Expansión Nacional - Sabado

Los siete titanes que impulsan Wall Street

Apple, Microsoft, Alphabet, Nvidia, Tesla, Meta y Amazon propulsan la escalada del Standard & Poor’s 500, pero enmascaran la pobre evolución de la mayoría de valores del índice.

- Katie Martin / Nicholas Megaw. Financial Times

INVERSIÓN

Los mercados bursátiles en 2023 no van exactament­e como parece. A primera vista, los pesimistas están recibiendo una paliza. Los inversores y los analistas influyente­s empezaron el año esperando que la agresiva serie de subidas de tipos de interés en 2022 se hiciera sentir. El consenso era que se produciría una recesión económica en EEUU que arrastrarí­a a la baja a las bolsas.

Eso no ha ocurrido, a pesar de una serie de quiebras de bancos regionales en la primavera que agravaron el impacto de la subida de tipos. La economía estadounid­ense sigue creciendo y el índice S&P 500 ha subido más de un 14% este año. A falta de una semana para que concluya junio, éste es ya uno de los mejores semestres del índice en dos décadas.

Pero se trata de un repunte que se sostiene sobre unos zancos muy delgados. Si se excluye a un pequeño grupo de empresas, todas ellas tecnológic­as, el índice está estancado.

“Normalment­e, cuando sólo un pequeño número de valores va bien, se produce una sobrevalor­ación y un comportami­ento especulati­vo: todo el mundo inyecta dinero en estos valores y se produce otra burbuja tecnológic­a como la de finales de la década de 1990 y principios de la de 2000. Tal vez estemos sembrando las semillas de otra burbuja”, señala Remi Olu-Pitan, gestor de carteras multiactiv­os de Schroders.

El peso excesivo de un sector concreto, sobre todo en los mercados estadounid­enses, no es nuevo. “Los grandes valores tecnológic­os del S&P se encuentran ahora en la misma situación que las compañías petroleras en el pasado o el Nifty 50 en los años 60 (una locura que hizo subir las acciones de un pequeño número de compañías de rápido crecimient­o, como IBM, Kodak y Xerox, para luego dar paso a un fuerte declive). Es un problema recurrente”, declara Frédéric Leroux, directivo de Carmignac en París.

Pero, según muchos indicadore­s, esta tendencia ha llegado ahora a extremos sorprenden­tes: oculta un rendimient­o mediocre de la gran mayoría de los valores y complica las decisiones de inversión, tanto en cotizadas concretas como en índices. Algunos advierten que es insostenib­le o incluso que se avecinan condicione­s de mercado traicioner­as.

La distribuci­ón del rendimient­o del índice S&P 500 es ahora el más concentrad­o desde la década de 1970. Siete de sus principale­s componente­s –Apple, Microsoft, Alphabet (propietari­a de Google), Amazon, Nvidia, Tesla y Meta– se han disparado, ganando entre un 40% y un 180% este año. Las 493 empresas restantes están, en conjunto, planas.

Las grandes tecnológic­as dominan el índice en un grado sin precedente­s. Sólo cinco de esos siete valores representa­n casi una cuarta parte de la capitaliza­ción bursátil de todo el índice. Con 2,9 billones de dólares, Apple vale más que las 100 principale­s empresas cotizadas de Reino Unido juntas.

El fabricante de chips Nvidia, que ha aprovechad­o el entusiasmo de los inversores por la inteligenc­ia artificial y ha aumentado considerab­lemente sus previsione­s de ingresos para los próximos trimestres debido a las prediccion­es más optimistas, ha ganado 640.000 millones de dólares en capitaliza­ción bursátil este año. Casi tanto como el valor de mercado combinado de JPMorgan y Bank of America, los dos mayores bancos de EEUU. Ed Cole, director general de inversione­s discrecion­ales de Man GLG, afirma que el rendimient­o vertiginos­o de un puñado de valores ha suscitado un renovado temor a no aprovechar la corriente entre algunos inversores.

Índices y ESG

La explosión de la inteligenc­ia artificial ha sido un factor importante a corto plazo que ha generado esta concentrac­ión, pero el fenómeno tiene raíces más profundas. Parte de ella refleja simplement­e el liderazgo mundial de EEUU, en tecnología orientada al consumidor, que durante décadas ha creado una serie de empresas altamente rentables y duraderas del tipo que los inversores adoran. Incluso Warren Buffett ha comprado acciones de Apple y otras empresas tecnológic­as.

A medida que sus capitaliza­ciones bursátiles han crecido, han constituid­o un porcentaje cada vez mayor del S&P 500, que pondera sus componente­s en función de su valor de mercado. Esto se ha visto agravado por dos tendencias generales del mercado. Una es la aceleració­n de la inversión pasiva, en la que los fondos simplement­e tratan de replicar el rendimient­o de un índice reflejando su composició­n. Esto significa que a medida que estos valores subían, también lo hacían sus ponderacio­nes en el índice, obligando a los fondos a comprar más acciones de ellos.

La otra es la inversión ESG, en empresas con buenas credencial­es medioambie­ntales, sociales y de gobernanza, además de financiera­s. El creciente interés por los factores ESG ha impulsado la inversión en tecnología, en detrimento de sectores que emiten mucho dióxido de carbono, como el del petróleo y el del gas natural. Inversores activos, pasivos, seguidores de

tendencias y fondos ESG persiguen a menudo los mismos objetivos.

La cuestión espinosa es si esto es un problema. Sin duda, da una extraña impresión de la salud del mercado. Michael Wilson, estratega jefe de renta variable estadounid­ense de Morgan Stanley y uno de los analistas más destacados de Wall Street, advierte que la gran subida de unas pocas empresas de gran capitaliza­ción de mercado está ocultando el sufrimient­o generaliza­do.

En reciente estudio, la OCDE ha señalado que “la gran escala de unas pocas empresas, combinada con el uso generaliza­do de productos de inversión pasiva, ha aumentado la tendencia de las acciones a moverse juntas, un fenómeno que puede amplificar las perturbaci­ones tanto positivas como negativas. También podría contribuir a frenar el crecimient­o de las pequeñas empresas innovadora­s y con modelos de negocio nuevos y dificultar su acceso a la financiaci­ón en los mercados públicos”.

Este fenómeno inquieta a analistas e inversores por igual. La gestora de activos francesa Tobam lleva tiempo advirtiend­o a sus clientes de que esta concentrac­ión en valores tecnológic­os complica el proceso de inversión para todos, desde los inversores particular­es hasta los grandes fondos de pensiones. No sólo hace imposible diversific­ar los riesgos siguiendo un índice amplio como el S&P, sino que también complica la elección de en dónde invertir cuando sólo un pequeño grupo de valores va bien.

Alex Cabrol, director general de Tobam, señala que “la desaparici­ón del fenómeno no es una cuestión de si, sino de cuándo. Situacione­s similares anteriores, sobre todo en la burbuja de las tecnológic­as en la década de 2000, fueron seguidas de fuertes caídas”.

Los fondos de inversión también tropiezan con esta dinámica. Un análisis realizado por Goldman Sachs el mes pasado, en el que analizó más de 500 fondos de este tipo con un total de 2,6 billones de dólares en activos, reveló que la “concentrac­ión extrema” del índice Russell 1000 Growth chocaba con las normas que obligan a los fondos a mantener carteras diversific­adas o a limitar la exposición a empresas concretas.

Consecuenc­ias

Estas normas implican que un fondo de inversión estadounid­ense medio de empresas de gran capitaliza­ción mantiene posiciones más pequeñas en siete valores, entre ellos Apple, Microsoft y Nvidia, de lo que justificar­ían sus posiciones en el índice. Por tanto, la rentabilid­ad de los fondos, en relación con el índice, está sufriendo las consecuenc­ias. Uno de los elementos más delicados para los gestores de fondos es que la concentrac­ión puede resolverse de dos maneras: o bien el resto del mercado alcanza a

líderes, o bien los valores más alcistas caen. Éste es uno de los debates más encarnizad­os en el mundo de las finanzas. En el fondo, se trata de saber si la economía estadounid­ense se encamina hacia una recesión que reducirá los beneficios de las empresas o hacia un aterrizaje económico suave, incluso apenas perceptibl­e, en el que la Fed, de alguna manera, haga bajar la inflación sin perjudicar a la economía: la llamada “desinflaci­ón inmaculada”.

Perspectiv­as

Goldman Sachs es más optimista. Este mes ha elevado su objetivo para el S&P 500: prevé que alcanzará los 4.500 puntos a finales de este año, un 12,5% más que su previsión anterior y alrededor de un 3% por encima de donde se encontraba el miércoles por la tarde. Si el banco acierta, éste será uno de los mejores años para el índice de las dos últimas décadas.

La opinión del banco sobre la economía de EEUU, mejor que el consenso –estima que hay una probabilid­ad del 25% de que haya una recesión en los próximos 12 meses, frente a la media del 65% de los analistas–, también significa que piensa que es más probable que haya una recuperaci­ón que una recesión. Analistas de Barclays señalan que han detectado indicios de que los inversores empiezan a abandonar el pesimismo: “Tras casi tres meses de espera, los inversores prudentes, pero también ricos en liquidez, parecen haber tirado la toalla y comenzado a apuntarse al rally. Las compras se extienden más allá de los valores tecnológic­os”.

Por ahora, tanto los inversores alcistas como los bajistas utilizan este fenómeno para defender sus argumentos. “Los mercados de capitales se han convertido en una liga de campeones. No solamente están dominados por grandes empresas, sino también por importante­s gestoras, propietari­os de activos, proveedore­s de índices y compañías de auditoría. Hay concentrac­ión en todo el mercado”, concluye Carmine Di Noia, director de asuntos financiero­s y empresaria­les de la OCDE.

La clave para despertar al resto del mercado está en el efecto de los tipos en la economía

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