El problema que suelen plantear los bonos corporativos
INVERSIONES/ Los impagos siempre me han preocupado. Por eso conviene preguntarse si merece la pena correr el riesgo.
Hace un mes, unos físicos de la Universidad de Copenhague revelaron un hallazgo de gran importancia para el futuro del ser humano: cómo controlar dos haces de luz cuántica. ¿Por qué es importante? Porque ahora podemos crear algo llamado entrelazado mecánico cuántico. Estas luces pueden atraerse de forma instantánea aunque les separe una gran distancia.
Se trata de un gran logro. Y dado que los bits cuánticos resultantes puede ser 1 y 0 simultáneamente, están llegando chips millones de veces más potentes. Google afirma que puede hacerlos menos proclives al error.
Aunque pensamos que comprendemos la física cuántica, no es así. Hay un fenómeno similar con las inversiones, y que tampoco se entiende.
Un reciente titular de FT decía así: “Los inversores destinan un récord a bonos corporativos de alto de rendimiento”. Sería igual de cierto decir: “Los inversores venden sumas récord de bonos corporativos de alto rendimiento”. Dos estados opuestos del mundo que existen al mismo tiempo.
¿Cómo puede ser? Porque en los mercados secundarios, como el de acciones o crédito, debe haber un comprador para cada vendedor y viceversa. Hay un stock fijo de títulos que solo puede cambiar de manos –el efectivo no entra y sale, como se dice comúnmente–. De ahí que los inversores no huyan del mercado en medio de un desastre. Alguien está comprando, pero a un precio mucho más bajo.
¿Qué está pasando cuando los inversores se ven atraídos por una clase de activo, como los bonos corporativos? Que me preocupo porque no están en mi cartera ¿Debería? Los inversores pueden trasladar dinero de un fondo de acciones a uno de renta fija. Y si están optimistas pueden subir los precios de los bonos subyacentes. Los vendedores tienen una visión opuesta sobre estos precios. Así es como funciona el mercado. Nada malo, a menos que usted sea un vendedor temprano.
Sin embargo, los mercados de bonos y acciones no están completamente sellados. Los primeros tienen una vida finita. Muchos se reinvierten. Por ejemplo, el capital nuevo invertido en crédito estadounidense el año pasado fue el equivalente a la décima parte del valor total de los bonos sin vender. En los mercados emergentes puede ser más alto. Pero con las acciones, el flujo de dinero que entra y sale es minúsculo comparado con el tamaño del mercado de acciones en general. El año pasado, en EEUU, las OPV y seguidas se valoraron en un 0,01% de la capitalización del S&P 500. Las recompras –cuando el dinero vuelve a los inversores– supusieron un 0,03%.
Ahora entendemos que ese dinero no se esté invirtiendo en bonos corporativos, aunque los precios con los que los compradores y vendedores se sienten felices estén subiendo. O estaban. El rally desde octubre del año pasado está en pausa. ¿Por qué? Recordemos primero qué son los bonos corporativos. Son una forma de financiar la deuda, cuando una empresa paga a un interés a cambio de tener el dinero del inversor durante un tiempo. Las rentabilidades vienen determinadas por varias cosas. Las dos más importantes son el tipo de interés libre de riesgo del endeudamiento (lo que se pagaría a un inversor si en si lugar se prestara al gobierno) y la probabilidad de que una compañía se hunda. El tiempo que pasa hasta que el bono se devuelve también afecta al precio.
La rentabilidad de la deuda pública ha vuelto a subir desde enero, lo cual no ayuda al crédito (los precios se mueven en dirección opuesta a las rentabilidades porque los bonos pagan un interés fijo).
Es verdad que a los mercados de crédito no les gusta la incertidumbre. Además de subir, las rentabilidades de la deuda pública son más volátiles, mientras los inversores intentan averiguar si la inflación ha venido para quedarse y cuánto les importa a los bancos centrales.
Al contrario que las rentabilidades sobre el capital o los márgenes de beneficios, que se mueven arriba y abajo, el índice de impago de los créditos va de cero a cien. Pero los analistas de bonos no saben decir cuándo va a ocurrir la siguiente explosión. Dado que la rentabilidad extra que se recibe para compensar el riesgo de impago es pequeña, ¿por qué esperar para averiguarlo?
Los bonos sufren con la incertidumbre y los títulos de deuda pública se tornan más volátiles
El índice de impago de la deuda va de cero a cien, y nunca se sabe cuando habrá una explosión