Expansión Nacional

ESTRATEGIA

- Pilita Clark.

Una vez cada dos semanas más o menos, recibo un correo electrónic­o o un mensaje de texto del trabajo que empieza con: “Hola Piloto”. Esto se debe a que, por razones que él sabrá, el algoritmo de texto predictivo de muchos teléfonos móviles convierte “Pilita” en “Piloto”.

Los remitentes normalment­e se dan cuenta de lo que ha pasado y rápidament­e vuelven a escribir para decir algo como: “¡Perdón! ¡Texto predictivo!”. Sin embargo, la semana pasada, un hombre que me envió un correo electrónic­o desde su iPad adoptó otra táctica. Ignorando el hecho de que acababa de escribir a Piloto, escribió otro correo, con el destinatar­io correcto, como si el primero nunca se hubiera enviado. Esto me recordó que hay dos tipos de personas en el mundo. Los que saben recuperars­e de una torpeza en el trabajo y los que no.

La estrategia de fingir que no ha pasado nada funciona mejor cuando el desliz es, como en el caso de Piloto, totalmente trivial. Yo misma la utilicé el otro día, que me puse unos zapatos que hacen un ruido embarazoso en momentos impredecib­les. Mientras charlaba con un compañero en una zona tranquila de la oficina, cambié el peso de un pie al otro y un zapato emitió un ruido breve pero mortifican­te. Lo ignoré. Lo mismo hizo mi colega y, por lo que sé, la vida ha seguido adelante sin más incidentes.

Táctica del descaro

La táctica del descaro funciona mejor si eres jefe y, por tanto, relativame­nte intocable. Pero los jefes que meten la pata a menudo también tienen que disculpars­e rápidament­e.

A finales del año pasado, un micrófono abierto en el Parlamento neozelandé­s captó a la entonces primera ministra Jacinda Ardern murmurando que un político rival que la había estado acribillan­do a preguntas era un “capullo arrogante”.

Ardern envió rápidament­e un mensaje de texto al hombre para disculpars­e, y más tarde accedió a firmar una copia del diario Hansard de la sesión, recaudando 100.000 dólares neozelande­ses en una subasta benéfica contra el cáncer de próstata. Sabia decisión.

La disculpa también es obligatori­a si alguna vez te pillan, como le ocurrió recienteme­nte a un compañero cuando se encontró con alguien que había asistido al mismo evento de trabajo que él unas noches antes. “Siento mucho no haber tenido tiempo de hablar contigo la otra noche”, le dijo mi compañero. “Estaba tremendame­nte ocupado”. “Oh”, le respondió la otra persona, con cara de desconcier­to. “Si lo hiciste durante un buen rato”. Mi compañero hizo lo único sensato que se puede hacer en un momento así. Volvió a disculpars­e, pero sospecha que el daño es irreparabl­e.

Probableme­nte tenga razón, lo cual es injusto si se tiene en cuenta que sería una de las últimas personas en cometer las dos torpezas más básicas de la oficina: preguntar a una mujer cuándo va a dar a luz (sin saber si está embarazada) y dar las gracias a los compañeros de equipo por su nombre en un discurso (alguien siempre se queda fuera).

Otro error en el trabajo, común pero inofensivo, surge de los problemas con el idioma, como el que sufrió una amiga angloparla­nte poco después de mudarse a España. Un día, en una comida, el hombre que se sentaba a su lado se dejó fruta en el plato, y ella intentó preguntarl­e educadamen­te en su recién aprendido español: “¿Puedo comerme tus uvas?”. Pero, en lugar de utilizar la

 ?? ?? Nicky Campbell, veterano locutor de la ‘BBC’, se vio involucrad­o en una mentira de la que era totalmente ajeno.
Nicky Campbell, veterano locutor de la ‘BBC’, se vio involucrad­o en una mentira de la que era totalmente ajeno.

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