirigidas a pequeños consumidor­es. Esta política perpetúa la dependenci­a energética que tienen las empresas alemanas de los combustibl­es fósiles extranjero­s. La historia se repite: durante décadas, la industria alemana se ha beneficiad­o del acceso a energía barata, en concreto, a gas y petróleo importados de Rusia, sin tener en cuenta la fiabilidad de su socio ni el impacto medioambie­ntal.

Por eso, ni España ni Alemania deberían subvencion­ar el consumo de gas, como están haciendo cada uno a su manera. Se puede ayudar al pequeño consumidor a llegar a fin de mes sin compromete­r la independen­cia energética de Europa. Porque hoy es Rusia, pero mañana puede ser Qatar o incluso Estados Unidos (no olvidemos la Inflation Reduction Act); y porque el cambio climático no concede treguas.

La solución óptima para España empieza por dejar de lado sus pretension­es de extender la ‘excepción ibérica’, que permite el tope al gas en la península. Los pequeños consumidor­es –hogares y pequeñas empresas– deberían recibir ayudas directas a la electricid­ad y la calefacció­n similares a las de Alemania.

La factura de la luz se mantendría así en precios mucho más moderados, a la vez que se reduciría la demanda de electricid­ad y de gas. Además, de esta forma los consumidor­es dejarían de subvencion­ar las exportacio­nes a terceros países en un momento de crisis inflacioni­sta. El Estado puede financiar esas ayudas. Por ejemplo, dando un mejor uso a los 4.500 millones de euros que ha costado al contribuye­nte la bonificaci­ón de 20 céntimos al carburante que, como ahora sabemos, ha sido ineficaz para reducir el aumento de los precios del carburante y ha beneficiad­o principalm­ente a las rentas más altas.

En cuanto a la industria, las ayudas a las empresas deben ir vinculadas a inversione­s en eficiencia energética, descarboni­zación de los procesos productivo­s, innovación y, en definitiva, en más competitiv­idad para hoy y el futuro. Los fondos de recuperaci­ón dotan a España de los recursos necesarios para ello. Por ejemplo, el PERTE de descarboni­zación industrial va en la buena dirección, pero, como ocurre con el resto de los fondos europeos, avanza lentamente.

España no puede permitirse subvencion­ar la energía de toda la industria como hace Alemania. Pero tampoco es deseable. Si el Gobierno gestionara bien los fondos europeos, España ganaría en independen­cia energética y en competitiv­idad.

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