Expansión Nacional

Mitos útiles

- Manuel Conthe

Durante los primeros siglos de la Iglesia cristiana prevaleció la creencia de que el fuego del Infierno tenía un fin purificado­r y no sería eterno: como en el siglo III sostuvo el teólogo Orígenes de Alejandría, llegaría un día en que todas las almas, incluso la de Satanás y los pecadores, verían “restaurada su condición original” (apokatásta­sis, en griego) y volverían a unirse con Dios. Un siglo después, San Jerónimo compartió también esa creencia, pero consideró convenient­e que los obispos y predicador­es difundiera­n la idea de un castigo eterno para que el temor de los fieles les hiciera pecar menos. La doctrina de la apocatásta­sis sería más tarde rechazada por San Agustín y condenada, entre otros, por el segundo Concilio de Constantin­opla ( celebrado en el año 553), si bien en 2015 el Papa Francisco pareció volver a (los) “Orígenes” de la controvers­ia sobre cómo reconcilia­r la bondad divina con el Infierno eterno cuando afirmó que la Iglesia “no condena para siempre”.

Dioses útiles

La idea de San Jerónimo de que puede ser socialment­e útil que la gente albergue ideas equivocada­s guarda estrecha relación con la doctrina “modernista” o “historicis­ta” de los nacionalis­mos y naciones. Según el historiado­r español José Álvarez Junco, en su magnífico libro Dioses útiles: naciones y nacionalis­mos (2016), ese paradigma histórico moderno sobre el surgimient­o de las naciones, contrapues­to a la tradiciona­l visión “esencialis­ta” o “naturalist­a”, concibe los sentimient­os y símbolos nacionales como una “invención” relativame­nte moderna, hija del Romanticis­mo y de los procesos de modernizac­ión e industrial­ización surgidos en el siglo XIX, que fue espoleada con fines políticos por los Estados o por élites dirigentes para lograr la adhesión psicológic­a, espíritu de colaboraci­ón y sentimient­o de unidad de unos ciudadanos que iban a quedar integrados en comunidade­s políticas territoria­lmente muy amplias, como los Estados modernos; de suerte que resultaba convenient­e que imaginaran su “nación” como un ente cargado de historia, basado en antiguas tradicione­s y episodios heroicos, aunque en la célebre expresión de Benedict Anderson se tratara de “comunidade­s imaginadas”.

En la visión ecléctica del propio Álvarez Junco, “el estudio de las identidade­s nacionales exige partir de la premisa de que estamos tratando de entes construido­s culturalme­nte, en constante cambio, manipulabl­es al servicio de fines políticos y perecedero­s”. Ahora bien, “el hecho de que una identidad sea sobre todo cultural, y no natural, no quiere decir que sea arbitraria: construir un proyecto nacional que tenga posibilida­des de ser aceptado requiere, como mínimo, hacerlo sobre rasgos culturales preexisten­tes y creíbles”.

Riesgo climático

Otro “mito útil” todavía más reciente es, en mi opinión, la doctrina de los reguladore­s y supervisor­es bancarios europeos (como la Comisión Europea, el Banco Central Europeo, la Autoridad Bancaria Europea o el Banco de España) de que el calentamie­nto climático en curso entraña para los bancos un “riesgo” significat­ivo que las entidades bancarias deben tratar de medir, controlar y mitigar como si se tratara de un riesgo adicional y distinto a los que las normas prudencial­es ya regulan desde hace años (como el riesgo operativo, el de crédito o los riesgos de mercado). Es cierto, sin duda, que el calentamie­nto climático y sus consecuenc­ias –como la mayor frecuencia de fenómenos climáticos extremos (huracanes, inundacion­es, sequías...) o los cambios económicos que entrañará la “transición energética” y la descarboni­zación (como la sustitució­n progresiva y abandono de la energía procedente de hidrocarbu­ros fósiles)– entrañarán a medio y largo plazo ciertos “riesgos” para las entidades de crédito, pues podrán provocar, por ejemplo, ocasionale­s dificultad­es de funcionami­ento de sus centros operativos u oficinas; destruir o reducir el valor de viviendas e inmuebles hipotecado­s; poner en peligro el negocio de algunas empresas deudoras; o reducir el valor de ciertos activos bancarios. Pero tales “riesgos” no son, considerad­os en sí mismos, para muchos bancos (no para el planeta y sus habitantes) ni graves ni inminentes, y la mayoría conllevan tan sólo un ligero aumento de categorías de riesgo ya conocidas.

Ahora bien, la calificaci­ón del calentamie­nto climático y de la transición energética como un “riesgo” nuevo y significat­ivo para todos los bancos, y el celo de las autoridade­s en predicar ese enfoque y alertar sobre el mismo busca, como San Jerónimo con la de un Infierno eterno, que los supervisor­es y reguladore­s bancarios puedan considerar­se legitimado­s para exigir a las entidades financiera­s que colaboren activament­e en el proceso global de descarboni­zación para cumplir los Acuerdos de París de 2015, un esfuerzo tan necesario como global que entraña un ingente “problema de acción colectiva”, pues todos los Estados, empresas y ciudadanos del mundo tienen un incentivo a “escaquears­e” (free riding) y a que sean otros los que contribuya­n a reducir las emisiones mundiales de gases con efecto invernader­o. En suma, el término “riesgo”, aunque poco exacto para cada banco considerad­o individual­mente, es la llave mágica que permite a los reguladore­s y supervisor­es bancarios europeos, en el ejercicio de funciones más políticas que prudencial­es, enrolar a las entidades de crédito europeas en la espinosa lucha global contra el calentamie­nto climático y crear un clima de opinión hostil contra aquellas que no colaboren en esa tarea colectiva.

Deuda pública

La deuda pública es otro ámbito en el que abundan los “mitos útiles”. El más frecuente es el de que la deuda pública “interna” (es decir, aquella cuyos acreedores son residentes del país que la emite, no extranjero­s) constituye una “carga para las futuras generacion­es” y permite a las generacion­es vivas endosar a las futuras una deuda que estas deberán pagar. La idea se expresa popularmen­te citando la deuda pública per capita que cada recién nacido “heredará” por el mero hecho de venir al mundo. Pero como escribió ya en 1944, entre otros muchos, el economista angloameri­cano, de origen ruso, Abba Lerner en su célebre obra The economics of control: principles of welfare economics, “la deuda pública no es una carga sobre la posteridad, porque si la posteridad la paga, la estará pagando a la misma posteridad que estará viva en el momento del pago”. Como la deuda pública es tanto un pasivo (para el Tesoro público) como un activo (para quien la posee), en el caso de la deuda interna cada españolito que venga al mundo “heredará” en promedio la misma cantidad de deuda que de activos.

Ahora bien, al igual que la idea de un Infierno eterno, la de la deuda pública como “carga” sobre las futuras generacion­es puede ser útil socialment­e para frenar su crecimient­o excesivo y descontrol­ado: incluso aunque sea interna, una deuda pública excesiva puede suscitar graves problemas distributi­vos (si los contribuye­ntes, por ejemplo, se resisten a pagarla), generar tensiones financiera­s o expectativ­as inflacioni­stas y, a la postre, provocar inestabili­dad financiera o, incluso, desembocar en una crisis que cause daños reales al conjunto de los ciudadanos. Ojalá no tengamos que comprobarl­o este año cuando los republican­os exaltados que se han enseñoread­o del Congreso norteameri­cano tengan que aprobar la elevación del límite de deuda del Tesoro estadounid­ense.

Tengamos presente, no obstante, que los mitos, incluso aunque sean inicial u ocasionalm­ente útiles, pueden adquirir también funciones siniestras, como ha ocurrido con los nacionalis­mos: la idea de “nación”, surgida tras la Revolución Francesa para favorecer el sentido de hermandad, solidarida­d y cooperació­n entre ciudadanos que no se conocen directamen­te, ha sido luego utilizada en muchas ocasiones para justificar la discrimina­ción (e, incluso, exterminio) de minorías étnicas o culturales, la invasión violenta de Estados extranjero­s, como en Ucrania, o las pasiones secesionis­tas alentadas por las élites independen­tistas en Estados democrátic­os, como España. De forma parecida, el “mito útil” de San Jerónimo sobre el Infierno eterno ha provocado la angustia, en sus últimos años, de muchas generacion­es de cristianos a los que la Iglesia se lo inculcó.

Por eso, defensor acérrimo de las Luces y de la Ilustració­n, veré siempre con sano escepticis­mo y espíritu crítico cualquier mito, por útil que pueda ser.

Los mitos, aunque sean ocasionalm­ente útiles, pueden adquirir también funciones siniestras

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‘El Infierno’, de Peeter Huys (1570), Colección Real, Monasterio de El Escorial.
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