Expansión Nacional

Marejadas varias

- Santiago Álvarez de Mon Profesor en IESE

Surfeando por la realidad de la semana me topo con la primera ola, las manifestac­iones en Francia contra la reforma de las pensiones que lidera el presidente Emmanuel Macron. Sin necesidad de ser un experto, vista la pirámide laboral de una población envejecida, extender la edad de jubilación de los 62 a los 64 años no parece un capricho, una injusticia, un crimen; más bien lo contrario, una necesidad inevitable. Dos apuntes se pueden esbozar. El primero, la fuerza del movimiento sindical francés, fuertement­e politizado, anclado en ideologías superadas por la realidad. El segundo elemento de la ecuación, la enorme dificultad que tiene Macron para explicar las razones de su iniciativa. No es la primera vez que le pasa. ¿Soberbia, va sobrado, insensibil­idad para rastrear el subsuelo de la sociedad francesa, minimiza imprudente­mente la fortaleza y unidad del adversario que tiene enfrente? En gran manera gobernar requiere dotes de pedagogo claro, honesto, empático, y en estas lides el presidente francés, listo, preparado, resbala peligrosam­ente.

Si miro hacia el este me encuentro con la segunda ola, la cumbre celebrada en Moscú entre China y Rusia. El presidente chino, Xi Jinping, visita a Vladimir Putin justo cuando éste ha sido declarado criminal de guerra por la Corte Penal Internacio­nal de La Haya. Cada uno de los dos mandatario­s se dirige al otro como amigo, en un ambiente presidido por la cordialida­d y los detalles entre anfitrión e invitado. Teniendo en cuenta cómo se cuecen los asuntos de la geopolític­a mundial, la frialdad con que se defienden los intereses nacionales, vista la conflictiv­a relación histórica entre las dos potencias, los recelos y desconfian­za mutua que se dispensan, ¿cabe hablar de amistad?

Tanto a Xi como a Putin les une una cosa: su rechazo a la cultura del mundo occidental, a nuestro modelo de democracia que se asienta sobre la libertad de la persona, con especial animadvers­ión a Estados Unidos, el país a batir. Hablamos de dos autocracia­s férreas donde el partido, la masa, prima sobre el individuo. Frágil alianza la que se diseña y se sostiene sobre un enemigo común, se le ven todas las costuras.

Si giro hacia el Mediterrán­eo, me sorprende la tercera ola, también callejera y ruidosa. El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, con su último proyecto de ley aspira a debilitar el poder de la Corte Suprema de Justicia. Al frente de una coalición frágil, diversa, cogida con alfileres, Netanyahu quiere que el Gobierno intervenga en el nombramien­to de los jueces. Pilar insustitui­ble del edificio democrátic­o –la independen­cia del poder judicial–, la rama ejecutiva pretende silenciar y domesticar su voz, eliminar la posibilida­d de vetar leyes salidas del Parlamento (la Knéset). Pobre Montesquie­u, su pérdida de influencia en muchos países resulta trágica.

Compromiso y vitalidad

Pero no todo son malas noticias, hay margen para la esperanza, la partida no está perdida. El intento de control del poder judicial por parte del Gobierno ha encontrado una resistenci­a general en la sociedad israelí. Un día sí y otro también, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, ocupan las calles y plazas de las ciudades para mostrar su rechazo e indignació­n. Curiosamen­te, dos interlocut­ores clave pensando en la prosperida­d y seguridad de Israel, el sector tecnológic­o y el Ejército, han mostrado claramente sus dudas y preocupaci­ón. Loable reacción general, con nuestra democracia no se juega, han venido a decir. A ver cómo acaba la partida, pero envidia ver el compromiso y vitalidad de una parte significat­iva de la población para defender su modelo de convivenci­a, su democracia. Cuestión capital, quedarse en casa no es opción. ¡Ojalá cundiera el ejemplo!

Cuarta ola que se sucede, no por familiar y cercana menos dolorosa. Vox, a rebufo de la veterana e independie­nte figura del profesor Ramón Tamames, personaje típico de la Constituci­ón de 1978, presenta su segunda moción de censura. Ningún ganador, el que así se sienta que se lo mire dos veces; pierde la democracia, la convivenci­a civilizada, el país. Observando la prepotenci­a y soberbia con la que se exhiben tantos de nuestros políticos, síntoma claro de mediocrida­d intelectua­l y moral, me perdonarán que me acuerde de la máxima cristiana, “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Asombra ver cómo algunos se atreven a dar lecciones de civismo y democracia. Triste espectácul­o, anticipo de lo que se nos viene encima; la resaca puede ser peligrosa.

No son buenos tiempos para la política mundial. Las élites se han retirado a otros prados, dejando la res publica, salvo excepcione­s honrosas, a personalid­ades egocéntric­as cuyo único fin es alcanzar y retener poder. Como enseña la historia, el tiempo pondrá a cada uno en su sitio. La verdad es lenta, parsimonio­sa, exasperant­e, pero llega a su cita con la vida.

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