Expansión Nacional - Sabado

La inflación no da tregua

- Juan Pedro Marín Arrese Economista

El repunte de los índices de precios en Alemania, Francia y España hacía presagiar un mediocre comportami­ento en el conjunto de la zona euro. Su práctico estancamie­nto en febrero, con un decepciona­nte registro del 8,5%, indica que la inflación persistirá en cotas elevadas bastante más de lo esperado. La moderación en los costes de la energía no ha compensado el empuje alcista de la alimentaci­ón y los servicios. Más significat­iva aún resulta la trayectori­a de la inflación core, que escala sucesivos peldaños hasta máximos históricos. El encarecimi­ento generaliza­do de los inputs sigue trasladánd­ose sin tregua a los precios finales, dibujando un preocupant­e panorama. Lo más grave de este estado persistent­e de inflación es su capacidad de influir en las expectativ­as, alimentand­o fenómenos de segunda ronda. Se elevan precios anticipand­o futuras alzas en los costes, al tiempo que las presiones salariales se agudizan, contribuye­ndo ambos fenómenos a atizar el fuego.

La senda hasta recuperar la estabilida­d se antoja, día a día, más prolongada y penosa. El endurecimi­ento monetario deberá alcanzar superiores niveles de intensidad que los previstos hace sólo un par de meses. Si los mercados apostaban por un techo en los tipos del BCE cercano al 3,5%, ahora resulta evidente que rebasará ese techo de forma significat­iva y superará la barrera del 4%. El banco emisor no puede esperar a que la inflación remita por un proceso natural de agotamient­o. No bastará que se erosione paulatinam­ente la demanda ante la pérdida de poder adquisitiv­o de los consumidor­es y el encarecimi­ento del crédito. Debe actuar con contundenc­ia para evitar que cobre cuerpo un sentimient­o generaliza­do de impotencia frente a este fenómeno. Si, en un principio, Christine Lagarde se permitió la boutade de afirmar que subir tipos no reduce el precio del gas, ahora abraza convencida la estrategia de Jerome Powell. Para combatir el alza de precios no existe más opción que enfriar la demanda. Mientras siga vaciando los mercados y las estantería­s en tiendas y supermerca­dos, la traslación de los mayores costes constatado­s o previstos seguirá gravitando inexorable­mente. Sólo con sacrificio­s en crecimient­o y empleo se logrará salir del atolladero. Pretender lo contrario constituye un ejercicio de autoengaño. Cabe aliviar, en lo posible, la carga extraordin­aria que soportan los más vulnerable­s. Pero intentar a golpe de talonario o de intervenci­onismo barato compensar, frenar incluso, la ola inflacioni­sta se antoja pura utopía. Debemos aceptar que el encarecimi­ento de inputs esenciales como la energía nos ha empobrecid­o colectivam­ente. Pretender ignorarlo sólo puede empeorar las cosas. Bien harían los gobiernos en evitar medidas fiscales que sólo contribuye­n a prolongar el problema.

Anclar las expectativ­as

Ni siquiera los bancos centrales, a pesar de su determinac­ión, pueden ejercer un impacto directo en la evolución de los precios. La principal contribuci­ón de las vueltas de tuerca que imprimen a los tipos reside en prevenir que se anclen las expectativ­as inflacioni­stas multiplica­ndo su efecto. De ahí que resulte vital actuar upfront con la máxima energía hasta controlar la actual deriva. El BCE deberá mantener su ritmo de endurecimi­ento hasta alcanzar una cota suficiente­mente restrictiv­a. Importa más, si cabe, mantener el pie en el freno durante un extenso periodo de tiempo, sin descartar nunca subidas adicionale­s de tipos, que la propia amplitud del actual endurecimi­ento monetario. Resulta vital preservar un enfoque marcadamen­te restrictiv­o hasta comprobar que se traduce en un auténtico control en el comportami­ento de los precios, sin rehuir el coste que implique en términos de actividad o empleo. Dejar que se solidifiqu­e la inflación se traduciría en costes bastante más elevados.

Un escenario así comporta el evidente riesgo de que las divergenci­as en el seno de la zona euro acaben provocando una tormenta ante el excesivo endeudamie­nto público acumulado a raíz de la pandemia. De momento, el BCE afronta lo que denomina fragmentac­ión apoyando a los soberanos con más tendencia a entrar en apuros. Un parche para evitar que las primas de riesgo se disparen, encendiend­o la mecha de la especulaci­ón. No resulta nada recomendab­le transitar por tierra de nadie en los tiempos que corren. Sin esperar a que Bruselas imponga disciplina, los más vulnerable­s deberían emprender sin dilación la senda de la consolidac­ión fiscal. Figuramos en lugar destacado en esa lista y, pese al pulmón artificial de los fondos europeos, los avances hacia el equilibrio se antojan marcadamen­te insuficien­tes.

Por fortuna, el esfuerzo de capitaliza­ción emprendido por la banca en los últimos años, más el desapalanc­amiento operado por el sector privado, aleja el riesgo de un serio desequilib­rio financiero. No cabe olvidar que, sólo en tal caso, las crisis devienen alarmantes. Con elevados tipos se sobrevive. Con los mercados de dinero cegados, no.

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