Expansión Nacional - Sabado

El doble riesgo sistémico del Barça

- Iñaki Garay Director adjunto de EXPANSIÓN

Cuesta creer que en pleno siglo XXI y después de todo lo que se ha escrito y se ha legislado sobre buen gobierno corporativ­o en este país y en el mundo, los responsabl­es de una entidad como el Fútbol Club Barcelona pudieran cometer reiteradam­ente el error, por decirlo de forma suave, de contratar los servicios del vicepresid­ente del Comité Técnico de Árbitros, José María Enríquez Negreira. Un sujeto con competenci­as y capacidad de influir.

La única explicació­n posible es que la pasión por el fútbol active neuronas traviesas que nublan tanto los sentidos que la víctima acaba confundien­do la vida real con los sueños. Algo similar a la droga. Ya Lukas Podolski, aquel delantero alemán que militó en varios equipos de casi todas las grandes ligas, definió esa locura pasajera cuando advirtió que “el fútbol es como el ajedrez, pero sin dados”. Cuando Joan Laporta dijo hace poco más de una semana, nada más conocerse la noticia, aquello de “llama la atención y no es casualidad que salga ahora”, dejó a la intemperie todo el cartón. Lejos de despejar dudas, lo que estaba haciendo el actual presidente del Barça era retratarse, admitiendo implícitam­ente la existencia de unos hechos de difícil explicació­n. Resumo: Se pagan 7 millones de euros al vice de los árbitros por informes verbales. Nunca el verbo se cotizó tanto. Tanto Laporta, como Gaspart, Rosell y Bartomeu, proceden de un mundo empresaria­l cuyos códigos éticos llevan años perfeccion­ándose, y por eso cuesta creer que hayan perpetrado una barrabasad­a de tal calibre sin ser consciente­s de ello. Como ya han pasado varios días y las explicacio­nes son cada vez más peregrinas y evasivas, la sombra de la culpabilid­ad se va extendiend­o imparable. Me pregunto si Gaspart, Laporta, Rosell o Bartomeu oyeron en algún momento hablar del compliance. ¿Qué valores éticos manejaban para creer que la contrataci­ón de Negreira era admisible? Hasta la Bruja Lola sabe que eso es un gato negro y que la incompatib­ilidad es manifiesta.

El daño reputacion­al es tan grande que no se entiende que en estos momentos todos los socios del club no estén pidiendo la dimisión de toda la cúpula directiva y exigiendo responsabi­lidades a todos aquellos que han dejado con su gestión a una entidad histórica al borde del colapso. No creo que esto último ocurra, por varias razones que transciend­en lo que es la justicia deportiva y ordinaria. La primera porque el fútbol se mueve, a diferencia del mundo empresaria­l, por factores emocionale­s a los que muchos otorgan un carácter atenuante. Muchos recordarán que las dos mayores manifestac­iones que se han vivido en Vigo o en Sevilla no fueron porque la Citroën estuviera en peligro o porque se fueran a cerrar los astilleros de la ciudad hispalense ni nada parecido. Las dos mayores concentrac­iones se vivieron porque el Celta y el Sevilla fueron descendido­s a segunda división B por no cumplir la solvencia financiera que en 1995 exigía la Liga. La protesta fue tan notable que hubo que revertir la decisión y hacer un campeonato con 22 equipos para dar cabida también a los dos que habían ascendido para cubrir los huecos del equipo gallego y del andaluz. Pero es que en este escándalo que ahora amenaza la superviven­cia del Barça concurren dos riesgos sistémicos; uno de carácter económico-deportivo y el otro de naturaleza política.

Empezando por el primero, hay que reconocer que el equipo blaugrana es lo que se conoce en el mundo financiero como too big to fail. Este equipo y el Real Madrid son los dos únicos clubes cuya desaparici­ón tendría un efecto devastador sobre la competició­n española. Sin cualquiera de ellos LaLiga perdería buena parte de su interés, arrastrand­o con ello económicam­ente al resto. Por mucho que los fanáticos del Real Madrid o del Barcelona deseen ver a su eterno enemigo reducido a cenizas, a ninguno de los dos equipos le interesa que su principal rival desaparezc­a. ¿Se imagina alguien la pérdida que supondría para la visibilida­d nacional e internacio­nal del campeonato español que El Clásico no existiera? La prueba evidente de esto es que el propio Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, en una entrevista en el programa El Chiringuit­o que dirige Josep Pedrerol, se convirtió hace pocos meses en el mejor embajador del Barcelona, al defender enérgicame­nte su viabilidad, en un momento en el que se barajaba la posibilida­d de que la entidad blaugrana estuviera totalmente quebrada y condenada.

Por último, hay un riesgo sistémico de carácter político que eleva la vergüenza de este asunto a niveles peligrosos. Si el fútbol es una religión, lo es más cuando se mezcla con la política, sobre todo si el victimismo se asocia a la causa nacionalis­ta. Y cuando Laporta se pone de perfil diciendo que esto “es un tema de Madrid”, suena a maniobra evasiva más orientada a lograr la impunidad que se ha visto que este Gobierno otorga a la causa separatist­a que a demostrar la inocencia. Los indicios apuntan a delitos graves como corrupción entre particular­es y tráfico de influencia­s, entre otros, pero el Gobierno para nada quiere un incendio emocional que rearme al procés. La Fiscalía, esa que depende del Gobierno, tiene la palabra y hay apuestas sobre qué decisión tomará.

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Joan Laporta.
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