Los siete titanes que impulsan Wall Street
Apple, Microsoft, Alphabet, Nvidia, Tesla, Meta y Amazon propulsan la escalada del Standard & Poor’s 500, pero enmascaran la pobre evolución de la mayoría de valores del índice.
INVERSIÓN
Los mercados bursátiles en 2023 no van exactamente como parece. A primera vista, los pesimistas están recibiendo una paliza. Los inversores y los analistas influyentes empezaron el año esperando que la agresiva serie de subidas de tipos de interés en 2022 se hiciera sentir. El consenso era que se produciría una recesión económica en EEUU que arrastraría a la baja a las bolsas.
Eso no ha ocurrido, a pesar de una serie de quiebras de bancos regionales en la primavera que agravaron el impacto de la subida de tipos. La economía estadounidense sigue creciendo y el índice S&P 500 ha subido más de un 14% este año. A falta de una semana para que concluya junio, éste es ya uno de los mejores semestres del índice en dos décadas.
Pero se trata de un repunte que se sostiene sobre unos zancos muy delgados. Si se excluye a un pequeño grupo de empresas, todas ellas tecnológicas, el índice está estancado.
“Normalmente, cuando sólo un pequeño número de valores va bien, se produce una sobrevaloración y un comportamiento especulativo: todo el mundo inyecta dinero en estos valores y se produce otra burbuja tecnológica como la de finales de la década de 1990 y principios de la de 2000. Tal vez estemos sembrando las semillas de otra burbuja”, señala Remi Olu-Pitan, gestor de carteras multiactivos de Schroders.
El peso excesivo de un sector concreto, sobre todo en los mercados estadounidenses, no es nuevo. “Los grandes valores tecnológicos del S&P se encuentran ahora en la misma situación que las compañías petroleras en el pasado o el Nifty 50 en los años 60 (una locura que hizo subir las acciones de un pequeño número de compañías de rápido crecimiento, como IBM, Kodak y Xerox, para luego dar paso a un fuerte declive). Es un problema recurrente”, declara Frédéric Leroux, directivo de Carmignac en París.
Pero, según muchos indicadores, esta tendencia ha llegado ahora a extremos sorprendentes: oculta un rendimiento mediocre de la gran mayoría de los valores y complica las decisiones de inversión, tanto en cotizadas concretas como en índices. Algunos advierten que es insostenible o incluso que se avecinan condiciones de mercado traicioneras.
La distribución del rendimiento del índice S&P 500 es ahora el más concentrado desde la década de 1970. Siete de sus principales componentes –Apple, Microsoft, Alphabet (propietaria de Google), Amazon, Nvidia, Tesla y Meta– se han disparado, ganando entre un 40% y un 180% este año. Las 493 empresas restantes están, en conjunto, planas.
Las grandes tecnológicas dominan el índice en un grado sin precedentes. Sólo cinco de esos siete valores representan casi una cuarta parte de la capitalización bursátil de todo el índice. Con 2,9 billones de dólares, Apple vale más que las 100 principales empresas cotizadas de Reino Unido juntas.
El fabricante de chips Nvidia, que ha aprovechado el entusiasmo de los inversores por la inteligencia artificial y ha aumentado considerablemente sus previsiones de ingresos para los próximos trimestres debido a las predicciones más optimistas, ha ganado 640.000 millones de dólares en capitalización bursátil este año. Casi tanto como el valor de mercado combinado de JPMorgan y Bank of America, los dos mayores bancos de EEUU. Ed Cole, director general de inversiones discrecionales de Man GLG, afirma que el rendimiento vertiginoso de un puñado de valores ha suscitado un renovado temor a no aprovechar la corriente entre algunos inversores.
Índices y ESG
La explosión de la inteligencia artificial ha sido un factor importante a corto plazo que ha generado esta concentración, pero el fenómeno tiene raíces más profundas. Parte de ella refleja simplemente el liderazgo mundial de EEUU, en tecnología orientada al consumidor, que durante décadas ha creado una serie de empresas altamente rentables y duraderas del tipo que los inversores adoran. Incluso Warren Buffett ha comprado acciones de Apple y otras empresas tecnológicas.
A medida que sus capitalizaciones bursátiles han crecido, han constituido un porcentaje cada vez mayor del S&P 500, que pondera sus componentes en función de su valor de mercado. Esto se ha visto agravado por dos tendencias generales del mercado. Una es la aceleración de la inversión pasiva, en la que los fondos simplemente tratan de replicar el rendimiento de un índice reflejando su composición. Esto significa que a medida que estos valores subían, también lo hacían sus ponderaciones en el índice, obligando a los fondos a comprar más acciones de ellos.
La otra es la inversión ESG, en empresas con buenas credenciales medioambientales, sociales y de gobernanza, además de financieras. El creciente interés por los factores ESG ha impulsado la inversión en tecnología, en detrimento de sectores que emiten mucho dióxido de carbono, como el del petróleo y el del gas natural. Inversores activos, pasivos, seguidores de
tendencias y fondos ESG persiguen a menudo los mismos objetivos.
La cuestión espinosa es si esto es un problema. Sin duda, da una extraña impresión de la salud del mercado. Michael Wilson, estratega jefe de renta variable estadounidense de Morgan Stanley y uno de los analistas más destacados de Wall Street, advierte que la gran subida de unas pocas empresas de gran capitalización de mercado está ocultando el sufrimiento generalizado.
En reciente estudio, la OCDE ha señalado que “la gran escala de unas pocas empresas, combinada con el uso generalizado de productos de inversión pasiva, ha aumentado la tendencia de las acciones a moverse juntas, un fenómeno que puede amplificar las perturbaciones tanto positivas como negativas. También podría contribuir a frenar el crecimiento de las pequeñas empresas innovadoras y con modelos de negocio nuevos y dificultar su acceso a la financiación en los mercados públicos”.
Este fenómeno inquieta a analistas e inversores por igual. La gestora de activos francesa Tobam lleva tiempo advirtiendo a sus clientes de que esta concentración en valores tecnológicos complica el proceso de inversión para todos, desde los inversores particulares hasta los grandes fondos de pensiones. No sólo hace imposible diversificar los riesgos siguiendo un índice amplio como el S&P, sino que también complica la elección de en dónde invertir cuando sólo un pequeño grupo de valores va bien.
Alex Cabrol, director general de Tobam, señala que “la desaparición del fenómeno no es una cuestión de si, sino de cuándo. Situaciones similares anteriores, sobre todo en la burbuja de las tecnológicas en la década de 2000, fueron seguidas de fuertes caídas”.
Los fondos de inversión también tropiezan con esta dinámica. Un análisis realizado por Goldman Sachs el mes pasado, en el que analizó más de 500 fondos de este tipo con un total de 2,6 billones de dólares en activos, reveló que la “concentración extrema” del índice Russell 1000 Growth chocaba con las normas que obligan a los fondos a mantener carteras diversificadas o a limitar la exposición a empresas concretas.
Consecuencias
Estas normas implican que un fondo de inversión estadounidense medio de empresas de gran capitalización mantiene posiciones más pequeñas en siete valores, entre ellos Apple, Microsoft y Nvidia, de lo que justificarían sus posiciones en el índice. Por tanto, la rentabilidad de los fondos, en relación con el índice, está sufriendo las consecuencias. Uno de los elementos más delicados para los gestores de fondos es que la concentración puede resolverse de dos maneras: o bien el resto del mercado alcanza a
líderes, o bien los valores más alcistas caen. Éste es uno de los debates más encarnizados en el mundo de las finanzas. En el fondo, se trata de saber si la economía estadounidense se encamina hacia una recesión que reducirá los beneficios de las empresas o hacia un aterrizaje económico suave, incluso apenas perceptible, en el que la Fed, de alguna manera, haga bajar la inflación sin perjudicar a la economía: la llamada “desinflación inmaculada”.
Perspectivas
Goldman Sachs es más optimista. Este mes ha elevado su objetivo para el S&P 500: prevé que alcanzará los 4.500 puntos a finales de este año, un 12,5% más que su previsión anterior y alrededor de un 3% por encima de donde se encontraba el miércoles por la tarde. Si el banco acierta, éste será uno de los mejores años para el índice de las dos últimas décadas.
La opinión del banco sobre la economía de EEUU, mejor que el consenso –estima que hay una probabilidad del 25% de que haya una recesión en los próximos 12 meses, frente a la media del 65% de los analistas–, también significa que piensa que es más probable que haya una recuperación que una recesión. Analistas de Barclays señalan que han detectado indicios de que los inversores empiezan a abandonar el pesimismo: “Tras casi tres meses de espera, los inversores prudentes, pero también ricos en liquidez, parecen haber tirado la toalla y comenzado a apuntarse al rally. Las compras se extienden más allá de los valores tecnológicos”.
Por ahora, tanto los inversores alcistas como los bajistas utilizan este fenómeno para defender sus argumentos. “Los mercados de capitales se han convertido en una liga de campeones. No solamente están dominados por grandes empresas, sino también por importantes gestoras, propietarios de activos, proveedores de índices y compañías de auditoría. Hay concentración en todo el mercado”, concluye Carmine Di Noia, director de asuntos financieros y empresariales de la OCDE.
La clave para despertar al resto del mercado está en el efecto de los tipos en la economía