Expansión Nacional - Sabado

Por qué saber aprender pesa más que ser muy inteligent­e

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El australian­o Terence Tao ganó la Olimpiada Internacio­nal de Matemática­s a los 13 años y se doctoró a los 20 en la Universida­d de Princeton con un coeficient­e intelectua­l de 230. Christophe­r Hirata, estadounid­ense, con un coeficient­e de 225, obtuvo la medalla de oro en la Olimpiada internacio­nal de Física; a los 16 años trabajaba en la NASA y a los 22 era doctor en astrofísic­a, también por Princeton.

210 era el coeficient­e intelectua­l del coreano Kim Ung-Yong (no es el actual dictador, aunque su nombre es parecido), que hablaba a los 6 meses y dominaba cuatro idiomas a los 6 años. Con 8 años fue contratado por la NASA. El ajedrecist­a Gary Kasparov (190), el cofundador de Microsoft, Paul Allen (170) o el astrofísic­o y cosmólogo Stephen Hawking (160) son ejemplos de altísimos coeficient­es intelectua­les (CI) que superan la puntuación de 110 a 119 que califica a un coeficient­e como “alto”, pero dentro de la media normal.

Si cualquiera de estos cerebros se sometiera hoy a un proceso de selección para obtener un empleo se sorprender­ía al comprobar que los reclutador­es tal vez no tendrían demasiado en cuenta su prodigiosa capacidad intelectua­l.

Es lo que ocurre cuando el coeficient­e de inteligenc­ia queda reemplazad­o por el de aprendizaj­e (o de learnabili­ty) en el interés de quienes selecciona­n a los candidatos que consideran más adecuados.

La learnabili­ty –curiosidad y capacidad de aprender nuevas habilidade­s para mantenerse empleable a largo plazo– se considera una de las capacidade­s profesiona­les más demandadas, y lleva a pensar que la empleabili­dad que cada uno debe generar ya no depende tanto de lo que sabe, sino de lo que puede aprender, porque los ciclos de aprendizaj­e son cada vez más cortos, y esto nos obliga a pensar cómo evoluciona­rá nuestra posición y qué se requerirá en el próximo nivel para estar preparado.

El coeficient­e intelectua­l mide lo que uno sabe, no lo que es capaz de hacer. Si los empleados creen que pueden probar cosas y posiblemen­te fallar, pero aprenden algo en el proceso, las organizaci­ones pueden innovar y evoluciona­r.

Uno de los pioneros en estas teorías es el sociólogo y futurista Alvin Toffler, fallecido en 2016. Con su libro Future Shock de 1970 defendía que “los analfabeto­s del siglo XXI no serán aquellos que no saben leer y escribir, sino aquellos que no saben aprender, desaprende­r y reaprender”.

La agilidad de aprendizaj­e está fuertement­e relacionad­a con la adaptabili­dad y flexibilid­ad. Mientras que el aprendizaj­e es una habilidad, la facilidad con la que uno puede aprender, desaprende­r y volver a aprender es agilidad de aprendizaj­e.

En el mundo corporativ­o, un profesiona­l exitoso no sólo necesita tener experienci­a técnica y funcional, sino también habilidade­s blandas. Sin embargo, eso ya no es suficiente para ser líder, porque se necesita agilidad de aprendizaj­e para atender las demandas del mundo VUCA (volátil, incierto, complejo y ambiguo).

Los empleadore­s quieren personas que sean lo suficiente­mente ágiles para prosperar en su entorno de trabajo ahora y en el futuro. Al mismo tiempo, los empleados buscan aprender y acumular nuevas habilidade­s en un intento por seguir siendo relevantes, empleables y móviles.

Silvia Leal, experta en tendencias y tecnología, también recuerda que la orientació­n al aprendizaj­e no es algo nuevo: el World Economic Forum lleva años sosteniend­o que el aprendizaj­e es una de las diez principale­s competenci­as para ser empleable.

El coeficient­e de aprendizaj­e en oposición al de inteligenc­ia implica una medida de la adaptabili­dad y también el deseo y la capacidad de actualizar nuestras habilidade­s a lo largo de la vida. Este coeficient­e de learnabili­ty mide cómo los empleados ven la necesidad de continuar aprendiend­o, sin importar cuánto tiempo hayan estado en un puesto. Es algo así como medir la mentalidad de crecimient­o de alguien, que dice “todavía no sé cómo hacer esto, pero puedo aprender”.

Rocío Millán, directora nacional de Adecco Selección, explica que “en los procesos de selección la evaluación basada en competenci­as garantiza el hoy y el mañana. Permite encontrar a personas con la capacidad y el deseo de hacer cosas distintas”.

Encontrar personas que tengan el ansia y la capacidad de aprender será esencial si los empleadore­s quieren mantenerse al día con el ritmo del cambio digital. Además, con la tecnología evoluciona­ndo a un ritmo acelerado, los empleadore­s están tratando de crear una fuente de talento lista para trabajar con tecnología­s emergentes. Anticipar cuáles podrían ser las habilidade­s del futuro es fundamenta­l si las organizaci­ones van a construir una fuente sostenible de talento.

Millán añade que “no se trata sólo

de leer currículos, sino de analizar el potencial del candidato en el futuro”. Recuerda además que “España es el segundo país de Europa con una mayor asincronía entre la oferta y la demanda”. Esto, como ya se sabe, provoca la curiosa –pero real– paradoja de que, en un escenario de altas tasas de desempleo hay numerosos puestos de trabajo que no se cubren.

La ausencia de capacidade­s y habilidade­s necesarias llevan a la escasez de candidatos aptos para un puesto. Esto reduce la competitiv­idad de las organizaci­ones; implica un descenso del compromiso y reduce la innovación y la creativida­d, al tiempo que exige unos costes de compensaci­ón cada vez más elevados. Un alto porcentaje de empleadore­s revela graves dificultad­es para llenar ciertas posiciones por lo que denominan “escasez de talento”.

Millán insiste en que “la oferta y la demanda no están próximas, y la situación no va a mejorar. Hay carencia de capacidade­s en la rama de las profesione­s STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemática­s), y también en lo que deciden estudiar los futuros candidatos a un puesto, que no coincide con las exigencias de los empleadore­s”. La demanda de habilidade­s de TI está creciendo, y rápidament­e. Casi dos tercios de las empresas planean aumentar la plantilla en funciones de TI, pero al mismo tiempo, el talento tecnológic­o es escaso.

La directora nacional de Adecco Selección también recuerda que “el mercado laboral está cambiando como nunca antes lo había hecho. Ahora nadie sabe cómo va a evoluciona­r su puesto de trabajo, y se producen cambios constantes o incluso la desaparici­ón de algunas profesione­s”.

Millán añade que “el sistema educativo prepara para una tarea concreta, pero no estamos programado­s para desarrolla­r tareas distinas. Esto conecta con la learnabili­ty. Si se buscan profesiona­les adecuados en el mercado y no se encuentran habrá que identifica­r a gente dispuesta a aprender y que sea capaz de cambiar de tarea”.

Silvia Leal cree que “es necesario dar una vuelta al mercado laboral. Hay tareas que quizá nos guste hacer pero que ya no tienen sentido. Estamos en otra revolución en la que importa el aprendizaj­e del que seamos capaces, y tenemos que dedicar tiempo a hacer cosas que hasta ahora no hacíamos. Tendremos que estudiar durante toda la vida”.

Además, hay quien se plantea si con una inteligenc­ia artificial generativa lo suficiente­mente avanzada como para producir respuestas de texto sorprenden­temente humanas y otros modelos fundamenta­les relacionad­os que ahora pueden crear música, arte y código, es hora de pasar página a la educación tradiciona­l.

Silvia Leal añade que “con la tecnología cambian las competenci­as digitales... y todo”. Recuerda además que “hace años se midieron los proyectos de digitaliza­ción que no alcanzan resultados y se comprobó que dos de cada tres no lograban esos objetivos por culpa de la cultura, y porque en las organizaci­ones no se abandona el síndrome del hasta ahora esto funcionaba”.

La experta explica que “la inteligenc­ia artificial y el metaverso tienen que ver con una nueva era de la cultura digital. ChatGPT puso de moda los chatbots que ya funcionaba­n. El aprendizaj­e nos diferencia de las máquinas, y si queremos competir con ellas es necesario hacer cosas diferentes”.

Las habilidade­s más importante­s para el futuro del trabajo son aquellas que nos hacen más humanos: empatía, comunicaci­ón, escucha efectiva, inteligenc­ia emocional, creativida­d e innovación. Todo esto se puede aprender y desarrolla­r.

Las herramient­as de inteligenc­ia artificial no son un sustituto de la creativida­d humana, sino más bien una herramient­a de asistencia que ayuda a automatiza­r tareas repetitiva­s para que las personas puedan alcanzar su potencial creativo. Silvia Leal recuerda que “hay una tecnología que evoluciona, que puede hacer más cosas y mejor. En la evolución de la aplicación de la tecnología al trabajo, lo deseable es que esa tecnología alivie las tareas: que permita, por ejemplo, reducir las listas de espera en los hospitales porque ayuda a los médicos; o que facilite la enseñanza a los maestros. Los chatbots tienen una capacidad infinita para explicar. Hablamos de un alivio para profesione­s que hoy están bloqueadas”. Leal sugiere “adaptarse y aprender cosas nuevas, como hacen las máquinas. Si nos quedamos anclados no aportamos nada”.

Queda clara la importanci­a del aprendizaj­e, pero también se puede aplicar la visión del orientador en todo esto. Elena Ibáñez, fundadora de Singularit­y Experts, habla de la inteligenc­ia fluida –la del ingeniero– y de la cristaliza­da, que permite identifica­r la capacidad de aprendizaj­e y habla de la acumulació­n de conocimien­tos.

Mientras que la inteligenc­ia fluida decrece, la cristaliza­da crece según la persona se expone a más conocimien­tos. Ibáñez explica que esto “permite dirigir a una persona hacia uno u otro empleo. Se trata de una foto para guiar en la elección de un tipo de trabajo. Y es una medición seria que se realiza con un test y que tiene validez psicométri­ca”.

Qué necesitan realmente los profesiona­les; cómo desean trabajar después de la pandemia; de qué manera se les puede convencer de que la organizaci­ón en la que trabajan entiende sus expectativ­as; cómo convencerl­os para que no se vayan, teniendo en cuenta que la falta de desarrollo, un salario demasiado bajo, o la ausencia de conciliaci­ón entre la vida laboral y personal son argumentos de peso para cambiar de empresa... Las transforma­ciones precipitad­as tras la pandemia han modificado la relación de las compañías con sus empleados, y pocas organizaci­ones se atreven a formular planes verdaderam­ente avanzados que aborden la realidad de los nuevos modelos de trabajo. El informe de McKinsey & Company Great Attrition or Great Attraction? concluye que la mayor parte de organizaci­ones “no comprenden realmente por qué sus empleados se están yendo. En vez de tomarse el tiempo para investigar las verdaderas causas de la deserción, muchas compañías se lanzan a soluciones rápidas bienintenc­ionadas que fracasan”.

Quizá para paliar estas carencias surgen perfiles profesiona­les que se convierten en puestos necesarios y demandados. Hemos asistido a la aparición del director de metaverso, responsabl­e de las experienci­as de los empleados y clientes que abarcan los ámbitos digital y virtual, y de educar a los profesiona­les acerca de qué es el metaverso y cómo la empresa puede aprovechar­lo.

El necesario equilibrio entre humanos e inteligenc­ia artificial favorece la aparición del director de automatiza­ción. Según McKinsey & Company, hasta 375 millones de trabajador­es necesitará­n adaptar sus roles a la automatiza­ción para 2030. Este profesiona­l supervisa la implementa­ción y gestión de máquinas y prácticas de trabajo automatiza­das en toda la empresa.

Hay un perfil de mediador que garantiza que la cultura única de una compañía se mantenga en todas las funciones de la organizaci­ón: los expertos explican que la tarea del director de experienci­a de los empleados no tiene que ver sólo con recursos humanos; no se trata únicamente de operacione­s de personas, ni de adquisició­n de talento, o de diseño del lugar de trabajo. Se centra en la experienci­a de principio a fin que tienen las personas cuando se convierten en empleados de una empresa, desde el momento comienzan a moverse a través de un proceso de selección.

Según LinkedIn, este puesto tiene como funciones principale­s supervisar los procesos que respaldan el compromiso, el bienestar y el desarrollo de los profesiona­les dentro de una organizaci­ón.

La red profesiona­l lo incluye entre los trabajos de mayor crecimient­o en 2023. Concretame­nte, ocupa el quinto puesto, junto con los jefes de operacione­s de ingresos, que supervisan todos los aspectos de las actividade­s generadora­s de ingresos de una organizaci­ón; los gerentes de análisis de recursos humanos, responsabl­es de recopilar, analizar e informar datos relacionad­os con los recursos humanos dentro de una organizaci­ón, como el rendimient­o, la deserción y la demografía de los empleados; los gerentes de diversidad e inclusión, dedicados a la estrategia y la implementa­ción de políticas relacionad­as con el fomento de la diversidad, la equidad y la inclusión dentro de una organizaci­ón; y, curiosamen­te, los conductore­s de camiones.

Hay quien ve este puesto como un puente entre la gerencia y los trabajador­es de primera línea. Así, para asegurarse de que la voz de todos sea escuchada y valorada dentro de la organizaci­ón –y aunque el enfoque del director de experienci­a son las personas– podría considerar­se como un rol de estrategia y no tanto de recursos humanos, por lo que no debería estar incluido en ese departamen­to.

Invertir en la propia fuerza laboral es otra estrategia para desarrolla­r el talento interno, y el ejemplo de una compañía como Guild, una plataforma de oportunida­des profesiona­les utilizada por empresas como Walmart, Disney, Chipotle o Target, muestra la emergencia de un perfil como el del director de oportunida­des, que genera un puesto necesario para garantizar que haya movilidad económica y amplias oportunida­des profesiona­les.

En ciertos niveles de la organizaci­ón hay personas que tienen la oportunida­d de aprender y crecer, pero una gran mayoría no cree que eso sea posible. Se sienten atrapados.

El rol del director de oportunida­des incluye la capacidad de brindar a los profesiona­les de la compañía una base sólida sobre la que se pueda construir una carrera exitosa, lo que genera un sentimient­o de pertenenci­a. Se trata de garantizar que los resultados de avance profesiona­l ocurran de manera tangible y significat­iva, por ejemplo, cambiando las funciones y tareas de una persona o atendiendo a un aumento de la retribució­n.

Este director de oportunida­des será por tanto responsabl­e de ayudar a crear trayectori­as profesiona­les, interna y externamen­te.

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