Crisis en el Museo Británico
El robo de 2.000 objetos puede poner en duda el propósito fundacional de la institución como custodio de los mayores tesoros arqueológicos del mundo.
ARTE
La semana pasada, los visitantes del gran edificio neoclásico del Museo Británico en Bloomsbury, en el centro de Londres, fueron recibidos por una cara inesperada en el mostrador de información: Mary Beard, académica y profesora de Literatura Clásica. Beard, miembro del consejo de administración del museo, había llegado para tranquilizar al personal tras uno de los mayores escándalos de la institución en sus 270 años de historia.
“Hablé con un simpático visitante australiano que bromeó: Pensé en comprobar que no lo habían robado todo”, cuenta Beard. Era una broma dolorosa. Los administradores celebraron una reunión tras conocerse que se habían llevado 2.000 piezas de su enorme colección, lo que provocó la dimisión de Hartwig Fischer, su director. Las piezas incluyen piedras semipreciosas antiguas y joyas de oro.
El museo ha despedido a uno de sus conservadores y la policía ha abierto una investigación. Ittai Gradel, experto en antigüedades y marchante, dio la voz de alarma en 2021 tras encontrar algunas de las piezas a la venta en eBay. Pero una investigación inicial realizada por personal superior del museo no detectó que faltase nada.
El escándalo arroja una dura luz sobre la falta de seguridad para evitar los robos internos por parte de los conservadores del museo, especialistas muy respetados, pero modestamente remunerados que ejercen una enorme autoridad en sus campos. El museo cree ahora que los robos se produjeron a lo largo de dos décadas, que se llevaron gemas de un almacén de seguridad y que se alteraron los registros informáticos para sugerir que algunas habían desaparecido en la década de 1930.
Las revelaciones llegan en un momento delicado: el museo ha sufrido presiones para devolver piezas disputadas a los países de los que proceden, entre ellas bronces decorativos incautados en
Benín (Nigeria) por las fuerzas británicas en 1897. George Osborne, exministro de Finanzas británico y presidente del patronato, está negociando con el Gobierno griego el préstamo de algunas de las esculturas del Partenón –también llamadas Mármoles de Elgin–, sustraídas de Atenas a principios del siglo XIX.
La noticia de los robos ha aumentado las peticiones para que se repatríen más tesoros. El Global Times, un periódico estatal chino, pidió la semana pasada que el museo devolviera las reliquias chinas adquiridas por “medios sucios y pecaminosos”. Dan Hicks, catedrático de Arqueología Contemporánea de la Universidad de Oxford, afirma que las pretensiones del museo de ser un custodio digno de confianza ahora suenan vacías: “¿Cómo demonios se recupera de la noticia de que ha estado robándose a sí misma una institución
La voz de alarma saltó en 2021 tras encontrarse algunas de las piezas a la venta en eBay
que convirtió en una virtud su capacidad para salvaguardar el patrimonio mundial?”.
También socava el propósito central de la institución, fundada en 1753 como uno de los primeros museos universales o enciclopédicos del mundo, con la intención de representar un amplio espectro del conocimiento humano. Le siguieron el Louvre de París y el Metropolitan Museum
of Art de Nueva York.
El museo comenzó con una colección de libros, monedas y plantas secas acumulada por Hans Sloane, un médico que se casó con una heredera de las plantaciones de esclavos jamaicanas, y desde entonces no ha dejado de crecer. En la actualidad, su colección de 8 millones de objetos es tan grande y dispar que el 1% se expone al público y sólo la mitad está catalogada. La tarea de recuperar los objetos robados será mucho más difícil por la falta de documentación.
Christopher Marinello, fundador de Art Recovery International, que recupera obras robadas, afirma que se trata de “algo totalmente imperdonable y una mala praxis. No se pueden recuperar cosas cuya propiedad no se puede demostrar”.
Beard califica los robos de “tragedia” y afirma que el museo debe al público una explicación completa, pero se ve cohibido por la investigación policial. “Guardamos cosas en custodia para la nación y tenemos el deber de decirle lo que ha pasado... lo mejor que se puede decir es que nos hará analizar aún más lo que debería ser el museo”.
Almacenamiento
Se tardó mucho tiempo en descubrir los robos. Gradel se quejó a un administrador el pasado octubre de que no le hacían caso y Osborne pidió explicaciones a Fischer. En diciembre, una auditoría completa halló que faltaban piezas y se alertó a la policía. Fischer anunció en julio que se jubilaría el año que viene, pero el mes pasado dimitió repentinamente, disculpándose por haber acusado a Gradel de ocultar pruebas.
Ya existían tensiones entre Osborne y Fischer, un distinguido historiador del arte alemán nombrado en 2015 cuando Richard Lambert, exdirector de FT, era presidente.
Un administrador afirma que Osborne no estaba satisfecho con el liderazgo de Fischer después de su propio nombramiento en 2021, y los robos tensaron aún más su relación. Fischer declinó hacer declaraciones.
No ayudó que Osborne tomara públicamente la iniciativa en las negociaciones con Kyriakos Mitsotakis, primer ministro de Grecia, sobre las esculturas del Partenón. “Estoy seguro de que es divertido negociar con Mitsotakis, pero no es el trabajo principal de un presidente del patronato”, declara un alto administrador de otro museo. Tanto el museo como Fischer afirman que él participó plenamente en las conversaciones.
Pero los robos comenzaron mucho antes de que Fischer u Osborne ocuparan sus cargos, y reflejan un reto más amplio en la vigilancia de los asuntos internos. Aunque la mayoría de los robos de obras de arte los cometen personas
Los robos han dado pie a que aumenten las peticiones de repatriación de tesoros
ajenas a la institución, como los 113 millones de euros en joyas sustraídos de un museo de Dresde en 2019, los robos internos no son exclusivos del Museo Británico. Anders Burius, bibliotecario jefe de la Biblioteca Nacional de Suecia, robó más de 50 libros raros en la década de 1990.
Uno de los problemas es que los conservadores tienen que manipular muchos objetos para la investigación y quienes tienen acceso privilegiado pueden ocultar fácilmente artículos pequeños: en el Museo Británico no son registrados al salir. Era demasiado chocante que el personal creyera mal de un colega conservador: Osborne ha dicho que parte de la culpa la tuvo el “pensamiento de grupo”.
Que se confíe en ellos para investigar de forma independiente es gran parte del atractivo laboral de los conservadores, que no están muy bien remunerados: el salario medio en los museos de Reino Unido es de 38.500 libras. “Se trata de una profesión mal pagada que no se ha mantenido al nivel de los salarios universitarios. Intentar contratar personal de EEUU es ahora una broma”, dice un consejero.
Algunos museos tienen normas más estrictas para que las personas no estén solas en los archivos: las galerías Tate, por ejemplo, exigen que el personal esté supervisado cuando manipula dibujos, sobre todo para evitar daños accidentales. Pero la magnitud de la colección del Museo Británico lo hace más difícil: lleva décadas esforzándose por registrar exactamente lo que tiene.
Cuando un lector robó libros raros de su biblioteca en 1971, contrató a su primer agente de seguridad a tiempo completo, además de personal temporal para hacer frente al retraso en la catalogación. En 1988, la Oficina Nacional
de Auditoría descubrió que tenía 5,5 millones de objetos, 2,5 millones menos que ahora, y advirtió de un “aumento inexorable del tamaño de las grandes colecciones” de los museos.
Desde entonces, la tarea no ha hecho más que crecer. Muchos museos tienen que hacerse cargo de piezas procedentes de excavaciones arqueológicas o descubiertas por proyectos como el HS2.
El Museo Británico ha hecho progresos. Tiene unos 2 millones de registros online que abarcan casi 4,5 millones
● de objetos, entre ellos un cuerno de caza de marfil tallado del siglo XVI procedente de Sierra Leona y 72 “excéntricos de pedernal”. Esta cifra supera a la del Louvre, que cuenta con unos 490.000 objetos en su propia base de datos online.
Todo objeto es importante Pero al igual que otras galerías, el Museo Británico tiene un problema: pueden entrar cosas nuevas en cualquier momento, pero nunca pueden salir.
Aunque gran parte de lo que almacena el Museo Británico no tiene un gran valor económico –incluso las gemas robadas de sus bóvedas se ofrecían por menos de 100 libras cada una en eBay–, existen restricciones legales a la venta de objetos en fideicomiso, y la mayoría de los conservadores son muy reacios a deshacerse incluso de objetos menores: un informe lo describía como un “tabú” en la profesión.
Uno de los motivos de su reticencia es que, a medida que evoluciona la tecnología de escaneado y datación, se puede obtener más información de objetos que antes parecían carecer de valor. “Sé que puede parecer una locura que tengamos todas estas cosas y que Marie Kondo diría que nos deshagamos de ellas, pero tiene su lógica. Es una postura conservadora, pero no insensata”, afirma Beard.
El museo se está preparando para recaudar fondos para un programa de reconstrucción que podría costar 1.000 millones de libras, y los robos lo ponen bajo más presión. Tiene que trasladar muchos objetos a un nuevo almacén en Berkshire, y debe volver a demostrar que es un custodio seguro. El museo recibe 4,5 millones de visitantes al año, pero como la entrada es gratuita, depende mucho de la financiación del Gobierno, que el año pasado ascendió a un total de 68 millones de libras.
Hicks afirma que no debería renunciar a tener un archivo enorme, sino catalogarlo mejor y abrirlo al público. Cita el caso de la Biblioteca Británica, antes parte del Museo Británico, que ha puesto a disposición del público el 90% de su colección de 160 millones de libros. “Al menos la mitad del papel de los museos debe consistir en poner los objetos a disposición del público para que éste teja sus propias historias”, afirma.
La idea de que los museos deben volver a centrarse en lo que guardan en archivos no convence a todo el mundo. “La custodia es fundamental, pero los museos británicos son líderes mundiales en interpretación, conservación y exposiciones”, afirma Tristram Hunt, director del Victoria and Albert Museum. “Estaríamos locos si permitiéramos que este momento nos distrajera de ello”.
Mientras tanto, el hecho de que los hurtos en el Museo Británico pudieran pasar desapercibidos durante tanto tiempo plantea una pregunta alarmante: ¿cuánto se está robando desapercibidamente de otros?
Marinello afirma que los museos suelen ser reacios a admitir los robos cometidos por el personal porque ahuyentan a posibles donantes y socavan la fe en la institución: “Hay muchos delitos de los que nunca nos enteramos. Alguien tiene que enfrentarse a todos ellos y preguntar: ‘¿Qué se han llevado de tu museo?”.
El Museo Británico cuenta con ocho millones de artículos; solamente el 1 % están expuestos y sólo algo más de la mitad están
El salario medio de los conservadores de los museos de Reino Unido es de 38.500 libras
La magnitud de la colección del Museo Británico hace difícil registrar lo que tiene con exactitud