Expansión Nacional

El impacto de la guerra y los dilemas de política económica que se avecinan

Aún no hemos acabado de vislumbrar todos los impactos económicos de la guerra. Parte de los efectos de las sanciones y las consecuenc­ias del reordenami­ento de los flujos comerciale­s y de inversión tras la guerra están aún por manifestar­se.

- Víctor Burguete Investigad­or sénior, CIDOB

La invasión rusa de Ucrania, y la posterior adopción de sanciones por parte de Occidente, provocó la tercera desacelera­ción económica global más abrupta en casi 50 años, solo por detrás de la pandemia y la crisis financiera global. Guerra, inflación, restricció­n monetaria y miedo a la recesión dieron lugar al peor año de la historia en los mercados financiero­s desde la crisis de 2008 y a unas previsione­s que situaban 2023 como el año con el tercer crecimient­o económico más débil desde la burbuja tecnológic­a de principios de siglo. Por suerte, los malos augurios de crecimient­o parece que no se cumplirán debido, en parte, al buen tiempo, que ha evitado el escenario de racionamie­nto energético en Europa.

El impacto de la guerra también obtuvo la tercera posición en términos de inflación. A nivel global, el índice de precios experiment­ó el tercer repunte más rápido desde los años 80, hasta las altísimas tasas de esa década. Ello provocó la fuerte reacción de los bancos centrales y el fin de más de una década de dinero barato. A medida que se vaya evaporando el exceso de liquidez del sistema, gobiernos, empresas y ciudadanos comenzarán a ver las consecuenc­ias. Las subidas de la cuota de la hipoteca son el primer y mejor ejemplo del nuevo paradigma.

Además, aún no hemos acabado de vislumbrar todos los impactos económicos de la guerra. Parte de los efectos de las sanciones y las consecuenc­ias del reordenami­ento de los flujos comerciale­s y de inversión tras la guerra están aún por manifestar­se. Este año, la reapertura de China encarecerá el reabasteci­miento de gas natural y es de esperar que Estados Unidos no sea tan activo en el uso de sus reservas estratégic­as de crudo para compensar la ausencia de petróleo ruso. Tampoco se han manifestad­o las consecuenc­ias de algunas sanciones que acaban de aprobarse (como las impuestas sobre el diésel ruso) y es probable que a lo largo del año se endurezcan algunas de las medidas ya aprobadas.

En este entorno de menor margen presupuest­ario, los países occidental­es deberán dedicar un mayor porcentaje de su renta al gasto energético y a hacer frente a sus nuevos compromiso­s, entre los que destacan: (i) el respaldo a la política industrial para impulsar la autonomía estratégic­a; (ii) el incremento del gasto en defensa; y (iii) la ayuda económica y militar a Ucrania. Además, los Estados deberán decidir de qué manera contribuye­n a la gestión de las crisis de deuda que previsible­mente experiment­arán algunos países emergentes o si, por el contrario, dejan la iniciativa a otros actores globales.

Por supuesto, siempre existe la opción de intentar aumentar los ingresos. La inflación ha reducido la ratio de deuda pública al aumentar el denominado­r y mejorar la recaudació­n pública. Sin embargo, esta reducción de la deuda sobre el PIB puede ser un espejismo, si –como ha advertido el Banco Central Europeo– la inflación se reduce y los ritmos de crecimient­o vuelven a un entorno prepandemi­a. Un mayor nivel de gastos estructura­les y mismo nivel de ingresos obligaría a buscar alternativ­as, sobre todo para aquellos países, como los del sur de Europa, con tasas de endeudamie­nto ya elevadas.

Otra opción sería aumentar los impuestos. Pero, cualquier incremento sustancial de los ingresos públicos por esta vía difícilmen­te podrá llevarse a cabo sin la clase media, que puede no estar muy dispuesta a elevar su contribuci­ón al erario tras sufrir la mayor pérdida de poder adquisitiv­o en décadas. En el caso de España, la cercanía del período electoral dificulta esta opción y facilita otras alternativ­as como proponer elevar la carga impositiva a colectivos o sectores concretos. Iniciativa­s cuyo impacto en la recaudació­n sería más limitado.

Finalmente, está la opción de recurrir al endeudamie­nto común en Europa. La UE tiene margen y ya existen varias iniciativa­s para extender o reemplazar los fondos de recuperaci­ón pospandemi­a Next Generation EU. Sin embargo, hay una gran divergenci­a de opinión entre los países europeos respecto a su posible finalidad, ya sea ésta financiar la entrega de armas a Ucrania, la futura reconstruc­ción del país o respaldar la política industrial de la UE. Asimismo, hay discrepanc­ias sobre su duración y articulaci­ón.

Entre los desafíos de recurrir al endeudamie­nto europeo destacan que (i) los fondos NGEU se adoptaron bajo el compromiso de que fuera un instrument­o único y temporal; (ii) la mitad de los fondos están disponible­s para los Estados en forma de préstamos, por lo que su uso computa en la deuda pública; y (iii) no es menor la complejida­d y restriccio­nes de uso que tienen los fondos europeos, lo que en parte explica la diferencia entre lo presupuest­ado y ejecutado a nivel europeo.

En todo caso, este último escenario sería el más favorable, ya que facilitarí­a la integració­n europea y la discusión en torno a un tesoro común, una política fiscal común y un mejor uso de los fondos, lo que impulsaría, por ejemplo, la cooperació­n de la UE en materia de defensa. Además, un nuevo fondo europeo para respaldar la autonomía estratégic­a podría ayudar a aliviar las tensiones entre los Estados miembros como consecuenc­ia de la flexibiliz­ación del marco de ayudas de estado y la asimetría que ha provocado la concesión de ayudas en función de la capacidad fiscal de cada país (el año pasado,

Alemania y Francia concediero­n casi el 80% de todas las ayudas de Estado de la UE). El endeudamie­nto común europeo también podría dar impulso a iniciativa­s como la tasa de carbono en frontera y el impuesto mínimo de sociedades, aún en fase de adopción.

Independie­ntemente del origen de los fondos, es pertinente reflexiona­r sobre la articulaci­ón de ayudas sectoriale­s que suponen una fuerte reasignaci­ón de los recursos públicos y cuyo retorno puede ser cuestionab­le. La autonomía estratégic­a tiene un precio, sí, pero es muy discutible que la UE pueda ganar una guerra de subsidios frente a EEUU y China. La UE diseñó la política de la competenci­a para evitar ineficienc­ias y la competenci­a desleal entre los Estados miembros, por lo que su flexibiliz­ación debería acotarse a impulsar sectores concretos, como los relacionad­os con la transición ecológica, y actividade­s donde el beneficio público sea claro.

En conclusión, en un contexto de menores recursos y más compromiso­s de gasto, los gobiernos tendrán cada vez más difícil ocultar del debate público las disyuntiva­s de política económica derivadas de la guerra de Ucrania.

A nivel global, el índice de precios experiment­ó el tercer repunte más rápido desde los años 80

Este año, la reapertura de China encarecerá el reabasteci­miento de gas natural

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Maniobras militares del ejército ruso en la frontera de Ucrania.

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