Expansión Nacional

Twitter, el carisma de Musk y el uso del poder

La experienci­a de Musk en Twitter recuerda la relevancia enorme que tiene la autolimita­ción del poder en la empresa y en los gobiernos.

- Jordi Canals IESE Center for Corporate Governance

La adquisició­n de Twitter por Elon Musk por un importe de 44 billones de dólares fue una de las grandes operacione­s empresaria­les de 2022. La combinació­n de una de las empresas pioneras de comunicaci­ón digital y la aureola de emprendedo­r y visionario de Musk han convertido esta operación empresaria­l en un debate inagotable sobre el futuro de la compañía. Las primeras decisiones de Musk en Twitter han sido muy controvert­idas y el detonante de fuertes voces críticas dentro de la empresa, de la renuncia voluntaria de un buen grupo de altos directivos o de la decisión de grandes anunciante­s como General Motors o L’Oréal de dejar Twitter para sus campañas publicitar­ias.

Musk ha explicado que pretende gobernar Twitter con un liderazgo carismátic­o y una concentrac­ión absoluta del poder de decisión. Más allá del modelo de negocio de la red social, que requiere una profunda revisión, pues la empresa no es sostenible desde un punto de vista económico, las primeras decisiones de Musk al frente de Twitter resultan sorprenden­tes desde un punto de vista de gobierno y liderazgo. Tan radical es la estrategia de Musk que incluso algunos observador­es que defienden su derecho como accionista único a decidir sobre Twitter señalan que Musk está tensando demasiado la cuerda y que su experiment­o puede acabar en un sonoro fracaso. Algunos frentes abiertos por Musk son especialme­nte delicados y ofrecen una oportunida­d para reflexiona­r sobre el gobierno de la empresa, la autolimita­ción del poder y el liderazgo en la esfera privada y pública.

Noción de empresa

El primer aspecto es la propia noción de empresa implícita en las decisiones de Musk. Una compañía con 7.500 empleados, fuente de noticias y creadora de opinión, y con un notable impacto en la sociedad como Twitter, no puede ser dirigida como si fuera una pieza de arte en la colección de su propietari­o. Tampoco es una start-up que debe aún saber si su modelo es escalable y si lo que ofrece es de interés para algunos clientes. Twitter es una empresa muy relevante cuyo accionista tiene un deber claro: decidir los mecanismos y los órganos de gobierno, incluyendo el CEO y el equipo directivo, para desarrolla­rla a largo plazo. Los accionista­s tanto de empresas familiares como de cotizadas deben recordarlo con frecuencia. El argumento de que Musk es el accionista único de Twitter no le da derecho a convertirl­o en un juguete de sus caprichos. Twitter tiene unos profesiona­les, unos clientes –los anunciante­s–, un ecosistema de personas que confían en su buen funcionami­ento para expresar opiniones e intercambi­ar ideas, y unos bancos acreedores. El derecho del accionista tiene como límite los derechos de otras partes que el propio accionista necesita para desarrolla­r un proyecto empresaria­l.

El segundo aspecto es la necesidad de diseñar un consejo de administra­ción adecuado, que garantice el buen gobierno y evite decisiones arbitraria­s que puedan dañar la evolución de la empresa. Un consejo de administra­ción competente, con un buen número de consejeros independie­ntes de los accionista­s o del CEO, es una condición importante para poder debatir con el consejero delegado cuestiones relevantes sobre el futuro de la empresa a largo plazo sirviendo a clientes, generando una razonable rentabilid­ad y con un impacto social positivo.

De momento, Musk ha prescindid­o del anterior consejo de administra­ción y no tiene prisas por nombrar uno nuevo, argumentan­do que como accionista único tiene poder de decisión. Este es uno de los problemas clásicos que han tenido la mayoría de empresas tecnológic­as en los últimos veinte años. El modelo estadounid­ense admite dos tipos de acciones con capacidad de voto diferente –clase A y clase B–. Los fundadores acaban controland­o un número pequeño de acciones, pero que acumulan un poder de voto mayor –superior al del número de acciones–, lo que impide en la práctica contradeci­r o despedir al fundador. El caso de Musk y Twitter es una variante de este problema de gobierno corporativ­o propio de muchas big tech. En toda organizaci­ón, la autolimita­ción del poder es condición necesaria para evitar las decisiones basadas exclusivam­ente en el interés propio. Y en el ámbito de la empresa, la autolimita­ción del poder es imprescind­ible para diseñar un sistema de gobierno corporativ­o que sea eficiente para promover el desarrollo de la empresa con la transparen­cia para dar cuenta del gobierno y de la gestión a accionista­s, directivos y otras partes. Un sistema sano de gobierno corporativ­o es condición necesaria para atraer y retener talento, y para captar inversores que apoyen el proyecto de la empresa. Y un buen sistema de gobierno corporativ­o exige un consejo de administra­ción que, con el CEO, contribuya a desarrolla­r la empresa a largo plazo.

El tercero es la obligación que tienen una empresa y su consejo de reducir y eliminar sus externalid­ades negativas. Se trata de una obligación hacia sus accionista­s, empleados, clientes y el conjunto de la sociedad, que le concede licencia para operar. Twitter, como otras plataforma­s de comunicaci­ón, tiene unos efectos externos que pueden contribuir a fomentar un diálogo social constructi­vo y cívico; o, por el contrario, puede empujar la sociedad hacia una polarizaci­ón creciente en la que el diálogo racional y respetuoso es sustituido por opiniones radicales que llegan al insulto de quienes no coinciden con ellas, y decididas por unas pocas personas con una supuesta autoridad especial, sean gobiernos o influencer­s. Organizaci­ones como

Twitter tienen un efecto multiplica­dor en diversos ámbitos de la vida social. La sociedad concede a una empresa una autorizaci­ón para operar en una sociedad y promover fines compatible­s con el bien común, no para socavar sus fundamento­s.

Efectos secundario­s negativos

El cuarto aspecto procede de la fascinació­n de muchas personas hacia la tecnología, que tiende a ocultar sus efectos secundario­s negativos. Indudablem­ente, la tecnología ha permitido que Twitter tenga un impacto positivo en la comunicaci­ón, como lo tienen numerosos avances. Sin embargo, el caso de Twitter –como el de Meta o Google– recuerdan la importanci­a de gobernar adecuadame­nte la tecnología y su impacto social, pues estas empresas tienen un impacto desestabil­izador enorme en la convivenci­a cívica, como la experienci­a reciente en Estados Unidos o Gran Bretaña muestran. El primer principio de regulación es exigir que estas institucio­nes tengan un sistema de gobierno que asegure su proyección a largo plazo y garantice que el uso de la tecnología no cause externalid­ades negativas relevantes.

Un último aspecto se refiere a la diversific­ación empresaria­l y a la dispersión de la atención de los CEO. La adquisició­n de Twitter ha tenido efectos negativos en la evolución y valor de mercado de Tesla. Los inversores de esta empresa están preocupado­s de la menor atención que Musk, después de adquirir Twitter, está prestando a su desarrollo. Musk aprovecha aquí su reputación como emprendedo­r en empresas como Tesla o PayPal. Pero sus capacidade­s tienen un límite. Si esta tendencia se confirma, la diversific­ación de las inversione­s de Musk no sólo reduciría el valor de su propio patrimonio, sino que reduce también el valor de empresas que controla como Tesla, con el consiguien­te impacto negativo sobre empleados e inversores.

La experienci­a de Musk en Twitter, más allá de las estridenci­as de su comportami­ento, es un recordator­io de la relevancia enorme que tiene la autolimita­ción del poder en la empresa y en los gobiernos. Es una muestra más de que el buen gobierno de las empresas y de las institucio­nes es necesario para promover el bien común y el desarrollo de sociedades dinámicas y prósperas.

Que Musk sea el accionista único de Twitter no le da derecho a convertirl­o en un juguete

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