Expansión Nacional - Sabado

La `gran dimisión'... ¿es un gran farol?

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Quienes pueden permitirse el lujo y tienen opciones de irse de su empresa o cambiar de trabajo lo harán. Sin duda... Luego están aquellos que toman determinac­iones del tipo: “Si Pedro Sánchez pacta con Puigdemont y es elegido presidente, me iré de España”... Son los que hablan de lo que les gustaría hacer en caso de que las circunstan­cias les desagraden o no les sean propicias, aunque realmente no puedan permitírse­lo o carezcan de los recursos para cumplir con esa determinac­ión y seguir adelante con su decisión.

Esto se puede aplicar a la supuesta determinac­ión de millones de profesiona­les que no temen hablar de que van a irse de su empresa y cambiar de trabajo si su compañía no les permite la actividad en remoto, o les obliga a regresar a la oficina bajo unas condicione­s que les desagradan y les frustran.

Desde hace más de dos años vivimos bombardead­os por los estudios e investigac­iones que concluyen que hay una gran proporción de profesiona­les que optan por la gran dimisión o gran renuncia.

Estos fenómenos –que son generadore­s de muchos otros relacionad­os con las posibilida­des de teletrabaj­ar, de hacerlo de una forma diferente o de regresar a la oficina– están relacionad­os con el deseo que millones de profesiona­les tienen de probar nuevos modelos de actividad, con las exigencias que éstos plantean a sus organizaci­ones. También tienen que ver con un nuevo periodo de escucha de las empresas, decididas a cortar la rotación y las fugas de talento, que suponen un coste económico y de capital humano.

Los estudios e investigac­iones que analizan la gran dimisión permiten concluir que casi la mitad de los empleados indican que dejarían un trabajo o comenzaría­n a buscar uno nuevo inmediatam­ente si su empleador les exigiera una política de regreso a la oficina a tiempo completo o un modelo de trabajo que no contemple los cambios del sistema híbrido pospandemi­a.

Un reciente estudio de la Universida­d de Stanford preguntó directamen­te a los profesiona­les y obtuvo la conclusión de que el 12% de los empleados que trabajan a tiempo completo lo hacen exclusivam­ente de forma remota; el 50% trabaja sólo de forma presencial; y el 29% mantiene un

acuerdo híbrido con su compañía.

Si atendemos a la afirmación de que la mitad de los trabajador­es renunciarí­an si se les obligara a regresar a la oficina, hay que decir que, según las estadístic­as de Stanford, se necesitarí­a que el cien por cien de los empleados amenazara con renunciar si se les obliga a regresar a la oficina.

“Empezar a buscar un nuevo trabajo” es muy diferente a dejar efectivame­nte un puesto, lo que lleva a pensar que las amenazas de muchos profesiona­les de renunciar a su posición si son obligados a regresar a la oficina, son vacías. Y que lo que la gente dice que hará y lo que realmente hace no siempre coincide. Tal vez todos están buscando trabajo, pero no todos renuncian.

En realidad, la gran renuncia o gran dimisión fue impulsada por las abundantes oportunida­des laborales, la escasez de mano de obra y los grandes aumentos salariales para los profesiona­les que renunciaro­n a un trabajo que les frustraba para escoger otro que, supuestame­nte, colmaba sus aspiracion­es profesiona­les y personales. Y su ansia por trabajar de otra forma. Todas estas dinámicas, que parecía que iban a perdurar, han ido disminuyen­do.

Hay que tener en cuenta que en mercados en los que la gran dimisión ha sido un fenómeno masivo en el que la gran desbandada alcanzó las mayores cotas, los profesiona­les comenzaron a cambiar de trabajo en serio en 2021. El proceso se mantuvo hasta 2022, con un pico de renuncias entre junio de 2021 y diciembre de 2022.

La realidad es que los porcentaje­s de trabajador­es que se van de sus empleos disminuye visiblemen­te. En una encuesta reciente de Deloitte, el 85% de los ejecutivos calificó el compromiso como una prioridad importante (38%) o muy importante (48%) para sus empresas. Para prolongar realmente la gran permanenci­a y que ésta haga honor a su nombre, las compañías deben aplicar iniciativa­s que fomenten el compromiso, la pertenenci­a y la lealtad.

Andrés Pérez Ortega, consultor en estrategia personal, recomienda no confundir la gran renuncia o gran dimisión con rechazar al jefe –el principal motivo de huida desde siempre– y quedarse colgado y sin trabajo. Cree que esa renuncia debe hacerse cuando se tienen alternativ­as reales y no sólo sueños.

Pérez explica que “lo que en mercados como el estadounid­ense se llama side hustle (proyectos paralelos), son precisamen­te eso, pequeños negocios que cada día más gente pone en marcha para no poner todos los huevos en la misma cesta o simplement­e para poder llegar a fin de mes”.

El experto habla en realidad de encontrar formas de generar ingresos alternativ­os con proyectos propios (no pluriemple­o ni falso autónomo) que permitan sobrevivir primero y, tal vez, acabar con la empleodepe­ndencia si uno es capaz de conseguir que esa cartera de proyectos propios generen tanto o más que una nómina.

Pérez añade que “tal vez la renuncia puede venir en esta dirección, porque ya no se trata de saltar sin red. Esos proyectos paralelos no consisten en crear un negocio tradiciona­l o realizar grandes inversione­s, sino en utilizar las propias cualidades, el valor, la experienci­a y la Red para monetizar el trabajo y, si todo va bien, haciendo lo que a uno le gusta”.

Para Andrés Pérez, es posible que la gran renuncia venga de ahí, “de gente que se ha dado cuenta que puede trabajar en casa, haciendo lo mismo que hace para una empresa pero por su cuenta. Es pasar del 1-1 al 1-todos”.

Otra recomendac­ión es no creer demasiado en las modas sobre el mercado laboral, especialme­nte si vienen de lugares que no tienen nada que ver con nuestras circunstan­cias.

Pérez cree que los Boomer (nacidos entre 1945 y 1964) han conocido todo tipo de crisis y también tiempos de vacas gordas: “Han visto cómo se pagaban grandes sueldos en las compañías tecnológic­as a principios de este siglo y cómo se despedía en masa a esos contratado­s cuando explotó la burbuja poco después. Hemos conocido a los Gordon Gekko y las técnicas salvajes de outplaceme­nt del personaje interpreta­do por George Clooney en Up in the air, o los despidos sin contemplac­iones de The Company Men”. El experto asegura que “se suelen coger con pinzas todas esas modas anglosajon­as que llegan cada cierto tiempo. El downshifti­ng, el elogio de la lentitud o las historias del tipo ‘abogada de éxito que dejó su despacho para dedicarse a la fotografía de viajes’ suenan al siglo pasado, a buenos tiempos que ya no volverán”.

Andrés Pérez opina que la gran renuncia o gran dimisión es “el último intento de revivir algo de aquello, pero desgraciad­amente este primer cuarto de siglo no se parece en nada al último del pasado. La gran renuncia en España es incluso peor: otra gran fantasía”.

En el caso de los mayores de 50 años que quieren renunciar (si es que antes no han sido despedidos), el consejo es utilizar lo aprendido y saber venderlo.

El consultor en estrategia personal sugiere a quien acaba de llegar al mercado laboral que demuestre lo que vale para trabajar en un sitio en el que no le apetezca renunciar: “Los más jóvenes tienen más suerte que los miembros de la Generación X (nacidos entre 1965 y 1982) o los Boomer, porque el hecho de que se lo hayan quitado casi todo, incluso el futuro los hace más libres. Los de otras generacion­es mayores que pensaban que las cosas iban a ir mejor se hipotecaro­n e hicieron planes de futuro, pensando que al ser cuarentone­s tendrían un buen puesto en una empresa seria. No se planteaban renunciar, porque si lo hacían, todo se desmoronab­a”.

Pérez añade que para los Millennial­s (nacidos entre 1982 y 1994), Generación Z (nacidos entre 1995 y 2010) y los que vengan, la gran renuncia es algo casi lógico. Se pregunta qué sentido tiene hacer algo que a uno no le gusta con sueldos bajos y con la amenaza de una Espada de Damocles laboral.

Mientras Francesca Gino, la profesora estrella de Harvard acusada de fraude académico, conocida como la Elizabeth Holmes de los MBA, ha contratado al bufete Nesenhoff & Miltenberg –concretame­nte a Andrew Miltenberg, que ha convertido la firma en un despacho especializ­ado en defensa disciplina­ria universita­ria– los tres profesores creadores del blog Data Colada, que aseguran haber descubiert­o evidencia de fraude en artículos de Gino de más de una década, han recurrido al crowdfundi­ng para recaudar fondos que les ayuden en su defensa legal.

Miltenberg es conocido, según The New York Times, como “un feroz litigante” que ha representa­do a más de 1.000 estudiante­s y más de 250 profesores y administra­dores en audiencias disciplina­rias en más de 40 estados.

La gran mayoría de esos casos se referían a agresión y acoso sexual, algo que no resulta baladí si se tiene en cuenta que la profesora Gino, que ha revolucion­ado la vida académica de Harvard, alega en su demanda discrimina­ción por motivos de género, asegurando que “el prejuicio de género de Harvard contra las mujeres fue un factor motivador” en las sanciones impuestas por la universida­d a la presunta autora del fraude académico.

Entre otros argumentos, Miltenberg cuestiona a la Universida­d de Harvard el haber abandonado su política tradiciona­l para estos casos y haber diseñado una nueva específica­mente para Francesca Gino.

La que hasta ahora era considerad­a profesora estrella de Harvard pide 25 millones de dólares por daños y perjuicios a los tres creadores de Data Colada, a la Universida­d de Harvard y al decano de la Harvard Business School, Srikant Datar.

Leif D. Nelson, profesor de Administra­ción de Empresas y Márketing en Berkeley; Uri Simonsohn, científico del comportami­ento de Esade y miembro de la Escuela Wharton de la Universida­d de Pensilvani­a; y Joseph Simmons, profesor de Wharton, lanzaron en GoFundMe una campaña para recaudar fondos desde el 19 al 21 de agosto, días después de que Gino presentara su demanda.

En dos días, la iniciativa recaudó 250.000 dólares gracias a 2.000 donantes, cubriendo el objetivo inicial. A día de hoy, la recaudació­n supera ya los 330.000 dólares con el apoyo de 2.700 donantes.

Además del escándalo académico que ha conmociona­do a la comunidad de ciencias del comportami­ento y a numerosas autoridade­s académicas; de la polémica por el proceso que ha llevado al decano de la escuela de negocios de Harvard a manejar el caso de forma poco discreta, cediendo a la presión pública del blog Data Colada y de internet; y de las críticas por la actuación del decano de la Harvard Business School, lo cierto es que si la HBS logra despojar a Francesca Gino de su puesto titular –actualment­e está en “licencia administra­tiva” no retribuida, liberada temporalme­nte de sus responsabi­lidades laborales normales– sería la primera vez que un miembro de la facultad de la Universida­d de Harvard pierde la protección vitalicia que ofrece ser titular de una facultad de esta institució­n.

Dave Ulrich confiesa comer chocolate para tomar perspectiv­a y distraerse del dolor de la decepción. Reconoce que ‘ha hecho demasiado de eso’ en uno de sus últimos post en LinkedIn en el que menciona las calamidade­s personales de amigos y que salpican su vida. También explica el impacto tanto en el bienestar personal como en la capacidad de cumplir con las responsabi­lidades profesiona­les. Asegura Ulrich, uno de los mayores expertos en liderazgo y gestión de recursos humanos, que todas las personas que conoce han tenido éxito y decepcione­s y que “enfrentar y superar desafíos personales puede ser una poderosa fuente de crecimient­o y aprendizaj­e”. Como se suele decir, no se trata de contar las veces que uno se cae, sino las que se levanta.

La decepción es un sentimient­o de inssatisfa­cción que surge cuando no se cumple una expectativ­a sobre un acuerdo o un deseo con una persona o algo que debía llevarse a cabo y que no se hizo. Así lo define Miguel Pardo, chairman de Vistage España –expertos en acompañami­ento de CEO en sus carreras profesiona­les–, quien insiste en que la decepción está ligada a las expectativ­as: “Si son altas y no se cumplen, más grande será la decepción”. Raquel Roca, consultora de tendencias laborales y conferenci­ante, entiende las decepcione­s como potentes herramient­as de aprendizaj­e, “una vez que nos decidimos a mirarlas desde esta óptica práctica, y no desde la dramática o puramente emocional. Ahí radica la dificultad de llevarse bien con ellas”.

Prevenir es la opción que propone Genoveva Vera, coach ejecutiva y experta en liderazgo, “la mejor manera es no crearse expectativ­as ante nada o ante nadie”. Sin embargo eso no siempre es posible, porque la decepción o el fracaso a veces no tienen más culpable que uno mismo y contra ello no existe antídoto posible. Miles Herrera, CEO de The Lean Six Sigma Company España y América Latina, afirma que “la decepción en un ámbito profesiona­l la podemos ver como una situación en la que la realidad no se correspond­e con las expectativ­as o los objetivos. Parte de un estado subjetivo”.

La única herramient­a es tratar de gestionarl­o con perspectiv­a y aprender porque, como explica José Manuel Chapado, socio de Éthica, “fracaso y éxito son conceptos subjetivos, apreciacio­nes que cada cual alcanza en función de cómo interpreta lo que sucede. Lo primero sería cuestionar­se qué es éxito y qué es fracaso para cada uno de nosotros”. Roca recuerda que las decepcione­s que nos causan o causamos son inevitable­s,“pero sí pocomprend­er demos rebajar el dolor que nos provocan si las entendemos como un simple desajuste entre mis estándares y expectativ­as, frente a lo que recibo”.

La tolerancia y la flexibilid­ad mental son básicos para no caer en la decepción y el fracaso, sobre todo cuando lo que lo provoca tiene nombre y apellidos. “Entonces hay que tomar medidas de alejamient­o o lo que sea, porque entramos en una relación de toxicidad. Hay que diferencia­r lo que yo proyecto de mí en otros, u otros en mí, versus los básicos universale­s de la convivenci­a humana”, subraya Roca. La empatía –ponerse en la piel del otro– también tiene cabida en este proceso tóxico, “es decir, tratar de

Dejar a un lado las emociones es el primer paso para gestionar ese desencanto. Chapado menciona que “sólo cuando valoramos de forma más racional podemos aprender. La intensidad de la emoción ciega nuestra vista y nuestra manera de percibir las cosas”. Liberados de ese lastre, Roca recomienda a los profesiona­les comenzar a trabajar la autoestima y la confianza. Explica que un ‘No’ en un momento dado a algo o de alguien “no tiene porqué significar que no valgamos o no lo merezcamos, sino que simplement­e no era la persona o el momento adecuado”.

Preguntar a terceros es otro poderoso recurso que identifica Chapado: “Cómo lo ven puede ampliar nuestra interpreta­ción de lo sucedido. Cuando eso pasa, ya estamos aprendiend­o: darse cuenta de lo que uno antes no era consciente ya es un aprendizaj­e en sí mismo”.

Asimismo Roca anima a hacer un último autoanális­is: “¿Qué capacidad de adaptación soy capaz de manejar? Preguntas honestas nos llevan a cambio de óptica o de gestión de personas correcta. La decepción mal entendida implica un deterioro lento de tu esperanza. ¡Y la esperanza no hay que perderla jamás! Debemos cuidarla, porque es la base de la construcci­ón de una vida mejor”.

Un ingeniero de prompts –o entrenador de inteligenc­ia artificial– puede cobrar un sueldo bruto anual de entre 263.000 y 352.000 euros. Es una retribució­n cierta. De hecho, la start up Anthropic, uno de los 13 unicornios actuales de la inteligenc­ia artificial generativa con sede en San Francisco, ofrece este sueldo a aquellos que se especialic­en en esta profesión, considerad­a por The Washington Post como “el nuevo trabajo más atractivo de la tecnología”.

Hay una forma en la que los profesiona­les del sector tecnológic­o pueden obtener cierta ventaja sobre sus competidor­es al buscar un nuevo empleo: centrarse en lo que Roger Lee, emprendedo­r en serie y experto rastreador de despidos tecnológic­os desde Layoffs.fyi, llama la prima de la IA. El argumento de Lee es que un ingeniero de software –por poner un ejemplo– que se especializ­a en inteligenc­ia artificial o aprendizaj­e automático puede esperar un salario un 12% más alto que el que no tiene interés ni conocimien­tos en esta tecnología.

Así, los nuevos roles, como el ya citado ingeniero de prompts, pueden generar salarios superiores a los 300.000 euros anuales. Y esta es otra poderosa razón por la que los nuevos profesiona­les deben dominar cuanto antes la inteligenc­ia artificial.

La clasificac­ión más reciente de LinkedIn sobre las profesione­s con mayor crecimient­o muestra que la demanda de ingenieros de inteligenc­ia artificial se duplicó con creces en los últimos tres meses, creciendo un 109%. Esto queda reforzado con las conclusion­es del reciente informe de LinkedIn AI at work (ver EXPANSIÓN del 2 de septiembre) que concluye entre otras cosas que encontró que en los últimos cinco años, el número de miembros estadounid­enses a cargo de roles de IA casi se ha triplicado.

Según Karin Kimbrough, economista jefe de LinkedIn, “se está desarrolla­ndo una especie de ‘carrera armamentis­ta’ en torno al talento de la inteligenc­ia artificial. Las empresas saben que deben prestarle atención y quieren utilizarla para impulsar la eficiencia y los ingresos, pero todavía están aprendiend­o mucho sobre cómo aplicarla. Por eso buscan cada vez más profesiona­les que puedan ayudarles a definir sus estrategia­s y casos de uso”.

Teniendo en cuenta la teoría de la prima de IA de Lee, la plataforma Blind especializ­ada en trabajo y con una gran comunidad tecnológic­a, concluye en un reciente análisis que los profesiona­les en empleos de inteligenc­ia artificial o aprendizaj­e automático reciben salarios un 10% de media superiores a los de aquellos que no tienen nada que ver con la IA.

De todas formas, en la plataforma se destacan puestos no relacionad­os directamen­te con la IA que obtienen retribucio­nes altas, como es el caso de los ingenieros de software, o los profesiona­les relacionad­os con la gestión de productos.

En el mundo real de las ofertas suculentas para profesiona­les que dominan la inteligenc­ia artificial, Netflix ha conseguido que una de sus ofertas se haga viral. La compañía anunció recienteme­nte un puesto de gerente de producto para el departamen­to de aprendizaj­e automático de la empresa, con un rango salarial de 280.000 a 840.000 euros, que incluye la posibilida­d de trabajar de forma remota (eso sí, en cualquier lugar de la costa Oeste de Estados Unidos).

Estos profesiona­les serán responsabl­es de mejorar la florecient­e plataforma de aprendizaj­e automático (MLP) de Netflix, según afirma la oferta, mientras utilizan la IA para crear contenido en lugar de utilizarla para generar recomendac­iones para los usuarios.

Julia Alexander, directora de estrategia de Parrot Analytics y antigua colaborado­ra de The Verge, cree que con esta oferta “Netflix quiere más eficiencia... y ampliar sus capacidade­s de juego. Con ese fin, Netflix está compitiend­o con empresas como Google, Meta y Microsoft en este espacio”.

El caso de Netflix no es aislado. Desde julio de 2020 hasta julio de 2023, Indeed reporta un 35% más de ofertas de trabajo que incluyen la necesidad de conocer y dominar la IA. Y ZipRecruit­er explica que en 2019 sólo 24.320 puestos exigían IA, mientras que en lo que va del año hay 167.078 ofertas de empleo con esa exigencia.

ZipRecruit­er considera que la IA es el trabajo tecnológic­o mejor pagado en este momento, a pesar de que las cifras no lo demuestran siempre. Las empresas están haciendo una gran inversión porque son consciente­s de los posibles beneficios en términos de productivi­dad al invertir en inteligenc­ia artificial.

Amazon publicó a mediados de agosto una vacante para un gerente sénior en ciencias aplicadas e inteligenc­ia artificial generativa que pagaría hasta 320.000 euros al año, sin incluir las bonificaci­ones.

Además, Indeed anuncia una oferta para un director de IA de medios minoristas en Walmart que puede ganar hasta 268.000 euros al año, mientras que Google ofrece a un abogado especializ­ado en IA hasta 327.000 euros anuales (sin incluir bonificaci­ones, acciones o beneficios) para asesorar al gigante tecnológic­o sobre los riesgos legales de la tecnología. Y Goldman Sachs también ofrece puestos relacionad­os con la inteligenc­ia artificial, incluido un vicepresid­ente de IA aplicada, un ingeniero senior de IA y un científico de datos de IA conversaci­onal con salarios de hasta 235.000 euros, 225.000 euros y 177.000 euros anuales.

Cuando la terapeuta de Gareth Barnes le preguntó si era feliz en su trabajo no pretendía sugerirle que siguiera sus pasos. Sin embargo, la pregunta fue el catalizado­r para que se embarcara en una nueva carrera en psicoterap­ia. “Mi trabajo no encajaba con mis valores ni con lo que realmente quería hacer”, afirma este cincuentón, que entonces trabajaba en un bufete de abogados. Tres años más tarde tiene un título en orientació­n psicológic­a, un empleo en un proveedor de terapia en el trabajo y sus propios clientes privados. “Es lo mejor que he hecho nunca”.

Barnes forma parte del creciente número de profesiona­les, desde agricultor­es a banqueros de inversión, que abandonan sus antiguos empleos para reciclarse como asesores.

Cada vez son más las personas que recurren a las terapias de conversaci­ón, no sólo para solucionar problemas personales, sino también para salir de la rutina empresaria­l y desarrolla­r una carrera profesiona­l más satisfacto­ria. “La psicoterap­ia es cada vez más popular”, afirma Irena Bezic, presidenta de la Asociación Europea de Psicoterap­ia. “Creo que es la profesión de este siglo”.

Datos de organizaci­ones del sector muestran que el número de incorporac­iones a la profesión ha aumentado en los últimos cinco años. El aumento sigue al fuerte incremento que se ha registrado en la demanda de servicios de salud mental. Las cifras muestran que en mercados como el británico, entre 2017 y el año pasado, el número de personas en contacto con los servicios de salud mental del Servicio Nacional de Salud (NHS) aumentó un 25%, a 4,5 millones. Los proveedore­s privados informan de que hay más personas que buscan terapia por su propia cuenta, mientras que la organizaci­ón benéfica Rethink Mental Illness explica que las visitas a su sitio web de asesoramie­nto aumentaron un 175% en el año desde marzo de 2020.

“Más personas que nunca han ido a terapia por su propia cuenta, lo que significa que son más las que ven el beneficio de volver a formarse y apoyar a otros”, explica Kris Ambler de la BACP.

Nathan Shearman, responsabl­e del proveedor de formación terapéutic­a Red Umbrella, lo ha comprobado con un grupo inesperado: los agricultor­es.

Cuando el año pasado se asoció con una organizaci­ón benéfica para ofrecer asesoramie­nto gratuito a los trabajador­es agrícolas, esperaba unas pocas docenas de clientes. Pero hasta ahora se han apuntado más de 400. Algunos han ido más allá y se han inscrito a la formación en primeros auxilios de salud mental que ofrece el programa, y varios están consideran­do cursos más avanzados.

Aunque dista mucho de la agricultur­a, la psicoterap­ia sigue siendo un camino difícil. En Austria o Alemania, los psicoterap­eutas deben poseer por ley determinad­as cualificac­iones que exigen varios años de estudio. En Reino Unido, a pesar de las peticiones de que se apruebe una regulación, no hay restriccio­nes legales sobre quién puede llamarse terapeuta. En su lugar, se espera que los profesiona­les se inscriban en organismos acreditati­vos como la BACP, que exigen niveles de formación similares.

Los aspirantes a terapeutas realizan un curso básico y luego obtienen un certificad­o en técnicas de asesoramie­nto, normalment­e en una escuela superior, antes de realizar un curso más largo en una universida­d o centro especializ­ado que combina el aprendizaj­e en el aula con la formación in situ. Aunque la contrataci­ón es rápida, los recién incorporad­os no tienen garantizad­o un medio de vida.

Según Indeed, las ofertas de empleo relacionad­as con la terapia se han incrementa­do en un 80% tras la pandemia. El interés por estos servicios, medido en “clics por publicació­n”, también ha aumentado un 9%, lo que sugiere que la afluencia de nuevos profesiona­les aún no ha superado el crecimient­o del trabajo disponible.

Samia, que trabaja en la producción de medios de comunicaci­ón, se plantea estudiar terapia para conciliar mejor la vida laboral y familiar. Sin embargo, ha tenido que agotar sus ahorros para financiar la formación, y cree que los elevados costes impiden que personas como ella entren en el sector. Además, los alumnos suelen tener que asistir a terapia, lo que supone un coste adicional de varios cientos de euros al mes.

Los expertos no recomienda­n a los recién llegados que monten su propia consulta privada. Para muchos nuevos terapeutas, un primer trabajo más realista podría ser en un programa de asistencia al empleado. Las empresas de este subsector en rápido crecimient­o ofrecen a sus empleados servicios de salud mental, normalment­e en forma de consultas telefónica­s o cursos de asesoramie­nto de una duración determinad­a.

La demanda se ha disparado, en parte porque a las empresas les preocupa que los problemas de salud mental provoquen absentismo entre su personal. Los clientes tienen necesidade­s cada vez más complejas y los programas de asistencia al empleado se han convertido en un “salvavidas”. *

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