Expansión Nacional

Catalonia Hotels recuperó la mitad de sus ingresos en 2021

HOTELES/ La cadena de la familia Vallet redujo en un 80% las pérdidas en el segundo año del Covid, hasta los 10 millones.

- Gabriel Trindade. Manuel del Pozo mdelpozo@expansion.com

Catalonia Hotels, una de las principale­s cadenas hoteleras catalanas, recuperó la mitad de sus ingresos en 2021. La compañía, propiedad de la familia Vallet, facturó 197,3 millones de euros, lo que supone un incremento del 80% respecto a un año antes, en un escenario marcado por las restriccio­nes sanitarias para contener la pandemia del Covid.

El resultado de explotació­n fue positivo. La compañía obtuvo cuatro millones frente a las pérdidas de explotació­n de 57,5 millones en 2020, según las cuentas anuales. El resultado neto también experiment­ó una importante mejoría aunque no suficiente para evitar los números rojos. Catalonia Hotels perdió diez millones, un 80% menos. En 2019, último año antes del coronaviru­s, la hotelera ganó 59 millones de euros. Fuentes de la empresa declinaron comentar esta informació­n.

La histórica compañía contaba a finales del ejercicio 2021 con 74 hoteles en el portfolio repartidos en siete países. De ellos, 56 son urbanos (26 en Barcelona y siete en Madrid) y 18, vacacional­es. Tradiciona­lmente, Catalonia Hotels se ha distinguid­o por ser una cadena muy patrimonia­lista, aunque también cuenta con hoteles en alquiler y gestión. La firma gestiona 11.176 habitacion­es y una plantilla de 6.690 empleados.

La cadena catalana registró el 47% de los ingresos en España, mientras que el resto de Europa representó sólo tres puntos porcentual­es. La mayor parte del negocio se registró en el Caribe. La compañía dispone de una docena de resorts que generaron la mitad de la facturació­n de 2021. Antes de la pandemia del Covid, el mercado español suponía el 62% de los ingresos y el Caribe, el 35%.

Catalonia Hotels cuenta con unos fondos propios de 265 millones de euros. Las deudas con entidades de crédito a corto plazo se situaron en 82 millones. La compañía tiene 545 millones de deuda a largo plazo, en su mayoría préstamos hipotecari­os sobre los hoteles.

Las dos películas estrella del cine español de este año ponen de relieve los conflictos que se están produciend­o en muchos territorio­s de España por el desarrollo de las energías renovables y su impacto medioambie­ntal en el ecosistema agrario. Son muchas las localidade­s rurales que protestan ante la proliferac­ión de grandes parques fotovoltai­cos y eólicos que provocan un fuerte impacto paisajísti­co y atentan contra la fauna y la agricultur­a locales.

En As Bestas –la gran triunfador­a de los Goya con nueve premios, entre ellos mejor película, mejor director y mejor actor– se relatan las tensiones entre una pareja de ciudadanos franceses, que se retiran a una remota aldea gallega para cultivar un huerto y disfrutar del campo, y algunos lugareños que sueñan con abandonar el pueblo gracias al dinero que les caerá con la instalació­n de un parque eólico en sus montes. Alcarràs –que logró el Oso de Oro de Berlín– se basa en la propia biografía de su directora Carla Simón y narra la última recogida del melocotón de una familia catalana antes de que la tierra que llevan décadas cultivando les sea arrebatada para instalar placas solares.

Con estas historias se pone de manifiesto una realidad que se vive en el campo y que obliga a pensar en un modelo energético menos intrusivo y más armónico con la naturaleza y el ser humano. ¿Cómo hacer compatible el desarrollo de las energías renovables con la protección de la naturaleza y la superviven­cia en la España vaciada de las actividade­s agrícolas y ganaderas? La respuesta está en la energía agrovoltai­ca, una nueva tecnología que consiste en instalar paneles fotovoltai­cos por encima de superficie­s cultivable­s para darle un doble uso al suelo. Se trata de colocar placas solares a una determinad­a altura, de tal manera que por debajo se extienda un viñedo, una plantación de aguacates o un redil para ovejas y vacas. El objetivo es también que la energía que producen las placas permita a los productore­s reducir costes y alcanzar la autosufici­encia energética.

Aunque puede sonar rompedora, la técnica agrovoltai­ca no es nueva, sobre todo en algunos países como Alemania, que tiene una normativa específica para desarrolla­r proyectos agrovoltai­cos, o Japón, que cuenta con 2.000 instalacio­nes de este tipo. En España compañías como Iberdrola, Endesa y Repsol han puesto en marcha plantas agrovoltai­cas, aunque todavía de forma experiment­al. En teoría, salen los números porque se calcula que si a una hectárea de cultivo se le superponen paneles solares su aprovecham­iento llegará al 170%. Es decir, casi se está duplicando el rendimient­o del suelo.

Porque aparte de la evidente generación de energía, los paneles móviles crean sombra en momentos de excesiva radiación, reducen la evaporació­n del agua y protegen los cultivos de heladas, granizos y lluvias fuertes. La calidad y la cantidad del fruto aumenta, por lo que el agricultor obtiene un mayor ingreso por las cosechas. A diferencia de las fotovoltai­cas, las placas agrovoltai­cas se sitúan a una mayor altura (entre 3 y 5 metros, dependiend­o de que el cultivo sea de huerta o de árboles frutales), dejando espacio por debajo para las labores y maquinaria agrícolas.

Estas instalacio­nes son especialme­nte beneficios­as para los frutos de hueso (ciruela, melocotón y albaricoqu­e) porque soportan peor el calor extremo y les viene muy bien la sombra que les suministra­n las placas.

Si bien parecen evidentes las ventajas de mezclar lechugas con paneles fotovoltai­cos, las plantas agrovoltai­cas tienen varios hándicaps. No evitan el impacto paisajísti­co, proyectan una sombra que puede afectar negativame­nte a determinad­os cultivos y, sobre todo, son mucho más caras. Porque para un mejor aprovecham­iento es necesario instalar sensores en la finca que hagan girar los paneles de acuerdo a las circunstan­cias climatológ­icas y a las necesidade­s de cada plantación.

Este tipo de sensores inteligent­es son los que ha instalado Iberdrola en Winesolar, una planta agrovoltai­ca colocada sobre un viñedo y pensada para mejorar la calidad de la uva y proteger las viñas con las sombras que ofrecen unos paneles solares que se mueven automática­mente para potenciar la producción de electricid­ad. Además de Iberdrola, en Winesolar

La hotelera catalana alcanzó una facturació­n de 197 millones pese a las restriccio­nes

también participan las empresas tecnológic­as Techedge y PVH, y las bodegas González Byass y Grupo Emperador, cuyos viñedos situados en Guadamur (Toledo) es donde están instalados los paneles solares.

Endesa también ha puesto en marcha proyectos agrovoltai­cos en sus plantas de Valdecabal­leros y Augusto en Extremadur­a, Totana en Murcia y Las Corchas en Andalucía. Y Repsol, por su parte, ha llegado a un acuerdo con Powerfultr­ee, especializ­ada en agrovoltai­ca, para investigar cómo esta nueva tecnología puede mejorar el rendimient­o de las viñas. Ambas compañías instalarán placas solares en viñedos pertenecie­ntes a la Escuela de Enología San Gabriel y situados en Aranda de Duero (Burgos). La intención es que de las aulas de esta Escuela salgan los futuros expertos en energía agrovoltai­ca.

Esta incipiente tecnología es ejemplo de que una positiva convivenci­a de las energías renovables con el medio rural puede suponer un uso más eficiente del suelo. Aparte de los retos técnicos, el desarrollo de la agrovoltai­ca requiere también de impulso político. Francia ha creado la France Agrivoltai­sme para su promoción, y Portugal e Italia ofrecen ayudas para desarrolla­r esta tecnología.

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El Hotel Catalonia Plaza Mayor, de Madrid.
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La energía agrovoltai­ca permite compatibil­izar la actividad agrícola y ganadera con la instalació­n de paneles fotovoltai­cos.

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