La geopolítica frente al mundo que creó Davos
La montaña mágica, la novela clásica de Thomas Mann ambientada en Davos, con el telón de fondo de una enfermedad mortal y una guerra mundial inminente, se publicó hace casi un siglo. Ahora, mientras los delegados del Foro Económico Mundial (WEF) acuden de nuevo a Davos este año, el mundo que describió Mann parece incómodamente cercano al nuestro. El temor que acecha al WEF es que un largo periodo de paz, prosperidad e integración económica mundial pueda estar llegando a su fin, como ocurrió en 1914. El lema de Davos de este año es Cooperación en un mundo fragmentado. Esa fragmentación comenzó con la pandemia, los confinamientos, el cierre de fronteras y los problemas en las cadenas de suministro. Así pues, el WEF de 2023 –el primero en su ubicación habitual desde que comenzó la pandemia– podría interpretarse como una señal de vuelta a la normalidad. Sin embargo, el repentino abandono por parte de China de su política de Covid cero ha suscitado el temor de que pueda surgir una nueva oleada de variantes. Y, aunque se evite una nueva fase pandémica, el Covid ha dejado su impronta en la forma en que gobiernos y empresas conciben la globalización. La convicción de que las mercancías y los productos básicos pueden enviarse fácilmente por todo el mundo es historia.
Las empresas han pasado de estrategias de cadena de suministro justo a tiempo a un enfoque más preventivo. Es posible que se produzcan nuevas emergencias sanitarias. Otros escenarios, que antes se consideraban remotos, se han hecho más visibles. Los fenómenos meteorológicos extremos son más frecuentes, lo que plantea interrogantes sobre la seguridad alimentaria y los viajes. Los ciberataques, por parte de Estados o delincuentes, amenazan las infraestructuras en las que se basa la economía moderna. Con la ayuda de los gobiernos en muchos casos, las empresas están teniendo que cambiar sus métodos. No es sensato confiar en complejas cadenas de suministro vulnerables a enfermedades, guerras u otras emergencias. Compañías como Apple, que presumía de productos “diseñados en California, ensamblados en China”, están teniendo que diversificar la producción. La empresa también produce cada vez más en India y Vietnam. Los intentos de algunas empresas occidentales por reducir su dependencia china se vieron impulsados por la pandemia, pero desde entonces se han acelerado debido a una mayor conciencia del riesgo geopolítico, también conocido como guerra.
La invasión rusa de Ucrania demostró que lo impensable puede ocurrir. La mayor guerra de Europa desde 1945 se está librando a menos de mil kilómetros de los lujosos hoteles de Davos. El riesgo de escalada del conflicto sigue siendo alto. La guerra nuclear es la posibilidad más aterradora y la que más inquieta a la Casa Blanca. Aunque se evite el uso de armas nucleares, sigue existiendo el peligro de que se agrave el conflicto, que ha demostrado cómo se pueden romper las relaciones económicas con las que se gestó la globalización. La UE está reduciendo drásticamente las importaciones de energía rusa, lo que alimenta la inflación en Europa y amenaza con restar competitividad a algunas industrias. Rusia y Ucrania son también importantes proveedores de grano a los mercados mundiales. Su guerra ha aumentado los precios de los alimentos y amenaza con el fantasma de la hambruna a millones de personas.
Las autoridades se preguntan cuál será la próxima gran amenaza geopolítica. Muchos apuntan a Taiwán, que produce el 90% de los semiconductores más avanzados del mundo. Una invasión china de Taiwán podría cerrar TSMC, el productor de semiconductores más importante, lo que tendría resultados devastadores en la economía mundial. Incluso las tensiones geopolíticas ajenas a la guerra han perturbado el comercio internacional. La actitud cada vez más recelosa de EEUU hacia China ha llevado a la administración Biden a restringir drásticamente las exportaciones de tecnología sensible a ese país. Esto afecta no sólo a las empresas estadounidenses, sino también a gigantes tecnológicos extranjeros, como Samsung, que utilizan tecnología estadounidense.
Los líderes políticos, sobre todo en Occidente, deben preocuparse también por el auge de los populistas. Muchos de estos últimos han hecho del WEF un símbolo de la desigualdad y del capitalismo internacional sin raíces. En los últimos años, ha sido el centro de las protestas de antivacunas, escépticos del cambio climático, fanáticos religiosos y nacionalistas de línea dura. Incluso se ha llegado a acusar al WEF de utilizar la pandemia para hacerse con el control de la economía mundial. Dejando de lado estas teorías, la idea de que Davos es tóxico ha ganado terreno. Es poco probable que el presidente Biden se arriesgue a aparecer en Davos, a diferencia de Trump, que disfrutó codeándose con los consejeros delegados reunidos. Incluso los líderes centristas y conservadores de Europa pueden mostrarse reacios a acudir. Emmanuel Macron, un defensor de la globalización que ya ha participado en Davos, tiene que sacar adelante una delicada reforma de las pensiones, por lo que puede decidir que ahora no es el momento adecuado. Como nuevo primer ministro británico, y con experiencia en finanzas, se esperaría que Rishi Sunak aprovechara la oportunidad para cortejar a los ejecutivos más poderosos del mundo. Pero Reino Unido se enfrenta a una oleada de huelgas, por lo que probablemente él también decida que sería prudente perderse Davos este año.
Los líderes mundiales harán bien en subir en funicular al hotel Schatzalp, que sirvió de modelo a Mann para La montaña mágica. La vista es la mejor de Davos, y puede ofrecer la oportunidad de reflexionar sobre cómo evitar que la guerra y los desastres naturales vuelvan a hundir la economía mundial.
Las autoridades se preguntan por la próxima amenaza geopolítica. Muchos apuntan a Taiwán