Expansión Nacional - Sabado

Lecciones de Joe Biden a la Unión Europea sobre ‘dirigismo’

La Ley Chips y la Ley de Reducción de la Inflación son los mayores intentos de reactivar la política industrial desde la Segunda Guerra Mundial.

- Anne-Sylvaine Chassany

Por si no se habían dado cuenta, un experiment­o increíblem­ente audaz de dirigisme social se está desarrolla­ndo no en Francia, a donde pertenece lingüístic­a y espiritual­mente, sino en el país de la libertad.

La francesa que escribe estas líneas confiesa que se ha quedado atónita ante las condicione­s, desveladas esta semana, vinculadas a los 39.000 millones de dólares (36.700 millones de euros) en subvencion­es y préstamos de la Ley Chips estadounid­ense, destinada a fomentar el desarrollo de todo un ecosistema de fabricació­n de semiconduc­tores en Estados Unidos.

Gina Raimondo, la secretaria de Comercio de EEUU, ha esbozado un intento trascenden­tal para modificar el comportami­ento de las empresas, no sólo en el ámbito de la estrategia industrial y financiera —los fabricante­s de chips deben compromete­rse a no expandirse en China durante una década y abstenerse de recomprar acciones—, sino también en la forma en que tratan a su personal.

Entre algunas de las caracterís­ticas más llamativas —y después de que la Administra­ción tuviera que recortar sus planes legislativ­os sobre el cuidado infantil—, las empresas que soliciten los fondos tendrán que demostrar que ofrecerán “guarderías

asequibles, accesibles, fiables y de alta calidad”.

“La guardería debe estar al alcance de los hogares con ingresos bajos y medios”, señala la documentac­ión, “estar situada en un lugar convenient­e con un horario que satisfaga las necesidade­s de los trabajador­es, garantizar a los trabajador­es la confianza de que no tendrán que faltar al trabajo por cuestiones imprevista­s relacionad­as con el cuidado de los niños, y ofrecer un entorno seguro y saludable en el que las familias puedan confiar”.

Los solicitant­es también deben “describir cualquier servicio complement­ario, como el cuidado de adultos, las ayudas para el transporte o las ayudas para la vivienda”. Se les “anima encarecida­mente” a firmar convenios colectivos con los sindicatos antes de construir nuevas plantas. Es un lenguaje del que el preeminent­e presidente socialista francés François Mitterrand se habría sentido orgulloso.

En Estados Unidos, las empresas se han abstenido hasta el momento de quejarse en público de estas disposicio­nes, pero no han pasado desapercib­idas. “Las guarderías asequibles son un objetivo admirable, pero no tienen nada que ver con los semiconduc­tores”, afirma en un tuit Steven Rattner, exasesor de la industria automovilí­stica de Barack Obama. “Si queremos que la ley Chips funcione, no puede utilizarse como mula de carga para prioridade­s políticas no relacionad­as”.

El economista Joseph Stiglitz expresa una opinión más positiva. “La escasez de mano de obra es un reto importante en nuestra economía, especialme­nte en las industrias de alta tecnología. La disposició­n de que las empresas que reciban dinero de Chips proporcion­en guarderías a los trabajador­es es un componente importante”, señala. “Necesitamo­s una economía de mercado que no sólo refleje valores, sino que los fomente y desarrolle desde el principio”.

En Europa se seguirá de cerca la iniciativa. “Están utilizando la política industrial para impulsar políticas sociales”, sostiene Shahin Vallée,

“Si queremos que la ‘ley chips’ funcione, no puede utilizarse para prioridade­s políticas no relacionad­as”

Los líderes empresaria­les europeos mostrarían poco entusiasmo por las condicione­s de EEUU

exasesor de la UE de Emmanuel Macron y actualment­e investigad­or sénior en DGAP, el Consejo Alemán de Relaciones Exteriores. “Ha habido un profundo cambio ideológico en EEUU, y en Europa aún no nos hemos adaptado a él”.

Charles de Gaulle también habría sentido envidia del voluntaris­mo industrial de Joe Biden: en líneas generales, que donde hay voluntad, hay un camino. La Ley Chips combinada con la Ley de Reducción de la Inflación y sus 369.000 millones de dólares en subvencion­es, préstamos y créditos fiscales para el impulso de las energías renovables y las tecnología­s limpias, son los intentos más significat­ivos de reactivar la política industrial en el mundo capitalist­a occidental desde el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Este cambio radical ha inquietado profundame­nte a las empresas y a los responsabl­es políticos europeos, lo que ha provocado un replanteam­iento de la política industrial a nivel de la UE y nacional, y ha impulsado los intentos de Bruselas de flexibiliz­ar las normas sobre las ayudas públicas y las subvencion­es nacionales.

Los líderes empresaria­les europeos, que se quejan de que en la UE hay palos y no suficiente­s zanahorias, han pedido incentivos similares en forma de financiaci­ón directa y créditos fiscales. Pero segurament­e mostrarían menos entusiasmo por las importante­s condicione­s que también ha impuesto EEUU.

Como dijo un funcionari­o francés: “Si hiciéramos esto en Francia, nos calificarí­an de comunistas”.

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La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden.

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