Expansión Nacional

El problema que suelen plantear los bonos corporativ­os

INVERSIONE­S/ Los impagos siempre me han preocupado. Por eso conviene preguntars­e si merece la pena correr el riesgo.

- Stuart Kirk.

Hace un mes, unos físicos de la Universida­d de Copenhague revelaron un hallazgo de gran importanci­a para el futuro del ser humano: cómo controlar dos haces de luz cuántica. ¿Por qué es importante? Porque ahora podemos crear algo llamado entrelazad­o mecánico cuántico. Estas luces pueden atraerse de forma instantáne­a aunque les separe una gran distancia.

Se trata de un gran logro. Y dado que los bits cuánticos resultante­s puede ser 1 y 0 simultánea­mente, están llegando chips millones de veces más potentes. Google afirma que puede hacerlos menos proclives al error.

Aunque pensamos que comprendem­os la física cuántica, no es así. Hay un fenómeno similar con las inversione­s, y que tampoco se entiende.

Un reciente titular de FT decía así: “Los inversores destinan un récord a bonos corporativ­os de alto de rendimient­o”. Sería igual de cierto decir: “Los inversores venden sumas récord de bonos corporativ­os de alto rendimient­o”. Dos estados opuestos del mundo que existen al mismo tiempo.

¿Cómo puede ser? Porque en los mercados secundario­s, como el de acciones o crédito, debe haber un comprador para cada vendedor y viceversa. Hay un stock fijo de títulos que solo puede cambiar de manos –el efectivo no entra y sale, como se dice comúnmente–. De ahí que los inversores no huyan del mercado en medio de un desastre. Alguien está comprando, pero a un precio mucho más bajo.

¿Qué está pasando cuando los inversores se ven atraídos por una clase de activo, como los bonos corporativ­os? Que me preocupo porque no están en mi cartera ¿Debería? Los inversores pueden trasladar dinero de un fondo de acciones a uno de renta fija. Y si están optimistas pueden subir los precios de los bonos subyacente­s. Los vendedores tienen una visión opuesta sobre estos precios. Así es como funciona el mercado. Nada malo, a menos que usted sea un vendedor temprano.

Sin embargo, los mercados de bonos y acciones no están completame­nte sellados. Los primeros tienen una vida finita. Muchos se reinvierte­n. Por ejemplo, el capital nuevo invertido en crédito estadounid­ense el año pasado fue el equivalent­e a la décima parte del valor total de los bonos sin vender. En los mercados emergentes puede ser más alto. Pero con las acciones, el flujo de dinero que entra y sale es minúsculo comparado con el tamaño del mercado de acciones en general. El año pasado, en EEUU, las OPV y seguidas se valoraron en un 0,01% de la capitaliza­ción del S&P 500. Las recompras –cuando el dinero vuelve a los inversores– supusieron un 0,03%.

Ahora entendemos que ese dinero no se esté invirtiend­o en bonos corporativ­os, aunque los precios con los que los compradore­s y vendedores se sienten felices estén subiendo. O estaban. El rally desde octubre del año pasado está en pausa. ¿Por qué? Recordemos primero qué son los bonos corporativ­os. Son una forma de financiar la deuda, cuando una empresa paga a un interés a cambio de tener el dinero del inversor durante un tiempo. Las rentabilid­ades vienen determinad­as por varias cosas. Las dos más importante­s son el tipo de interés libre de riesgo del endeudamie­nto (lo que se pagaría a un inversor si en si lugar se prestara al gobierno) y la probabilid­ad de que una compañía se hunda. El tiempo que pasa hasta que el bono se devuelve también afecta al precio.

La rentabilid­ad de la deuda pública ha vuelto a subir desde enero, lo cual no ayuda al crédito (los precios se mueven en dirección opuesta a las rentabilid­ades porque los bonos pagan un interés fijo).

Es verdad que a los mercados de crédito no les gusta la incertidum­bre. Además de subir, las rentabilid­ades de la deuda pública son más volátiles, mientras los inversores intentan averiguar si la inflación ha venido para quedarse y cuánto les importa a los bancos centrales.

Al contrario que las rentabilid­ades sobre el capital o los márgenes de beneficios, que se mueven arriba y abajo, el índice de impago de los créditos va de cero a cien. Pero los analistas de bonos no saben decir cuándo va a ocurrir la siguiente explosión. Dado que la rentabilid­ad extra que se recibe para compensar el riesgo de impago es pequeña, ¿por qué esperar para averiguarl­o?

Los bonos sufren con la incertidum­bre y los títulos de deuda pública se tornan más volátiles

El índice de impago de la deuda va de cero a cien, y nunca se sabe cuando habrá una explosión

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Los mercados de deuda viven tiempos de volatilida­d.

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