Aida, patrimonio del Teatro Real
Programa una versión actualizada de una producción de Hugo de Ana que se estrenó en 1998.
La espectacular producción de Aida concebida por Hugo de Ana para la inauguración de la segunda temporada del nuevo Teatro Real, en octubre de 1998, forma parte de la historia de la ópera, un patrimonio que como obra de arte hay que lucir. Este es el objetivo que explica por qué la dirección del espacio escénico ha decidido volver a programarla. Este regreso, que podrá verse en 19 funciones que se ofrecerán del 24 de octubre al 14 de noviembre, es un “merecido autohomenaje del Teatro Real”, explica Joan Matabosch, ya que fue “uno de los espectáculos emblemáticos de las primeras temporadas de aquel recinto recién reconvertido en teatro de ópera”.
Tras ese exitoso estreno, su director de escena, Hugo de Ana, la readaptó y la volvió a llevar a escena en 2018. “Es imprescindible disponer de una producción de repertorio de un título como Aida, sobre todo cuando en su día se hizo el esfuerzo de dotarse de una de las puestas en escena más espectaculares que existen de la ópera de Verdi”, explica el director artístico del Teatro Real, que habla también así de la necesidad de rentabilizar los costosos espectáculos que se programan, algo que hacen todos los teatros del mundo. “La puesta en escena de Sonja Frisell de Aida para el Metropolitan de Nueva York, que se estrenó hace treinta y cuatro años, se ha repuesto en más de diecisiete temporadas. Nuestra Aida se estrenó hace veinticuatro años y la hemos repuesto, incomprensiblemente, en dos únicas ocasiones. Es una anomalía que corregiremos parcialmente esta temporada. Conscientes de que, de la misma manera que los teatros deben tener un discurso artístico que mire al futuro con decisión y valentía, también es crucial tomar conciencia de nuestros orígenes, saber de dónde venimos. Y esta monumental y bellísima Aida patrimonial del Teatro Real lo deja muy claro”.
Es el mismo argumento que utiliza Hugo de Ana, su director de escena, para volver a Madrid. “Verdi fue el primero en demostrar que para ser moderno y novedoso había que mirar a lo antiguo. Esta producción es patrimonio del Teatro Real y es necesario que su público disfrute de ella en diferentes épocas de su historia. Pero la ópera es una materia viva y por eso la producción necesita reformarse y readaptarse”, explica De Ana sobre la Aida que tendremos la oportunidad de volver a ver. “En estos 25 años ha cambiado la luz del teatro, la maquinaria, los miembros del coro y, por supuesto, también los cantantes. Es una Aida distinta, pero que bebe de sus orígenes y que se nutre del espíritu de Verdi”, afirma el director de escena argentino.
Es precisamente la espiritualidad con las que dotaba el compositor italiano a todas sus óperas lo que destaca De Ana de su puesta en escena y de la necesidad de ser muy exigente en el desempeño de todos y cada uno de los papeles, también de aquellos que trabajan entre bambalinas. “Sé que es agotador, pero a mi equipo le exijo que deje sobre el escenario –más de trescientos artistas en esta superproducción– una parte de sí misma porque nuestra obligación es crear un ambiente íntimo que permita al público entrar en ese pasado que inspiró a Verdi”. La ópera, que se estrenó en El Cairo en 1871, narra la historia de Aida, una princesa etíope, capturada y llevada a Egipto como esclava. Allí, se enamora de ella Radamés, que vivirá una lucha interna
“Es crucial tomar conciencia de nuestros orígenes y saber de dónde venimos; esta Aida lo deja muy claro”
entre su amor por ella y su lealtad al Faraón. Para complicar aún más la trama, la hija de este, Amneris, está enamorada de él. “Lo que nos cuenta Aida es que el amor es más poderoso que el odio entre los pueblos, que el conflicto entre convicciones religiosas incompatibles, que las diferencias sociales e incluso que las traiciones. El amor entre Aida y Radamés es tan sólido como el muro que impide su consumación. Es un drama íntimo sobre un amor sacrificado a los intereses del poder, desarrollado en un contexto que evoca el esplendor de una civilización de la que se estaba descubriendo un legado indescifrable, supersticioso, ritual y espectacular –cuando la concibió Verdi era la época en la que empezaban las grandes excavaciones en Egipto–. La grandeza de Verdi consiste en no integrar los dos planos individual y colectivo de la obra, sino en simplemente superponerlos. Más allá de esas escenas de masas tan fáciles de caricaturizar, hay que insistir que esta es una obra que expresa, ante todo, el amor, los celos, la nostalgia y la humillación de unos personajes encerrados en alcobas, en parajes clandestinos, en la oscuridad de la noche o entre las piedras de la propia tumba. En los claroscuros de esos espacios íntimos reside la auténtica grandeza de esta obra portentosa”, concluye Matabosch. Vayan a verla, aunque ya lo hicieran en 1998 o en 2018 –repite en esta tercera reposición y como director de la orquesta Nicola Luisotti, protagonista también de la segunda– porque ni el patrimonio que nos legó Verdi ni Aida tienen fecha de caducidad.
Almudena Grandes quiso imaginar en su última novela un futuro que podía suceder en un país como España, sorprendido por la pandemia, y analizar los peligros que veía en el presente, un “episodio del futuro y no del pasado” al que dedicó sus últimos meses de vida. Su viudo, Luis García Montero, ha sido el encargado de terminar una novela póstuma que publica Tusquets bajo el título de Todo va a mejorar.
“La ópera es una materia viva y por eso la producción necesita reformarse y readaptarse”